30.11.08

EL PREVENTIVO........ 8a. Parte


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas




El rancho del Rizos era un búnker. Hombres armados patrullaban la propiedad y por la brecha, se habían instalado varios retenes y puntos de revisión. Dentro de la casona, los jefes de las distintas células del cártel esperaban nerviosos. No faltaba nadie. Casi no hablaban entre ellos, y por supuesto, nadie se atrevía a mencionar el sangriento incidente que los tenía allí reunidos. Afuera, dentro de las camionetas blindadas, decenas de sicarios aguardaban impacientes. Unos oían música, otros tomaban café. De vez en cuando se bajaban a estirar las piernas. Todos tenían miedo.

La temperatura comenzó a bajar y un viento helado cubrió la propiedad entera. Se levantó una polvareda tremenda, los hombres bajaron de las camionetas. No se podía ver nada; algunos desenfundaron sus armas. El aironazo amainó y una extraña neblina muy espesa, envolvió el rancho. Los capos miraban por los ventanales tratando de entender lo que estaba pasando. No eran tipos que se asustaran fácilmente, pero cuando alguien se enfrenta a cosas que no pertenecen a este mundo, se ve rebasado. Uno de ellos, el Jimmy, regresó a su sillón echando madres. –“¡¿Pos que se creen éstos cabrones, quiénes son o que?!”-. Todos volvieron a sus lugares. Las luces tiritaron y una mano helada se posó sobre el hombro del Rizos. –“Tranquilo mi Jimmy… tu eres nuevo en esto, por eso no sabes nada… pero no te apures, yo te lo voy a explicar…”- dijo Andrés mirándolo fijamente. Tulio y Veneno iban y venían tras los respaldos de los sillones. –“A ver, tranquilos… no hay necesidad de hacer un cagadal…”- dijo Don Tolo, el más viejo de todos, -“aquí lo que queremos es poder seguir trabajando, Don Andrés…”-. Andrés caminó hacia los portones de la sala y los atrancó, -“y eso es precisamente lo que vamos a hacer…”-.

Afuera sólo alcanzaron a escuchar un alarido espantoso. Minutos después salieron los jefes de los distintos cárteles, con los ojos desorbitados y bañados en sangre ajena. El guardaespaldas de Don Tolo, al ver que su patrón no salía, entró a la casona. Al entrar a la sala, se detuvo de golpe. Lo que vio le dio escalofríos: pedazos del Jimmy se hallaban regados por todas partes, las paredes salpicadas de sangre. Buscó y ahí estaba el desvencijado viejo, sentado sobre la duela, sollozando. Entre sus manos sostenía la cabeza del pobre infeliz; -“no había necesidad de todo esto, hombre… no había necesidad…”-.

-“Hoy creí verla… fue cuando regresábamos del rancho del Rizos… íbamos rumbo al puente y por una de las calles del centro vi su silueta… regresé, pero ya no estaba… supongo que le es fácil desaparecer… yo lo sé bien…”-.

A pesar de los magníficos resultados obtenidos de su reunión con los jefes de la maña, Andrés no se sentía bien. Andaba malhumorado y apenas si contestaba con monosílabos las entusiastas alharacas de sus compinches. Faltaba poco para que amaneciera y ya se preparaban para ocultarse de la luz del día. Andrés añoraba tanto ver el sol. Extrañaba aquellos días cuando su papá lo llevaba al pueblo a comprar el mandado y regresaba renegrido de tanto quemarse. Eran tiempos tranquilos; días en los que Reynosa no era mas que un pueblito de ésos que salen en las películas de vaqueros.

Entró a su habitación y pudo ver como los primeros rayos del amanecer se reflejaban en las calles casi vacías. Apenas se iba a acostar cuando el Veneno entró todo agitado; -“patrón… disculpe que lo moleste, pero ahí los buscan…”-. Andrés vio la mirada del sicario y no necesitó escuchar nada más. Salió corriendo y al llegar a la sala se detuvo bruscamente. Ahí parada frente al balcón, estaba Violeta. Su Violeta. –“Nunca me vas a dejar en paz, Andrés…”-. Dijo la jovencita mientras avanzaba unos pasos rumbo a la luz, dándole la espalda. –“siempre vas a estar ahí… presente… constante”-. Tulio y Veneno sólo cruzaban miradas de desconcierto. Andrés intentó acercarse; -“Violeta… escúchame, por favor… yo también tuve una familia, una vida… créeme, no ha sido fácil… y te juro mi amor, que si pudiera volver el tiempo, nunca te hubiera traído a éste mundo de oscuridad y muerte…”- el pálido joven cayó sobre sus rodillas y sus ojos enrojecieron. El olorcito a carne quemada anunciaba que el sol comenzaba a chamuscar las puntas de los pies de Violeta, pero ella ni gestos hacía. –“No entiendes… yo adoraba los días soleados, los parques… yo soñaba con ser maestra… salir con los niños al patio a jugar, a correr… no puedo más… no sirvo para vivir en las penumbras…”- el vampiro no encontraba las palabras que la reconfortaran. Sabía que cualquier cosa que dijera sonaría estúpida y la certeza de sentir la perdería, le hizo detenerse. Y ahí se quedó; callado, sin moverse, escuchando las palabras de Violeta sin siquiera reparar en el significado de las mismas. Rayos de sol perforaban la humanidad de la muchacha. Ella cerró los ojos y se lanzó al vacío. Una silueta de fuego adornó por unos breves instantes la aburrida mañana. Al piso sólo llegaron algunas cenizas y trozos de cristal. Arnulfo miró al suelo. –“Chin, otra vez estos cabrones aventando basura…”-.



Continuará........

19.11.08

Sola...

Teté Tovar


Llega y ahí la ve, sola, tumbada en la cama así como en descuido. Iba a acercarse a besarla pero algo lo detuvo, se quedó ahí parado en la puerta admirando la tranquilidad con la que ella dormía, respiraba. Sus ojos cerrados, perdidos en un mundo paralelo. De pronto ella se movió, sólo se dio la vuelta para continuar durmiendo profundamente. Él dio un brinco sorprendido, sus movimientos lo inquietaban, lo excitaban siempre. Al verla recordó cuantas veces sus manos han recorrido esas curvas que ahora se asoman entre las sabanas. Sus pechos pequeños, delicadamente blancos coronados por ese botón rosado. Tantas veces entre sus labios, tantos momentos entre sus manos. Ella dio un largo suspiro, él no quiso despertarla. Decidió quedarse ahí, continuar velando su sueño. Ese sueño tan ajeno a todo lo que pasaba por su mente. Él no podía evitar recordar la tarde en que la hizo suya por vez primera, cómo ella temblaba en sus brazos, él nunca supo si era miedo o tan solo una reacción de excitación. La arropó entre sus brazos y suavemente la llenó de él. Se dejó llevar por ese momento, todo en su mente dio vueltas y sintió que en su vida se iba en ello.

Habían sido tantos momentos postergados que al llenarse uno del otro, los suspiros se juntaron con la ansiedad de saberse al fin plenos y compartidos. El tiempo se detenía cada vez que la veía dormir. Por más que abría su mente, no entendía cómo podía excitarlo así, de esa forma tan loca. Ahora sus caderas asomaban entre la sabana, sus piernas tenían en medio una almohada, siempre dormía así, medio de lado medio boca abajo. Esto hacia que sus caderas quedaran a merced de la voluntad de él, aún así se resistió a perturbar su sueño. Respiró hondo y profundo para tratar de controlar su pasión que crecía con solo verla. Volvieron a su mente las imágenes que atesoraba de cada vez que estaba íntimamente con ella, como la desnudaba lentamente besándola poco a poco, buscando lugares nuevos, recovecos escondidos. Le encantaba erizar su cuerpo acariciándola mientras besaba cada centímetro de piel, después de esta tierna tortura se tumbaba sobre ella y entraba en su mundo. Moviéndose con suavidad, fundiéndose con su alma formando una aleación lenta y cálida. Siempre el deseo lo inundaba y su sutileza se volvía impaciente, sus movimientos rápidos, urgentes. Ella se arqueaba para unirse más a él, sus manos lo tocaban como si su cuerpo las quemara. De pronto todo era silencio, sólo quedaban sus cuerpos, húmedos uno del otro, llenos del placer más etéreo, más dulce.

De pronto algo la despertó, perezosamente se estiró en su cama, tenía una sonrisa en los labios. Tontamente se sentía plena, satisfecha. Se sentó en la cama y recordó su sueño. Él, siempre soñaba con él. Sabía quién era, conocía su nombre. Pero ignoraba su aroma, su sabor. Talvez no sea un sueño, talvez sólo talvez...

26.10.08

EL PREVENTIVO....... 7a. Parte.


