18.10.08

EL PREVENTIVO....... 6a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas




"Todavía recuerdo la noche en que la conocí. Era invierno. Recién había cumplido los quince años. Se veía mayor. Rara combinación de inocencia y malicia. Fue en un bar… ¿o en el Frida’s? Ya ni me acuerdo. Lo que sí recuerdo son sus ojos. Razón suficiente para verla como algo más que un simple bocado. Ésa noche había peleado con sus padres por alguna tontería. Enojada, escapó por la ventana y se fue de parranda con sus amigos. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Quizá ahora sería toda una profesionista o estaría casada. Pero no. Su destino era pertenecer a la oscuridad eterna. Como yo. Como todos nosotros.

Luego vino hacia mí. Bastó con una mirada. Yo ordené una botella de tequila y ella se condujo como si tuviera miles de kilómetros recorridos. Me divertía su presunta experiencia. El alcohol en su cerebro hizo que ni siquiera reparara en mi palidez. Pronto nos deshicimos de sus amigos, de mis compinches, y quedamos los dos. Es fácil impresionar a una niña de quince. Un par de botellas, un paseo en un auto lujoso y listo. Lo próximo que supe fue que estaba desnuda en mi cama. Totalmente expuesta. Sus piernas abiertas, y yo al borde de la cama. Contemplándola. Jamás pensé que encontraría la imagen de la perfección en una simple maraña de vellos. La verdad me equivoqué. La perfección estaba debajo, en ésos labios que besé no sé cuantas veces. En ése olor, mezcla de orines, ácido y cielo..."


Ya era casi de madrugada. Arnulfo experimentaba una paz que hace mucho no sentía. Tomó una libreta del cajón de su escritorio y escribió su lista de resoluciones, estaba decidido a cambiar. Dejaría la bebida y trataría de ponerse en forma. En eso estaba cuando un ruido lo sacó de concentración. Del otro lado del edificio, por el pasillo, alcanzó a ver que la puerta de servicio se balanceaba. Le extrañó, ya que nadie usaba esa salida, excepto él. Tomó su gas pimienta, un bate de béisbol que usaba como macana y caminó lentamente hacia el pasillo. Alcanzó a escuchar algo que se arrastraba detrás de la puerta, dio un paso más y el ruido cesó. Se detuvo, otra vez su corazón latía acelerado. Abrió la puerta muy despacito, procurando no hacer ruido, pero para su mala suerte las bisagras estaban muy oxidadas. Al darse cuenta del escandalazo, cerró inmediatamente… el terror le invadió… cerró los ojos, el sudor comenzó a escurrir por sus sienes… le faltaba el aire… algo del otro lado trataba de forzar la puerta, se detuvo… pasaron algunos minutos, no pudo contener la curiosidad y se asomó por la cerradura… no veía nada… a lo lejos alcanzó a ver una camioneta estacionada, con las luces prendidas… trató de ver más allá… un ojo inyectado en sangre le miró del otro lado… Arnulfo tuvo un sobresalto, perdió el equilibrio y cayó al piso… algo intentó forzar la cerradura… los arañazos aumentaron… Arnulfo se levantó y corrió como pudo hacia el vestíbulo… llegó casi sin aliento... los ojos cerrados… las manos en las rodillas… -“Arnulfo…”- la voz le asustó aún más y cayó sobre sus nalgas, levantó la mirada, ahí estaba Andrés mirándolo fijamente. Le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse, la sintió helada, la soltó de inmediato y dio unos pasos hacia atrás. Bajó la mano hasta su cinturón para tomar el gas pimienta, pero no lo encontró. Miró al suelo buscando, Andrés se acercó un poco. –“Tranquilo don Andrés… no se acerque…”- La palidez del joven era mas evidente bajo la luz, sonrió dejando ver unos grandes colmillos. –“No tengas miedo Arnulfo… no te va a pasar nada…”- el pobre ex luchador se desvaneció. Todo se puso negro…

-“Arnulfo, Arnulfo… no reacciona oiga… yo creo que mejor llamamos al 911…”- decía alarmado el portero, que lo había encontrado ahí tirado. Arnulfo abrió los ojos y vio varias caras conocidas escudriñándolo. Se levantó y se disculpó. No lo querían dejar ir hasta que llegar la ambulancia, pero él era muy terco. Agarró sus cosas y se fue corriendo, alcanzó a gritar: -“¡No se preocupen, estoy bien… ah, y voy a seguir trabajando… a la noche nos vemos!”- todos se vieron entre si, no comentaron nada y siguieron con sus ajetreadas vidas.


Una figura sombría miraba el panorama desde un departamento en lo alto de un edificio. Su mirada triste, flanqueada por unas espesas ojeras, contemplaba el ir y venir de luces por la calle Diez. –“Su recuerdo me persigue y no me deja vivir. Ya no aguanto más. Esto está a punto de estallar. Hoy va a arder Reynosa… y toda la región. Voy a sembrar el terror a diestra y siniestra. Ya estuvo bueno. Estos narquitos de mierda van a conocer quien es su verdadero patrón… a últimas fechas han hecho lo que han querido, pero no más. Piensan que todo lo pueden, que son inmortales. Se equivocan, aquí los únicos inmortales somos nosotros. Ya no me importa nada: ni conservar el equilibrio ni mantener el poder. Lo que tengo es una rabia que no puedo controlar… el orden va a volver… comenzará una nueva era de prosperidad y la única violencia que existirá será la que nosotros ejerzamos... no más muertes sin sentido ni balaceras a lo pendejo… mi gente quedará a cargo y yo me iré para siempre… no volverán a saber de mí… empezaré una nueva vida, pasaré desapercibido. Sólo mataré para alimentarme, nada más. Voy a seguir el consejo de mi compadre… por cierto, ¿Qué sería de él?... lo último que supe fue que se iba a buscar al amor de su vida… al menos eso decía él… pobre, padecía del mismo mal que yo… espero que le haya ido bien… en fin, vénganos tu infierno…”-.



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