5.10.08

EL PREVENTIVO..... 4a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


7:11 A.M. DEL DIA SIGUIENTE.

A pesar de todo lo ocurrido la noche anterior, Arnulfo desbordaba optimismo. Muy temprano se había levantado para ir por barbacoa y durante todo el camino planeó la manera perfecta de pedirle perdón y matrimonio a su Rosita. Era un día soleado, de cielo azul y eso le había dado más ánimos. Además, ése día iba a firmar el contrato con la productora y una vez siendo famoso, no tendría que volver a verle la jeta a Carmona. Firmaría un contrato con una compañía internacional y daría el salto a Hollywood, ni más ni menos. El Preventivo pensaba todo esto, al tiempo que le entraba duro a los tacos de harina. Quince tacos y un buen baño después, enfiló a casa de su novia. Al pasar por casa de doña Lulú arrancó una rosa y la escondió entre sus ropas. Dio vuelta a la esquina y pudo ver la casa de Rosita; le extrañó no ver movimiento. Tocó a la puerta y nada. Pasaron unos quince minutos y don Alfredo, el padre de Rosita, abrió. Arnulfo sintió inmediatamente como la mirada de fuego del viejo se le clavaba y agachando la cabeza dijo: -“Buenos días don Alfredo… ¿esta Rosita?”- La severidad amainó y una lágrima se acomodó al borde del ojo del pobre Don Alfredo, que respondió: -“Que bárbaro mijo… ¿pero que hiciste muchacho? ¡¿Qué hiciste?!...”- Arnulfo se paralizó al darse cuenta que su suegro estaba al tanto de los hechos de la noche anterior y no pudo pronunciar palabra, sólo dejó escapar un tímido balbuceo. –“Rosita se fue a Houston con sus tíos… y no creo que vaya a volver… ¿entiendes?, ¡m’ija se fue y no va a volver!...”- El anciano ya no pudo contener las lágrimas y cerró tras de si la puerta. Arnulfo se quedó quieto durante horas, hasta que el sol le empezó a calar; entonces dio media vuelta, apretó los puños y se fue de ahí.

No dijo palabra alguna. Sólo entró a su cuarto, tomó su máscara anaranjada, se la caló y salió con rumbo desconocido.

8:52 A.M.

Todo pasó muy rápido, según los empleados del hotel. Otros dijeron que había sido casi como ver una película, con escenas en cámara lenta y toda la cosa. En lo que todos concordaban era en la brutalidad del Preventivo. Su fuerza era impresionante. Repartió golpes y llaves a diestra y siniestra; entró a la habitación de Carmona y lo golpeó hasta que se cansó. Luego lo levantó en vilo y lo lanzó desde el tercer piso. Cuentan los del Semefo que del impacto, un ojo del productor había saltado dos cuadras, hasta caer en la taza de café de uno de los vecinos. Buen material para el “Alarma”, sin duda.

“¿Por qué será que los malditos barandales no soportaron?... ¿Qué no se supone que están hechos con toda la mano?... pinches trabajos mal hechos… si la verdad yo no quería matarlo… sólo quería darle una buena madriza y meterle un buen susto por haberse pasado de lanza con Rosita, con mi Rosita…”, pensaba Arnulfo mientras iba en la parte trasera de la patrulla. Todos los compañeros que habían participado en la detención, lo miraban con pena y trataban de reconfortarlo, uno hasta le llevó una coca. Luego el comandante, en un acto desesperado, sugirió un plan para echarle la culpa a un indigente; pero no. Arnulfo era un buen hombre y un mejor policía. Apechugó todo el penoso proceso, el acoso de los medios y la burla de la gente; de toda ésa misma gente que antes lo había idolatrado. Pero todo eso no le afectaba. Le dolía la pena que le ocasionaba a sus padres, pero sobre todo, el haber perdido al amor de su vida. Aún así, un grupo de empresarios de la localidad se reunió y lograron sacarlo de la cárcel apenas cumplidos siete años de la sentencia.

Al salir, las cosas habían cambiado mucho. Ya nadie lo recordaba y apenas si se había convertido en una anécdota. En algunas cantinas todavía se hacían chistes a sus costillas, pero las máscaras anaranjadas desde hacía mucho tiempo, no estaban a la venta. Arnulfo recorrió penosamente las calles que tantas veces le vieron transitar a paso triunfante. Llevaba la mirada en el suelo, iba avergonzado. Llegó a su colonia donde algunas gentes trataron de saludarlo, pero él no respondió. Abrió la puerta de su casa; todo se veía viejo, descuidado, sin luz. Su mamá había fallecido hace un año y su papá estaba postrado en cama, ya casi al borde del pozo. Entró al cuarto y vio al viejo dormido; no lo quiso despertar. Se sentó en un viejo sillón y se puso a llorar hasta que el sueño lo venció.

El ruido de una muchedumbre lo despertó… afuera se oían gritos y porras... Arnulfo se asomó y apenas abrió la puerta, una ovación ensordecedora estalló… ahí estaban todos: sus compañeros de la policía, su manager, sus vecinos… él miró sus manos y en ellas estaba la reluciente máscara naranja… volteó a ver a la gente y una muchacha se fue abriendo paso; no la alcanzaba a mirar bien… sus ojos se abrieron y una sonrisa gigante se le dibujó en el rostro; era Rosita… -“¡Arnulfo!”- una voz se escuchaba a lo lejos… Rosita se acercó hasta donde él se encontraba y le plantó un beso en los labios; lágrimas de felicidad rodaron por las mejillas del luchador… -“¡Arnulfo!”- otra vez la voz, pero más cercana… no lo podía creer, todo volvía a ser como antes… -“¡Arnulfo, hijo!”- el grito del viejo hizo que Arnulfo diera un brinco. Que triste puede ser la realidad. Todo había sido un sueño.

Se acercó a su padre sólo para verlo dejar escapar el último aliento. No lloró. Se quedó callado. Se acomodó de vuelta en el sillón para ver si podía volver a ése sueño tan bonito del que había despertado. Total, no corría prisa. Despertando llamaría a Valle de la Paz...


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