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas


Arnulfo casi no pudo dormir, le inquietaba su fugaz encuentro con el pasado. Se levantó y se preparó el mismo licuado que tomaba cuando se encontraba en plena época de parte madres. Hizo algo de ejercicio; aguantó quince minutos. Sacó un tomo de la vieja enciclopedia y buscó en la letra V, vampiro. La definición no lo sacó de apuros. Lo mejor que se le ocurrió, fue ir con Don Chanito su vecino, a pedirle consejo. El viejo no era precisamente una autoridad en el tema, pero contaba con una vasta colección de películas mexicanas, todas en VHS. Después de escuchar con atención la experiencia de Arnulfo, eligió una del estante; “El Vampiro”, con Germán Robles. Terminaron de verla y salieron al Seven Eleven, a comprar unas cocas. En el trayecto, conversaron sobre la posibilidad de que en el edificio existiera algún ser de ultratumba parecido al de la película; y de ser así, como eliminarlo. –“Pues con estacas mijo… con estacas y chingo de agua bendita…”- Dijo el viejo. Arnulfo asintió. –“Po’s yo creo que es la única Don Chanito…”- Salió de la casa del anciano y fue a la Real Ferretera a comprar las estacas. Como no había medida “caza-vampiros”, compró las que pensó le servirían. De ahí se lanzó a la iglesia de San Judas Tadeo y llenó un galón con agua bendita. Llegó a su departamento y con un cuchillo afiló las improvisadas estacas. Del closet sacó una caja. La abrió y su rostro se iluminó. Tomó su vieja máscara y las mallas. –“Uta, aquí no entro ni con calzador…”- pensó. Se paró frente al espejo y trató de ponerse la máscara. La papada se interpuso. Nada que un buen tijeretazo no pudiera arreglar. Se quitó la camiseta, volvió a verse al espejo y se dio cuenta que su condición física no era la mejor. Pensó que si quería enfrentar a una horda de monstruos sedientos de sangre, tendría que tratar de recuperar algo de sus gloriosos ayeres. Guardó su kit anti-vampiros debajo de la cama y se puso a diseñar la estrategia a seguir. Primero, fue con el vecino y preguntó por su hijo adolescente, ése que practicaba boxeo. Habló con el muchacho y le pidió que en las mañanas le ayudar a recuperar algo de velocidad y fuerza. Luego, del cuarto de tiliches sacó las viejas pesas y las dispuso sobre la sala. Por último, hizo una lista de los alimentos que eliminaría de su dieta. Era un hecho: estaba decidido a descubrir si Andrés era un ser de ultratumba; y de ser así, a combatirlo hasta las últimas consecuencias.


El pobre intento de zeta se revolcaba suplicando por su vida. Juraba y perjuraba que nunca volvería a meterse con ellos, que si le perdonaban la vida, se iría de ahí y nunca más volverían a saber de él. Tenía todo el cuerpo lleno de mordidas. Colgajos de carne sanguinolenta le adornaban la triste anatomía. Cerca de ahí, ocho cuerpos igualmente mutilados yacían apilados, sin vida. Las luces del BMW no le dejaban ver bien. Oía risas burlonas, susurros. Una figura se acercó lentamente. Él intentó rezar: -“y no nos dejes caer en la tentación, líbranos de todo mal…”- Una voz cavernosa lo interrumpió, -“Amén…”-. Un grito ahogado partió la noche, unos dientes se clavaron en su cuello y un chorro de sangre brotó de la yugular. Sus ojos vidriosos contemplaron por última vez la luna.

Al día siguiente, cuando la policía llegó a la escena del crimen, todo el lugar estaba invadido de periodistas. Las cámaras trataban de captar hasta el más mínimo detalle de la matanza. -“¡Puro material de primera plana, chingá!”-, diría alguno. Soldados y elementos de la AFI acordonaron el área. No comentaban nada. Habían visto cientos de ejecuciones, pero nunca nada como esto. Se apresuraron a correr de ahí a los periodistas, pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente, la noticia ocupó los titulares en todos los noticieros y periódicos del país. Todo mundo hablaba de eso. Ésa era la idea. El mensaje había sido enviado y pobre de aquel que no lo entendiera.

-“Así es… pobre del que no entienda o no quiera entender… el mensaje es claro. Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensé. No tardan en llamarme para convocar a una reunión… deben andar bien zurrados; y deberían estarlo… tengo que reconocer que el Veneno y el Tulio se portaron a la altura… pensaba que la falta de acción les había oxidado las ansias, pero no… ahí estaban, arrancando pedazos de carne con la mayor soltura… definitivamente el negocio va a quedar en buenas manos… aunque eso no me mortifica...

Hoy fue una noche muy larga… me siento mal… me desasosiega saber que ella anda en ésas calles... me desespera no encontrarla…”-.

El timbre del teléfono partió el silencio. Veneno volteó a mirar a su patrón, éste le indicó que no contestara. Pasaron algunos minutos y el teléfono volvió a sonar. Esta vez, Tulio atravesó la sala y contestó con su característica voz chillona. –“Es para usted, patrón…”-. Andrés tomó el teléfono: -“Me alegra que sean razonables…”- Colgó y se retiró por el pasillo que daba a su habitación. –“¿Qué le dijeron patrón?”- preguntó Tulio. –“Ya quedó… el viernes, en el rancho del Rizos…”-.

Por las mañanas y por las noches ya comenzaba a sentirse un friecito sabrosón. Ya casi era Diciembre y muchas casas ya lucían los adornos propios de la temporada. El entrenamiento y las cachetadas del vecino ya daban resultados, pues Arnulfo ya no se agitaba al subir las escaleras. Llegó de la tienda, sacó el mandado y lo acomodó sobre la mesa. Encendió la estufa y puso el comal para hacerse unas quesadillas. Se sirvió un poco de coca de dieta y le dio una hojeada al periódico. Apenas iba a la cocina, cuando una noticia llamó su atención. No se trataba de una ejecución cualquiera. Leyó “mordidas de alguna especie de animal” y a su mente vino la imagen de Andrés. Comenzó a sudar y su corazón se aceleró, una leve punzada se le clavó en un costado. Un olor a quemado vino de la cocina, -“¡Chin, las quesadillas…!”-.

Durante todo el trayecto a su trabajo, Arnulfo ya no pensó en vampiros ni en seres de ultratumba; otra cosa le inquietaba. Recordó los buenos tiempos, a sus padres, a Rosita. Cerró los ojos y escuchó clarito las ovaciones. Pronto, los recuerdos fueron reemplazados por sentimientos de culpa. Luego vino la calma. Pensó en la posibilidad de que todo esto que estaba pasando, no fuera más que una señal del cielo, una oportunidad. La oportunidad de reconciliarse con su pasado, de redimirse. Una extraña euforia le invadió. Sintió una paz reconfortante. Buscó dentro de su mochila y sacó la máscara; un destello anaranjado iluminó el interior del camión. Un niño de unos cinco años que iba a dos asientos, volteó maravillado. El Preventivo lo miró y añoró haber tenido otra vida, hijos quizá. Se acordó de cuando era chiquito y soltó una carcajada. El “garrapato” ya era un “garrapatito”.


Continuará......

18.10.08

Ese misterio...

Teté Tovar

He escuchado hablar de ti antes, dicen que tienes un poder oculto, una fuerza que hace que ocurran cosas extrañas a tu lado. Me contaron que alguien te escondió debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia, alguien te llevó y te dejó ahí. Como cada noche de sábado, en medio de la penumbra vengo a verte; desde la primera vez quede prendado de tu brillo, bajo la tenue luz de la luna que entra por una de las ventanas superiores del campanario. Estoy contigo hasta los primeros rayos de sol, hasta que el sueño está a punto de vencerme.

La última vez que te vi, había pasado tres días buscando tu rastro en el pueblo. Pregunté a todos por ti, esperando que alguien me diera una respuesta. Pero sólo me evadían, doña Juventina me contaba que un hombre te había tomado de ahí, de la puerta de la iglesia una tormentosa noche de verano. Cuenta que nadie quiso tocarte pero todos te veían con curiosidad, con una extraña mezcla de deseo y adoración. Dicen que el padre salió a ver porqué había tanto alboroto, que se molestó al ver a todos reunidos ahí a esas horas de la madrugada y bajo aquella tormenta cuyos rayos parecían hacer eco a la furia del padre, que intentaba despejar el atrio de su iglesia. Te arrebató de las manos de don Esteban y te llevó dentro, te colocó cuidadosamente sobre altar, y se quedo inmerso viéndote, admirándote, perdiéndose en tu fulgor. Cada quién tiene su historia.

Los días fueron pasando y la gente preguntaba al padre por ti, querían verte. Alguien dijo que eras milagroso, que si te pedían un favor prometiendo una manda, cumplías. Otros me contaron que estabas lleno de maldad, que tu encantamiento no podía ser cosa divina, que eras siniestro. El padre hacia como si nunca hubieras existido, simplemente no respondía cuando preguntan por ti, se hacía el sordo. Doña Lupita y Doña Juventina le insistían a diario, después de cada confesión, preguntando tu paradero le respingaban que era de alta necesidad verte. El hacía como que no escuchaba nada. “Este padrecito nomás no entiende la urgencia d’una, ¡ne’cito saber que pasara con el trabajo de mi viejo!, claro a él no le preocupa porque no tiene hijos” decía doña Lupita; “Claro que no los tiene ¡sería pecado si los tuviera!”, exclamaba sorprendida doña Juventina. Las dos continuaban hablando mientras salían de la iglesia quitándose las mantillas de sus santas cabezas. El padre había escuchado toda la conversación, mientras terminaba de quitarse la sotana para ir a buscarte, “tengo que verlo, necesito verlo” repetía para sí.

El padre, en su afán de guardarte y ocultarte de la vista de todos, ha cerrado la iglesia por completo durante las noches. No he podido llegar a ti, ya he intentado entrar por las ventanas del campanario pero es arriesgar mi pellejo. Lo más cerca que puedo estar de ti es en las escaleras del atrio. Ridículamente he derramado lágrimas por ti, no logro comprender y mucho menos controlar esta necesidad de ti. De pronto, al recargar mi cabeza en la puerta ésta se abrió un poco, rechinando como fierro viejo, parecía que se quejaba y me invitaba a pasar. Me escabullí lentamente, intentando no hacer ruido al pisar sobre las viejas losetas de barro. Llegué a tu escondite y para mi sorpresa, no estabas ahí, triste volví mis pasos, de pronto sentí una presencia, voltee rápido pero no había nadie. “Figuraciones mías” pensé “es tanta mi desesperación que veo cosas” continué diciéndome para tranquilizar este corazón debilucho que dios me dio. Iba a salir de la iglesia cuando decidí buscarte, ya estaba dentro, lo que sucediera era extra. Caminé lentamente por el pasillo central, respetando como siempre el lugar, subí, busqué en el sagrario y para mi sorpresa estabas ahí, tan misterioso, tan místico, brillante y enigmático como siempre, ese color tuyo tan negro, tan penetrante. Te tomó en mis manos y se escucha un ruido detrás de mí, de un brinco estoy debajo del altar, el padre pasa a un lado de nosotros y va hacía el sagrario, se da cuenta de que no estás. Se escucha su grito “¡No!”, se ahogo en un sollozo. Pasó corriendo y se perdió en la oscuridad. Salí de ahí contigo en mis manos, te llevé a casa y tanta emoción agotó mi cuerpo dejándome caer en un sueño profundo.

Me despertó el alboroto afuera, “No puede ser, dicen que ha desaparecido” decía Doña Jovita. “Esto no puede traer más que desgracias” sollozaba doña Lupita. En medio de todo esto el padre llamaba a misa dando campanadas alocadas, todos caminaban apresurados rumbo de la iglesia. Al entrar tras toda esa gente, el padre estaba de pie frente a todos con las manos en alto vociferando “si alguno de ustedes lo ha tomado, tiene que devolverlo, sólo traerá desgracias a quien lo posea, Dios está muy molesto” decía mientras su rostro enrojecía. Decidí salir de ahí, no fuera a ser que se dieran cuenta que te tenia conmigo. Llegué a casa lo más pronto que pude y para mi sorpresa había una carta sobre la mesa, “es raro” pensé “la puerta estaba cerrada” te deje sobre la mesa y tome el sobre, lo abrí con manos temblorosas y leí de un vistazo lo que decía, “tengo la mala fortuna de ser portadora de la triste noticia” leí en mi mente “tu estimado tío ha muerto dejando en el desamparo a dos hijos que a partir de hoy serán tuyos” tragué saliva “no tienen a nadie y es la voluntad del tío que vayan a tu lado para que hagas con ellos lo que él hizo contigo, darte abrigo, educación y alimento” caí de golpe en la silla, cómo podría yo hacerme cargo de ellos si a duras penas podía hacerlo solo. Esperaré a que lleguen. Escuché un ruido que venía de afuera, me asomé por la ventana y mis animales estaban muy inquietos, salí a verlos y para mi sorpresa uno de ellos estaba muerto, los demás caminaban ladeados como si no pudieran mantener el equilibrio, intenté en vano averiguar que pasaba, los minutos pasaban y ellos iban cayendo uno a uno. No quedó uno vivo.

Desolado entré en mi casa dispuesto a escribir una carta, avisando a mi hermana que no podía hacerme cargo de mis primos. Apenas iba a hacerlo cuando tocaron ami puerta, era el padre, se veía acongojado, desesperado. “Sé que tenías un interés especial en ese rosario” me dijo casi en un murmullo, “pero si lo tomaste debes devolverlo” continuó, “está maldito y su lugar es cerca de dios”. Guardó silencio unos eternos segundos y prosiguió, “ese rosario tiene su historia que no debe ser contada para que no se perpetúe, su lugar es dentro de la iglesia, sólo ahí deja de tener maldad” dijo mirándome fijamente esta vez. Se levantó y se fue, afuera se escuchó un bullicio enorme “¡padre, padre, venga rápido es doña Lupita, se nos muere!” el padre corrió tras ellas tan rápido como se lo permitió su sotana. Al llegar ya era tarde, doña Lupita ya había fallecido. Todos en el pueblo la lloraron, todos excepto yo, en realidad me importó un comino su muerte, yo tenía otros problemas. Desde que te lleve a mi casa las cosas fueron empeorando, gasté mis pocos ahorros en medicinas para los pocos animales que me quedaban, pero todo fue en vano. Me quedé sin nada. Los días fueron pasando y en cada hogar del pueblo se fue dando una desgracia, mientras tanto el padre continuaba buscándote y yo escondiéndote, eras tan hermoso que no podía ser que todo lo que sucedía fuera tu culpa, “todo era casualidad” me repetía para convencerme.

Una mañana vino doña Jovita, llorando me decía “mijo, el padre está muy mal, habla solo todo el tiempo, ya ni siquiera oficia misas” continuó, “todo desde que ese rosario desapareció, daría mi vida porque volviera”, dicho esto tomó mis manos como sabiendo que yo lo tenía “ojala puedas ayudarnos a encontrarlo, creíamos que era bendito pero nos hemos equivocado, es tan oscuro como su color”, dicho esto salió de mi casa tristemente. Fui a buscarte ahí en donde te tenía escondido, nuevamente tu brillo me envolvió completamente, al mirarte desaparecía cualquier pensamiento, mi mente parecía en pausa, sentía que todo estaba y estaría bien. Cuando esa noche dormía, mi mente aclaró muchas cosas, tenían razón, estabas maldito, la prueba estaba en mi granja, todo moría desde que llegaste. Al amanecer decidí que te devolvería a la iglesia. Quizá ahí no harías más daño. Fui a buscarte y ya no estabas más. Busqué y busqué por toda la casa y nada. Lo extraño era la paz que parecía llenar el lugar. Salí a la calle a buscarte despistadamente, para mi sorpresa todo estaba muy pacifico, muy “normal”. Doña Jovita sonriente me dijo “mijo ya volvió a su lugar, todo estará bien ya verás”, me dijo al pasar a mi lado. Continué mi camino apresurando mis pasos rumbo a la iglesia “¿quién pudo haber entrado a mi casa en medio de la noche sin que yo me diera cuenta?” me preguntaba, “¿en que momento te robaron?”; llegué a la iglesia y para mi sorpresa, el padre estaba dando un sermón, alegre sin regaños, como nunca antes. Al verme sólo me sonrío como diciendo “ves, todo ha vuelto a la normalidad”.

Han pasado algunos años, un niño sentado afuera de la iglesia en la plaza juega contigo. Ya los años han hecho de mí un guiñapo, me ha sorprendido verte enredado en unas manos tan inocentes. Intento acercarme pero estoy demasiado cansado, no puedo imaginar lo que le espera a ese niño como tampoco sé quién te ha dejado tan a la vista como para que te haya encontrado. A mis años ya que importa, las cosas no podrían estar mejor o peor. Tú sigues siendo enigmático, tus cuentas siguen siendo de ese negro misterioso. Algún día se podrá contar la historia del rosario negro, ese que fue encontrado debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia…







EL PREVENTIVO....... 6a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas




"Todavía recuerdo la noche en que la conocí. Era invierno. Recién había cumplido los quince años. Se veía mayor. Rara combinación de inocencia y malicia. Fue en un bar… ¿o en el Frida’s? Ya ni me acuerdo. Lo que sí recuerdo son sus ojos. Razón suficiente para verla como algo más que un simple bocado. Ésa noche había peleado con sus padres por alguna tontería. Enojada, escapó por la ventana y se fue de parranda con sus amigos. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Quizá ahora sería toda una profesionista o estaría casada. Pero no. Su destino era pertenecer a la oscuridad eterna. Como yo. Como todos nosotros.

Luego vino hacia mí. Bastó con una mirada. Yo ordené una botella de tequila y ella se condujo como si tuviera miles de kilómetros recorridos. Me divertía su presunta experiencia. El alcohol en su cerebro hizo que ni siquiera reparara en mi palidez. Pronto nos deshicimos de sus amigos, de mis compinches, y quedamos los dos. Es fácil impresionar a una niña de quince. Un par de botellas, un paseo en un auto lujoso y listo. Lo próximo que supe fue que estaba desnuda en mi cama. Totalmente expuesta. Sus piernas abiertas, y yo al borde de la cama. Contemplándola. Jamás pensé que encontraría la imagen de la perfección en una simple maraña de vellos. La verdad me equivoqué. La perfección estaba debajo, en ésos labios que besé no sé cuantas veces. En ése olor, mezcla de orines, ácido y cielo..."


Ya era casi de madrugada. Arnulfo experimentaba una paz que hace mucho no sentía. Tomó una libreta del cajón de su escritorio y escribió su lista de resoluciones, estaba decidido a cambiar. Dejaría la bebida y trataría de ponerse en forma. En eso estaba cuando un ruido lo sacó de concentración. Del otro lado del edificio, por el pasillo, alcanzó a ver que la puerta de servicio se balanceaba. Le extrañó, ya que nadie usaba esa salida, excepto él. Tomó su gas pimienta, un bate de béisbol que usaba como macana y caminó lentamente hacia el pasillo. Alcanzó a escuchar algo que se arrastraba detrás de la puerta, dio un paso más y el ruido cesó. Se detuvo, otra vez su corazón latía acelerado. Abrió la puerta muy despacito, procurando no hacer ruido, pero para su mala suerte las bisagras estaban muy oxidadas. Al darse cuenta del escandalazo, cerró inmediatamente… el terror le invadió… cerró los ojos, el sudor comenzó a escurrir por sus sienes… le faltaba el aire… algo del otro lado trataba de forzar la puerta, se detuvo… pasaron algunos minutos, no pudo contener la curiosidad y se asomó por la cerradura… no veía nada… a lo lejos alcanzó a ver una camioneta estacionada, con las luces prendidas… trató de ver más allá… un ojo inyectado en sangre le miró del otro lado… Arnulfo tuvo un sobresalto, perdió el equilibrio y cayó al piso… algo intentó forzar la cerradura… los arañazos aumentaron… Arnulfo se levantó y corrió como pudo hacia el vestíbulo… llegó casi sin aliento... los ojos cerrados… las manos en las rodillas… -“Arnulfo…”- la voz le asustó aún más y cayó sobre sus nalgas, levantó la mirada, ahí estaba Andrés mirándolo fijamente. Le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse, la sintió helada, la soltó de inmediato y dio unos pasos hacia atrás. Bajó la mano hasta su cinturón para tomar el gas pimienta, pero no lo encontró. Miró al suelo buscando, Andrés se acercó un poco. –“Tranquilo don Andrés… no se acerque…”- La palidez del joven era mas evidente bajo la luz, sonrió dejando ver unos grandes colmillos. –“No tengas miedo Arnulfo… no te va a pasar nada…”- el pobre ex luchador se desvaneció. Todo se puso negro…

-“Arnulfo, Arnulfo… no reacciona oiga… yo creo que mejor llamamos al 911…”- decía alarmado el portero, que lo había encontrado ahí tirado. Arnulfo abrió los ojos y vio varias caras conocidas escudriñándolo. Se levantó y se disculpó. No lo querían dejar ir hasta que llegar la ambulancia, pero él era muy terco. Agarró sus cosas y se fue corriendo, alcanzó a gritar: -“¡No se preocupen, estoy bien… ah, y voy a seguir trabajando… a la noche nos vemos!”- todos se vieron entre si, no comentaron nada y siguieron con sus ajetreadas vidas.


Una figura sombría miraba el panorama desde un departamento en lo alto de un edificio. Su mirada triste, flanqueada por unas espesas ojeras, contemplaba el ir y venir de luces por la calle Diez. –“Su recuerdo me persigue y no me deja vivir. Ya no aguanto más. Esto está a punto de estallar. Hoy va a arder Reynosa… y toda la región. Voy a sembrar el terror a diestra y siniestra. Ya estuvo bueno. Estos narquitos de mierda van a conocer quien es su verdadero patrón… a últimas fechas han hecho lo que han querido, pero no más. Piensan que todo lo pueden, que son inmortales. Se equivocan, aquí los únicos inmortales somos nosotros. Ya no me importa nada: ni conservar el equilibrio ni mantener el poder. Lo que tengo es una rabia que no puedo controlar… el orden va a volver… comenzará una nueva era de prosperidad y la única violencia que existirá será la que nosotros ejerzamos... no más muertes sin sentido ni balaceras a lo pendejo… mi gente quedará a cargo y yo me iré para siempre… no volverán a saber de mí… empezaré una nueva vida, pasaré desapercibido. Sólo mataré para alimentarme, nada más. Voy a seguir el consejo de mi compadre… por cierto, ¿Qué sería de él?... lo último que supe fue que se iba a buscar al amor de su vida… al menos eso decía él… pobre, padecía del mismo mal que yo… espero que le haya ido bien… en fin, vénganos tu infierno…”-.



11.10.08

EL PREVENTIVO........ 5a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


Veinte años después…

El sol se colaba inmisericorde por la raída cortina. Hacía mucho calor y el sudor escurría por entre las lonjas de Arnulfo. Hacía mucho tiempo que había perdido la condición de atleta. Ahora el deportista se ocultaba debajo de una gruesa capa de grasa y los estragos ocasionados por su rampante alcoholismo eran demasiado evidentes. Le costaba trabajo caminar. No era muy viejo, pero la mala vida le pasaba factura cada que podía. Vivía en un departamento de un madreado multifamiliar de la Cañada. Era lo único que poseía. Esa pocilga y sus recuerdos. Trabajaba de portero en un elegante edificio, en McAllen Texas. Todos los días cruzaba y ya amaneciendo regresaba, sólo para emborracharse hasta perder el conocimiento. Luego se levantaba crudo y tragaba como animal. Ya pardeando se iba a cruzar el puente. Todos los días lo mismo. Desde hacía mucho tiempo sobrevivía gracias a la caridad de algunos de sus antiguos admiradores. Uno de ellos le había conseguido el trabajo en aquel moderno edificio de apartamentos.

Diariamente Arnulfo llegaba muy puntual; directito al lavabo, a darse un baño vaquero. Frente al espejo ensayaba su cara de baqueta y algunos gestos muy parecidos a una sonrisa. Iba y se sentaba en un banquito, a disfrazar su miseria de cortesía y amabilidad. –“Buenas noches, mister Jones… ¿cómo le va Doña Isabel, le ayudo con el mandado?”- Siempre repetía las mismas frases, con la misma tonadita gastada. De vez en cuando se ganaba algún dinero extra lavando los carísimos carros de los inquilinos; algunos ni siquiera conocían su nombre, pero hasta eso, lo trataban bien. A veces, uno que otro le regalaba lo que le sobraba de su comida. Arnulfo se había convertido en la mascota perfecta, calladita y obediente. No le pagaban mucho, pero bien le alcanzaba para cubrir sus más básicas necesidades: comida, servicios y pisto. Era una vida austera, con algunas carencias, pero era lo suficientemente cómoda como para irla llevando. La verdad es que a estas alturas, Arnulfo ya no tenía motivación alguna. Sólo quería ir sobreviviendo, y si el final le llegaba pronto, pues que mejor. Por eso se ponía ésas borracheras; con la esperanza de que algún día un carro lo atropellara. O quizás el tren. Ya lo había pensado antes….

-“Que hueva… otro día más… y que pinche cruda…”- Arnulfo apenas si se pudo levantar, pero eso no era raro, todos los días pasaba por el mismo martirio. Fue hacia la cocina y se sirvió una taza de un café de hacía tres días. Miró por la ventana y vio que era un día normal, como cualquier otro. Meditó sobre cuanto tiempo más tendría que pasar para que su miseria terminara. Luego pensó en ella; como todos los días, todas las horas. Hasta la más insignificante de las cosas le recordaba a Rosita. El dolor ya le era familiar. No era un dolor punzante, al contrario, era un dolor manso, quedo, de ésos que no te matan pero que duran toda la vida. Había aprendido a vivir con él. Era su amigo, su única compañía. Salía del departamento y no se sentía solo. Iba a la cantina y era lo mismo. Hasta le había puesto nombre: “el garrapato”. Ése día en particular lo sintió diferente, un poquito mas fuerte que de costumbre; no le dio mucha importancia, o más bien si. Arnulfo decidió que ése sería su último día sobre este mundo. Iría a trabajar, regresaría y ya borracho, se tendería en las vías del tren. Estaba decidido.

"Otra noche perdida. Ya son casi diez años. He recorrido todas las calles y barrios de Reynosa mil veces y nada. Sé que sigue ahí pero, ¿en dónde? Es increíble que no haya podido dar con ella. Siento su aliento, sus latidos. Sé que sigue viva. Tiene que estarlo. Estoy tan cansado. Ya no quiero ir a buscarla; y sin embargo, no me puedo detener. A estas alturas sólo vivo por ella. Otra noche solo. Ni siquiera he comprado muebles para el departamento. Así se ve mejor. De ésa forma, si un día vuelve a mí, no va a haber nada que distraiga su mirada. Entrará por la puerta y me mirará directamente a los ojos. Yo trataré de mantenerme ecuánime, pero el sentimiento me vencerá. Extenderé mi mano hacia ella y vendrá corriendo hacia mí. No diremos nada. Ni una sola palabra. Nos amaremos y ya. Sin reproches. ¿Qué le puedo reclamar? Si somos una misma persona. Ella es mi creación. Lo mejor que he realizado en mi paso por este mundo de mierda... no tardes tanto, mi amor".

Llegó al edificio mas temprano que de costumbre. Iba bien bañadito y con sus mejores garras: el pantalón Docker’s que le había regalado uno de sus patrones, una camisa que estaba a punto de dar el botonazo, y sus botas bien boleadas. Saludó a todo mundo con inusual alegría y a cada uno le iba diciendo que ése sería su último día en el trabajo. Algunos ni se inmutaron, otros lamentaban el hecho, pero la verdad es que a final de cuentas les daba igual. Empleados iban y venían. Aún así, Arnulfo no se amilanaba, ya se había acostumbrado a la indeferencia de la gente.

Ya casi anocheciendo, Mr. Jones le indicó que ésa noche tendría una cena con amigos y le pidió que se hiciera cargo de estacionar los carros de los invitados; Arnulfo aceptó con la condición de que le regalaran una botella de whiskey. Llegó la hora, y Arnulfo ya estaba listo; unos minutos antes había ido al baño a echarse agua en el pelo y a ponerse desodorante, luego se paró afuera de la recepción con las manos a su espalda y la panza sumida. Le dio risa. Los invitados fueron llegando, él se acercaba y abría la puerta del auto deshaciéndose en reverencias y saludos. Apenas iba a sentarse a descansar un ratito cuando una Escalade se estacionó. Ya le dolían las piernas. El chofer de la camioneta bajó y abrió la puerta trasera. Arnulfo no hizo más que meter las manos en los bolsillos del pantalón y esperó a que bajaran para acercarse y saludar. Dio unos pasos hacia el frente, pero algo le hizo detenerse. Conforme la pareja se iba acercando, el corazón de Arnulfo comenzó a latir más rápido. La mujer lo miró detenidamente al pasar a su lado; él la esquivó y tartamudeó un buenas noches. El aire se le escapaba, su vista se nubló y a punto estuvo de dar el cuartazo. Salió con la velocidad con la que sus gastadas rodillas se lo permitieron, tropezó y fue a dar casi hasta la banqueta. Se arrastró y como pudo se sentó al borde. Las ideas no se le acomodaban en la cabeza, sudaba frío, temblaba. No lo podía creer, dudaba de su cordura, pensaba que las dos neuronas que le quedaban le estaban jugando una cruel broma. –“¿Te sientes bien Arnulfo?”- la voz grave le hizo dar un salto. –“Perdone jefe… no lo oí llegar…” se disculpó. –“Ya te he dicho que no me digas jefe… y no me hables de usted, que soy más joven que tu… o al menos eso parece”- El pálido joven sonrió y se sentó a su lado, -“Pero cuéntame… ¿Qué te pasa?... te ves muy mal”- . Ya más calmado, con la mirada vidriosa, Arnulfo contestó: -“Estoy bien don Andrés, no se preocupe… lo que pasa, es que a veces el pasado viene a perseguirnos…”- La mirada helada del joven hizo que Arnulfo se estremeciera, volteó hacia otro lado. –“¿Y que acaso no siempre nos pasa lo mismo?”- le contestó. Un desconcertado Arnulfo se volvió a Andrés para contestarle, pero éste había desaparecido sin hacer ruido. Un escalofrío recorrió su espalda; un miedo raro quiso invadirlo, pero su mente no estaba para eso.

Se levantó para entrar al edificio. Ahí estaba ella; justo en la entrada, mirándolo. Se detuvo y la contempló concienzudamente. Seguía siendo muy hermosa, todavía conservaba las pronunciadas curvas tipo novia de Condorito, ésas mismas curvas que tantas calenturas le acarrearon. Ella se acercó y él pudo oler su perfume, pensó que debía ser muy caro. En un tono muy suave, Rosita le dijo: –“¿Cómo estas Arnulfo…?-. Él quiso abrazarla, pero logró conservar la compostura. –“Bien mija… ¿y tu, como has estado…?”- la tomo de la mano, pero ella la retiró nerviosa, él sintió un peso en el pecho. –“No puedo quedarme mucho rato… dije que venía por algo que olvidé… la verdad es que nunca imaginé verte otra vez…”-. Rosita volteaba constantemente al elevador, -“dime… ¿estas bien?... supe que…”- calló apenada. –“Si, estuve en la cárcel… pero no duré mucho… me sacaron pronto… ¿y él, es tu marido?”-. Al ver la incomodidad en el rostro de Rosita, Arnulfo se inventó un historia propia, más falsa que nuestra democracia, -“No, no mija… no me puede, al contrario, me da gusto… yo también me casé, tengo dos hijos… son muy buenos niños…”-. Ella lo miró y sonrió. –“Que bueno Arnulfo… me tranquiliza el saber que estas bien… y si, me casé a los dos años de irme de Reynosa… él es un hombre muy bueno, nos queremos mucho… tengo una hija, ya esta por entrar a la universidad… de verdad mijo… no sabes el gusto que me da el que estés bien…bueno, me tengo que ir…”- Arnulfo se quedó mirando como ella caminaba rumbo al elevador, corrió a alcanzarla. –“¡Rosita, espera!... necesito decirte algo…”- Ella se detuvo sin voltear. La voz de Arnulfo se quebró al tratar de hablar, -“Rosita… sé que ya es muy tarde… pero necesito decirte algo…me porté muy mal contigo… te hice mucho daño… y créeme, todos los días me despierto maldiciendo el día que te perdí… sé que ya han pasado muchos años mija… pero necesito saber si me puedes perdonar… por favor…”-. Rosita no quiso voltear para que él no la viera llorar, solo dijo: -“Claro que te perdono… puedes estar tranquilo…”-. Las puertas del elevador se abrieron y Rosita subió. Arnulfo cayó de rodillas deshecho en llanto. –“Gracias… gracias…gracias mija… gracias mi Rosita”-. Se levantó y salió corriendo de ahí. El “garrapato” se había hecho mas chiquito.

Ya como a la una, los invitados comenzaron a irse. Arnulfo entregó los autos muy diligente. Rosita salió con su marido, subieron a la camioneta. Bajó y se acercó unos pasos. Arnulfo sonrió al verla venir. Ella le extendió un billete de cien dólares. Él se limitó a sonreír y rechazó cortésmente el gesto, -“No mija… no me hagas esto… todavía me queda algo de vergüenza…”- alcanzó a decir. Ella sonrió y lo besó en la mejilla. Subió a la camioneta y se perdió en la oscuridad de la noche, como hace veinte años. El la vio irse, pero esta vez no sintió la fuerte picadura de su querido “garrapato”. Respiró tranquilo. Ésa noche había recuperado algo.

-“¿Quién era, lo conoces honey?”- Preguntó su marido. –“No era nadie… un antiguo conocido de la primaria al que la vida ha tratado muy mal… solo eso”-. Rosita miró hacia fuera y no dijo nada más.


Continuará......

5.10.08

EL PREVENTIVO..... 4a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


7:11 A.M. DEL DIA SIGUIENTE.

A pesar de todo lo ocurrido la noche anterior, Arnulfo desbordaba optimismo. Muy temprano se había levantado para ir por barbacoa y durante todo el camino planeó la manera perfecta de pedirle perdón y matrimonio a su Rosita. Era un día soleado, de cielo azul y eso le había dado más ánimos. Además, ése día iba a firmar el contrato con la productora y una vez siendo famoso, no tendría que volver a verle la jeta a Carmona. Firmaría un contrato con una compañía internacional y daría el salto a Hollywood, ni más ni menos. El Preventivo pensaba todo esto, al tiempo que le entraba duro a los tacos de harina. Quince tacos y un buen baño después, enfiló a casa de su novia. Al pasar por casa de doña Lulú arrancó una rosa y la escondió entre sus ropas. Dio vuelta a la esquina y pudo ver la casa de Rosita; le extrañó no ver movimiento. Tocó a la puerta y nada. Pasaron unos quince minutos y don Alfredo, el padre de Rosita, abrió. Arnulfo sintió inmediatamente como la mirada de fuego del viejo se le clavaba y agachando la cabeza dijo: -“Buenos días don Alfredo… ¿esta Rosita?”- La severidad amainó y una lágrima se acomodó al borde del ojo del pobre Don Alfredo, que respondió: -“Que bárbaro mijo… ¿pero que hiciste muchacho? ¡¿Qué hiciste?!...”- Arnulfo se paralizó al darse cuenta que su suegro estaba al tanto de los hechos de la noche anterior y no pudo pronunciar palabra, sólo dejó escapar un tímido balbuceo. –“Rosita se fue a Houston con sus tíos… y no creo que vaya a volver… ¿entiendes?, ¡m’ija se fue y no va a volver!...”- El anciano ya no pudo contener las lágrimas y cerró tras de si la puerta. Arnulfo se quedó quieto durante horas, hasta que el sol le empezó a calar; entonces dio media vuelta, apretó los puños y se fue de ahí.

No dijo palabra alguna. Sólo entró a su cuarto, tomó su máscara anaranjada, se la caló y salió con rumbo desconocido.

8:52 A.M.

Todo pasó muy rápido, según los empleados del hotel. Otros dijeron que había sido casi como ver una película, con escenas en cámara lenta y toda la cosa. En lo que todos concordaban era en la brutalidad del Preventivo. Su fuerza era impresionante. Repartió golpes y llaves a diestra y siniestra; entró a la habitación de Carmona y lo golpeó hasta que se cansó. Luego lo levantó en vilo y lo lanzó desde el tercer piso. Cuentan los del Semefo que del impacto, un ojo del productor había saltado dos cuadras, hasta caer en la taza de café de uno de los vecinos. Buen material para el “Alarma”, sin duda.

“¿Por qué será que los malditos barandales no soportaron?... ¿Qué no se supone que están hechos con toda la mano?... pinches trabajos mal hechos… si la verdad yo no quería matarlo… sólo quería darle una buena madriza y meterle un buen susto por haberse pasado de lanza con Rosita, con mi Rosita…”, pensaba Arnulfo mientras iba en la parte trasera de la patrulla. Todos los compañeros que habían participado en la detención, lo miraban con pena y trataban de reconfortarlo, uno hasta le llevó una coca. Luego el comandante, en un acto desesperado, sugirió un plan para echarle la culpa a un indigente; pero no. Arnulfo era un buen hombre y un mejor policía. Apechugó todo el penoso proceso, el acoso de los medios y la burla de la gente; de toda ésa misma gente que antes lo había idolatrado. Pero todo eso no le afectaba. Le dolía la pena que le ocasionaba a sus padres, pero sobre todo, el haber perdido al amor de su vida. Aún así, un grupo de empresarios de la localidad se reunió y lograron sacarlo de la cárcel apenas cumplidos siete años de la sentencia.

Al salir, las cosas habían cambiado mucho. Ya nadie lo recordaba y apenas si se había convertido en una anécdota. En algunas cantinas todavía se hacían chistes a sus costillas, pero las máscaras anaranjadas desde hacía mucho tiempo, no estaban a la venta. Arnulfo recorrió penosamente las calles que tantas veces le vieron transitar a paso triunfante. Llevaba la mirada en el suelo, iba avergonzado. Llegó a su colonia donde algunas gentes trataron de saludarlo, pero él no respondió. Abrió la puerta de su casa; todo se veía viejo, descuidado, sin luz. Su mamá había fallecido hace un año y su papá estaba postrado en cama, ya casi al borde del pozo. Entró al cuarto y vio al viejo dormido; no lo quiso despertar. Se sentó en un viejo sillón y se puso a llorar hasta que el sueño lo venció.

El ruido de una muchedumbre lo despertó… afuera se oían gritos y porras... Arnulfo se asomó y apenas abrió la puerta, una ovación ensordecedora estalló… ahí estaban todos: sus compañeros de la policía, su manager, sus vecinos… él miró sus manos y en ellas estaba la reluciente máscara naranja… volteó a ver a la gente y una muchacha se fue abriendo paso; no la alcanzaba a mirar bien… sus ojos se abrieron y una sonrisa gigante se le dibujó en el rostro; era Rosita… -“¡Arnulfo!”- una voz se escuchaba a lo lejos… Rosita se acercó hasta donde él se encontraba y le plantó un beso en los labios; lágrimas de felicidad rodaron por las mejillas del luchador… -“¡Arnulfo!”- otra vez la voz, pero más cercana… no lo podía creer, todo volvía a ser como antes… -“¡Arnulfo, hijo!”- el grito del viejo hizo que Arnulfo diera un brinco. Que triste puede ser la realidad. Todo había sido un sueño.

Se acercó a su padre sólo para verlo dejar escapar el último aliento. No lloró. Se quedó callado. Se acomodó de vuelta en el sillón para ver si podía volver a ése sueño tan bonito del que había despertado. Total, no corría prisa. Despertando llamaría a Valle de la Paz...


Nada


Porque nada es poco...
y mucho es nada.

regreso luego para volver a contarte una historia...

paciencia, sólo eso...

Teté Tovar

27.9.08

EL PREVENTIVO..... 3a. Parte.


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas


4:27 P.M.

Poco después del arrollador triunfo de Arnulfo, él y su familia se dirigieron a una comida que les organizaron los vecinos de su colonia. Hubo cabrito en salsa y en sangrita, carne asada, frijoles a la charra, arroz, tortillas de harina y ríos de cerveza. Ya cuando pardeaba, la mayoría de la distinguida concurrencia se hallaba con media estocada dentro. En la mesa de honor, Don Epigmenio Carmona y Don Cipriano flanqueaban a su futura estrella. Un entusiasmado Arnulfo, seguía con atención las palabras de Carmona mientras sus ojos contemplaban el plato de cabrito casi lleno. –“Vas a ver muchacho, yo te voy a convertir en una estrella, ¡que Santo ni que la chingada!, vas a ser rico y famoso, las mujeres te van a perseguir a montones y tus películas le van a dar la vuelta al mundo; ¡nos vamos a hacer ricos, chingao!, ¡salud!”-. Los ojos del productor centelleaban cada que de sus labios salían elogios para el Preventivo; y más lo hicieron cuando llegó Rosita. Arnulfo se levantó de inmediato y besó a su novia. La mirada lasciva de Carmona trataba de adivinar las curvas bajo el vestido floreado, casi transparente de la curvilínea muchacha. Ella sintió la pesadez y se sintió incómoda; quiso disculparse y largarse de ahí, pero la insistencia de los empresarios y la mirada suplicante de Arnulfo, la detuvieron. Así transcurrió el resto de la tarde: entre elogios, litros de alcohol y el acoso insistente de Carmona hacia la pobre Rosita. Pronto, llegó la noche.

10:15 P.M.

Apenas pusieron un pie dentro del Imperial y una ovación ensordecedora los recibió. Todo se puso a modo: mesa enfrente de la pista y una botella de Chequers con aguas y hielo, todo por cuenta de la casa. El grupo disparó unas fanfarrias y Arnulfo tuvo que agradecer el gesto saludando a los presentes uno por uno, mesa por mesa. Por supuesto que Carmona aprovechó el momento para lanzarle toda clase de proposiciones indecorosas a Rosita. El viejo gordo y sudoroso se empeñaba en seducir a la muchacha que a punto estaba de vomitar los tacos de fajita. Las manos regordetas manoseaban sus muslos y trataban de ir más allá. Nunca la habían humillado de ésa manera; pero lo que más le podía era que su novio ni las manos metía. Por fin, Arnulfo regresó a la mesa y viendo que el acoso iba en aumento, sacó a su novia a bailar. Los ojos de Rosita echaban chispas del coraje. Nomás llegando a la pista le reclamó airadamente a Arnulfo su total indiferencia. El Preventivo estaba tan aturdido que no podía articular palabra; sólo le pedía paciencia a su novia bajo el argumento de que iba de por medio el futuro de los dos. Cuando dijo esto, Rosita se detuvo de golpe y todo el dolor de su mirada se clavó en la máscara anaranjada. Ella se dio media vuelta, regresó a la mesa y se sentó en el regazo de Carmona, quien no daba crédito a lo que pasaba. Sus ojos se clavaban en los senos de Rosita y sus manos nerviosas acariciaban a la joven. Desde la pista, Arnulfo sentía que la vida se le escurría. Quiso caminar, pero sus piernas no le respondieron. Ahí se quedó, en la pista, completamente solo; mientras en la mesa, Rosita dejaba que Carmona le metiera mano por donde le diera la gana. Del otro lado, el “cubitas” miraba mortificado y desviaba los ojos hacía Don Cipriano, quien ya estaba ahogado de borracho.

Todos los asistentes se fueron yendo y de salida aprovechaban para felicitar a Arnulfo; uno que otro le pedía una foto y éste accedía sin saber bien lo que hacía. Por fin pudo llegar hasta su silla, donde se desplomó pesadamente. Carmona le sonreía como agradeciéndole el gesto de cederle las generosas carnes de su novia. El Preventivo agachó la mirada y así se quedó durante las siguientes dos horas; tiempo que el libidinoso empresario aprovechó para saciar el hambre de su sexo decadente. Rosita tenía la mirada perdida, fija en la pista, donde el grupo ya entonaba algunos tristes danzones. Terminado el trance, Carmona se acercó a Arnulfo y le dijo al oído: -“Tu novia es una muchacha muy generosa, debe quererte mucho… felicidades muchacho, mañana firmas tu contrato”-. Dicho esto, se fue tambaleando, ayudado por el “cubitas”, que apenas si lanzó una mirada piadosa al luchador. Rosita también se dirigió a la salida y paró un taxi; detrás de ella venía Arnulfo corriendo, pero solo alcanzó a ver los ojos llorosos de su novia que se perdía con todo y carro entre las oscuras calles de la zona rosa.

Arnulfo no lo sabía, pero ésa sería la última vez que la vería. El recuerdo de los ojos de Rosita lo perseguiría por siempre...


CONTINUARÁ....


24.9.08

Night - Nite

Teté Tovar

De pronto están ahí, un par de ojos café intenso mirándome fijamente, sonrío y me acerco a ti aspirando tu aroma a sal, a mar. Tus manos se deslizan hacía mi, suben y bajan causando un torrente de sensaciones inquietantes, desconcertantes. Te conozco tan bien, me eres tan familiar que me dejo llevar por tus susurros, por tus murmullos. Apenas empieza a caer la tarde sobre la terraza de madera, las aguas frente a nosotros se entrecruzan como se entrelazan nuestros cuerpos sobre esa cama tan ardiente, tan húmeda de mí, tan apasionante de ti. Los minutos nos van alcanzando y la oscuridad empieza a entrar por la ventana, es intimidante tu desnudez, sólo quiero tocarte pero mis manos se derriten antes de alcanzar la tersura de tu piel. Esta cama es tan grande, tan inmensa que siento que me voy perdiendo en ella entre gemidos que no se callan, entre las sabanas que se enredan entre nuestros cuerpos ávidos de sudores, ansiosos de caricias, deseosos de llenarse uno del otro. El viento quiere entrar, golpea y golpea las ventanas como queriendo compartir tus labios sobre mi boca, tan suave roce, tan fresca sensación. Mis manos sobre tu espalda, acariciando tus sensaciones, buscando tus emociones. Me buscas en la obscuridad, en estas tiniebla que nos rodean. Sonríes en la penumbra y me dices que quieres verme, te contesto que me aspires, me absorbas, que sientas lo que provocas en mi. Me abrazas y entras en mí lentamente, como si la rapidez no existiera. La lluvia comienza a caer sobre la arena allá afuera, la moja lentamente. Igual empiezo a sentir que sientes, a compartir lo que deseas, paso mis manos por tu cabello que brilla un poco en esta oscuridad que nos rodea. Tu aroma, quiero adivinar tu aroma escuchando tus gemidos, tus medias palabras entre bocanadas de aire.

La oscuridad ha caído por completo entre nosotros, ha penetrado cada pequeño recoveco que queda entre tú y yo. Me pego a ti lo más que puedo, quiero sentir tu tibieza, necesito creer que estoy aquí contigo después de tantos momentos, después de todo este tiempo, después de tantas palabras. Sigues dentro de mi alma, de mis sensaciones, pretendes dejarme pero no puedes, sigues sintiéndome tan cerca de ti que sólo puedo percibir tu tibieza, tu fuerza. Sigo contigo, estoy en ti, las horas han pasado sobre nosotros. El agua ha dejado de caer afuera, nos invade un poco de serenidad entre tanto rumor, la danza aminora un poco su ritmo, pero no termina. Las caricias, los roces siguen su curso, son como ríos que fluyen libres por tu cuerpo, por tus sentidos. Los aromas nos inundan, a mar, a sal, a todo lo que queda libre después de tantos segundos acumulados. Afuera la noche va cediendo, entre nubes pasan los primeros rayos de sol. Empiezas a aumentar el compás, no puedo emitir palabra, mi sonrisa aflora y mis gemidos emanan de lo más profundo de mis sentidos. Tiemblas, me estremezco, susurras que quieres verme y te digo de nuevo que uses el resto de tus sentidos, pero la vista…la vista guárdala para mañana. Sonríes de nuevo y murmuras…hoy es mañana.

19.9.08

EL PREVENTIVO... 2da. Parte


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


10:51 A.M.

El trayecto al estadio fue toda una romería. La gente estaba formada al paso de la caravana de Arnulfo y compañía. Parecía la visita del papa. Cientos de niños con su máscara naranja, gritaban a todo pulmón mientras llovían papeles de colores y vítores. En un semáforo, una viejita se acercó a la estaquitas Nissan de Don Panchito y le regaló una imagen de la Virgen Del Chorrito a su ídolo. Arnulfo estaba emocionado. Nunca soñó que iba a ser profeta en su tierra. Desde niño esperó este momento de gloria, y ya lo sentía al alcance de la mano; tan nítido.

Era tanto el aglomeramiento, que Arnulfo tuvo que bajarse de la camioneta y aventarse a pie casi doscientos metros. Aquello era algo nunca visto. Épico. El ídolo reynosense llegó al estadio cubierto de flores y medallas de todos los santos. En cambio, el pobre Mil Máscaras pasó desapercibido; ni siquiera mereció un huevazo o una mentada de madre. Nada. En su improvisado camerino, trataba de encontrar una explicación a tanto alboroto. Estaba muy confundido. Muchos dicen que cuando subió al ring, tenía la mirada perdida, como venado lampareado.

La lucha estaba programada para la una de la tarde; sin embargo, El Preventivo vino pisando la lona hasta ya pasadas las dos. El sol caía a plomo, pero la gente ni se movía de sus lugares. En ring side, ya estaban acomodados Rodolfo Carmona y Don Cipriano. El pobre “Cubitas” iba y venía con vasos de cerveza para sus patrones. En fin, todo estaba listo y la gente amontonada en sus lugares. Yo les podría contar lo que sucedió después, pero mejor dejemos que los que saben de eso, lo hagan por mí.

A continuación, una transcripción de un fragmento del audio original, narrado por el doctor Alfonso Morales y Pedro “El Mago” Septién:


ALFONSO MORALES: Muy buenas tardes a toda la República Mexicana… estamos hoy aquí, en la pujante ciudad de Reynosa Tamaulipas, para llevarles a todos ustedes la transmisión de un evento que ha acaparado la atención de los aficionados al arte del pancracio… me permito saludar a mi amigo y compañero, Don Pedro “El Mago” Septién…


PEDRO “EL MAGO” SEPTIÉN: Muchas gracias doctor… Así es, hoy estamos aquí en esta ciudad fronteriza para presenciar un hecho histórico e irrepetible… porque, déjeme decirle doctor… la lucha es más que un simple choque de gladiadores… es espectáculo de masas, es circo aéreo, es la conjunción entre la realidad y la fantasía, entre lo etéreo y lo terrenal… es la física elevada a su máxima expresión…


A. MORALES: Tienes toda la razón, Mago… ¡ahhh! ¡¿Pero que está pasando?!... ¡El Preventivo ha subido al ring convertido en un completo energúmeno!... ¡le está propinando una severa tunda a Mil Máscaras y éste ni las manos ha metido!... ¡ahhh! ¡Le va a aplicar la preventilina! ¡Su especialidad! ¡Que bárbaro!... ¡Esto es un pandemónium!... ¡Uno, dos, tres, y la primera caída es para El Preventivo!... Voy contigo Mago…


MAGO: Gracias doctor… Pues debo confesar que nada nos había preparado para lo que estamos presenciando esta tarde… Mi corazón esta tan agitado como aquella vez, en la que el legendario Babe Ruth, el bambino de oro, señaló a la tribuna antes de conectar un cuadrangular… Aquí la gente esta delirante, viviendo en la histeria, envuelta en el éxtasis que sólo pueden provocar las grandes leyendas, ésos seres que nos asombran y nos maravillan con sus proezas… Doctor, creo que hoy estamos presenciando el nacimiento de un ídolo…


A. MORALES: Así es, mí querido Mago… Hoy, el mundo de la lucha se rinde a los pies de éste muchacho oriundo del barrio bravo de la colonia Aquiles Serdán y orgullo de la ciudad de Reynosa, Tamaulipas… por cierto, en sus ratos libres es policía, de ahí su nombre de batalla… pero volvamos a la lucha, el Mil Máscaras yace tendido sobre el cuadrilátero con el rostro ensangrentado, en fin, todo esta listo para que dé inicio la segunda caída…


MAGO: Todavía recuerdo aquellos años en los que la lucha libre era un deporte que daba sus primeros pasos… Recuerdo también con gran cariño a Don Salvador Lutteroth, quien en una ocasión me dijo que este deporte iba a llevar multitudes a las arenas… Hoy, nos damos cuenta que Don Salvador no andaba tan equivocado… Y es fácil de comprender… La lucha libre es capaz de transportar a la gente a mundos jamás imaginados, hace que por un instante el hombre vuelva a ser niño y el niño sueñe con ser hombre; todo esto y más es la lucha libre doctor…


A. MORALES: Muchas gracias a Don Pedro “El Mago” Septién por ésas palabras tan hermosas… El referí va a revisar que todo se encuentre en orden… Parece que Mil Máscaras ya esta recuperado, pero ¡aaahhhh! ¡No ha terminado de sonar la campana y El Preventivo ya esta otra vez castigando severamente a Mil Máscaras! ¡Lo tunde de lado a lado del ring de una manera despiadada! ¡baaam! ¡Lo azota contra las cuerdas y lo lanza afuera del cuadrilátero! ¡Siiiii! ¡¡Escuchó usted bien!! ¡¡¡Afuera del cuadrilátero!!!... El referí comienza la cuenta reglamentaria de los veinte segundos… ¡Pero eso no va a ser necesario! ¡Mil Máscaras se ha ido corriendo por el pasillo! ¡Ya no quiere saber nada! ¡Se ha ido a comprar chocolates a Timbuctú!... ¡Señores y señoras, tenemos nuevo campeón mundial! ¡Reynosa tiene nuevo campeón mundial!... Vamos contigo Mago…


MAGO: Pues doctor, todavía no salgo de mi asombro… yo creo ninguno de nosotros estaba preparado para tal desenlace… la demostración que ha dado El Preventivo es, sin temor a equivocarme, una de las más grandes exhibiciones que he presenciado a lo largo de toda mi carrera… estamos presenciando el despertar de algo muy grande, la irrupción de una estrella… una erupción endemoniada vestida de naranja y negro… esta sorpresa es solamente equiparable a aquella ocasión en la que entré al camerino de Tinieblas y él no estaba ahí… solamente estaban los lentes del doctor Alfonso Morales…


  1. MORALES: ¡Ahhhhh!... ¡Maaagoooooo!...

Uno hubiera pensado que a partir de ése momento, la carrera de Arnulfo subiría como cuete en plena celebración de independencia, todo mundo pensó lo mismo. Incluso después de ésa noche hasta el presidente municipal, en un exceso de euforia y alcohol, planeaba cambiarle el nombre al boulevard Hidalgo por el del Preventivo; y créanme, la gente lo hubiera apoyado. Así de exagerada era la “preventi-manía”.

Desgraciadamente, el destino le tenía preparado algo muy distinto al pobre Arnulfo...


CONTINUARÁ....

14.9.08

EL PREVENTIVO...... 1a. Parte


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas



Noviembre, 1986. Reynosa, Tamaulipas.
La gente estaba como loca. Viejos, jóvenes, ricos, pobres, santos, putas y conexas; la ciudad entera. Nadie, absolutamente nadie había podido escapar a la magia que rodeaba al ídolo de la colonia Aquiles Serdán, honesto policía, e hijo predilecto de la ciudad de Reynosa: Arnulfo Morales, mejor conocido en el fascinante mundo del pancracio como El Preventivo. Si señores. Por fin había llegado el día esperado. Incluso, era tanta la expectación, que el evento había tenido que cambiarse de la Arena Coliseo, al estadio López Mateos. Atrás había quedado la desilusión que había dejado la Selección Nacional, su dolorosa eliminación a manos de Alemania en el Mundial de fútbol, y los pinches penales. Aquí eso estaba más que olvidado. En la región todo era entusiasmo y alegría. Vino gente de todos lados; de Monterrey, del Valle de Texas, incluso uno que otro chilango aficionado de hueso colorado. No era solo la pelea por el campeonato mundial de lucha libre contra Mil Máscaras. Además, habían venido algunos productores de cine a ofrecerle al Preventivo, ser la nueva estrella del celuloide nacional y el artífice de la resurrección del cine de luchadores. El mismísimo sucesor del Santo; ni más ni menos. Como comprenderán, la emoción estaba a flor de piel…

10:02 A.M.
En el lobby del Hotel Astromundo, Epigmenio Carmona miraba con impaciencia su reloj. Desde hacía más de una hora debían haber ido por él, y para ser sinceros, Carmona no era una persona muy paciente que digamos. Desde muy joven había incursionado en el mundo del cine de la mano de su tío, el famoso productor Rodolfo Carmona. Siempre, desde jovencillo tuvo buen ojo para descubrir nuevo talento y esperaba que esta vez, su buen ojo tampoco le fallara. Hasta México le habían llegado informes sobre un modesto luchador que iba ascendiendo vertiginosamente. En el norte del país, El Preventivo ya era toda una leyenda y en la cabeza de Carmona solo rondaba la idea de proyectarlo a niveles insospechados. Hacía tiempo ya que el cine de ficheras había invadido la escena y mucho más que Producciones Carmona no se anotaba un éxito. En eso y en otras cosas estaba pensando el ilustre productor cuando por la puerta entró apurado su sudoroso y regordete achichincle, el licenciado Cortina; el “Cubitas”, para los amigos. –“Ándele licenciado… apúrele, que Don Cipriano ya nos esta esperando en el carro y hace un chingo de calor…”- Le dijo un agitado “Cubitas” que, evadiendo la mirada furiosa de su patrón, levantaba su pesado portafolios. –“¡¿Po’s donde chingados andaban?!...”- gritaba Carmona. –“En el camino le explico… ya ve como es Don Cipriano… fuimos a llevar a las viejas que se quedaron anoche y po’s ya sabe… al canijo se le antojó aventarse otro palito…”- trataba de explicar el “Cubitas” mientras ambos enfilaban hacia la salida.

10:34 A.M.
La preparación de Arnulfo Morales para este gran día, había sido casi un ritual. Muy temprano, su mamá le había preparado un machacado con huevo, tortillas de harina y unos frijoles bien chinitos; claro que no podía faltar la salsa molcajeteada que le preparaba Rosita, su adorada novia. De tomar eligió un vasote de Choco Milk. Cabe señalar que a sus veintiocho años, El Preventivo todavía era en gran parte, un niñote.
Su papá lo miraba orgulloso mientras desayunaba; pensaba en lo afortunado que eran de haber tenido un hijo como Arnulfo; noble, trabajador, honesto, y ahora, hasta famoso. Don Panchito siempre había sido muy sentimental y al contemplar embelesado a su hijito, pues poco faltaba para que se le salieran algunas lagrimillas. Arnulfo lo veía de reojo y sonreía. –“Ya no me dé mas tortillas amá… no quiero guacarear al Mil Máscaras…”- Rogaba Arnulfo. –“Si es cierto vieja… ¿no ves que luego tu hijo no se va poder aventar la “preventilina?…”-, le secundaba Don Panchito. Total, quince tortillas de harina después, Arnulfo se asomó por la puerta ya transformado en “El Preventivo”. Apenas puso un pie fuera y tronó una ovación. Ahí estaban todos los vecinos. De entre ellos, apareció Rosita. Casi como un ángel. Bueno, como un ángel; pero medio cachondón...

CONTINUARÁ.......