26.10.08

EL PREVENTIVO....... 7a. Parte.


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas


Arnulfo casi no pudo dormir, le inquietaba su fugaz encuentro con el pasado. Se levantó y se preparó el mismo licuado que tomaba cuando se encontraba en plena época de parte madres. Hizo algo de ejercicio; aguantó quince minutos. Sacó un tomo de la vieja enciclopedia y buscó en la letra V, vampiro. La definición no lo sacó de apuros. Lo mejor que se le ocurrió, fue ir con Don Chanito su vecino, a pedirle consejo. El viejo no era precisamente una autoridad en el tema, pero contaba con una vasta colección de películas mexicanas, todas en VHS. Después de escuchar con atención la experiencia de Arnulfo, eligió una del estante; “El Vampiro”, con Germán Robles. Terminaron de verla y salieron al Seven Eleven, a comprar unas cocas. En el trayecto, conversaron sobre la posibilidad de que en el edificio existiera algún ser de ultratumba parecido al de la película; y de ser así, como eliminarlo. –“Pues con estacas mijo… con estacas y chingo de agua bendita…”- Dijo el viejo. Arnulfo asintió. –“Po’s yo creo que es la única Don Chanito…”- Salió de la casa del anciano y fue a la Real Ferretera a comprar las estacas. Como no había medida “caza-vampiros”, compró las que pensó le servirían. De ahí se lanzó a la iglesia de San Judas Tadeo y llenó un galón con agua bendita. Llegó a su departamento y con un cuchillo afiló las improvisadas estacas. Del closet sacó una caja. La abrió y su rostro se iluminó. Tomó su vieja máscara y las mallas. –“Uta, aquí no entro ni con calzador…”- pensó. Se paró frente al espejo y trató de ponerse la máscara. La papada se interpuso. Nada que un buen tijeretazo no pudiera arreglar. Se quitó la camiseta, volvió a verse al espejo y se dio cuenta que su condición física no era la mejor. Pensó que si quería enfrentar a una horda de monstruos sedientos de sangre, tendría que tratar de recuperar algo de sus gloriosos ayeres. Guardó su kit anti-vampiros debajo de la cama y se puso a diseñar la estrategia a seguir. Primero, fue con el vecino y preguntó por su hijo adolescente, ése que practicaba boxeo. Habló con el muchacho y le pidió que en las mañanas le ayudar a recuperar algo de velocidad y fuerza. Luego, del cuarto de tiliches sacó las viejas pesas y las dispuso sobre la sala. Por último, hizo una lista de los alimentos que eliminaría de su dieta. Era un hecho: estaba decidido a descubrir si Andrés era un ser de ultratumba; y de ser así, a combatirlo hasta las últimas consecuencias.


El pobre intento de zeta se revolcaba suplicando por su vida. Juraba y perjuraba que nunca volvería a meterse con ellos, que si le perdonaban la vida, se iría de ahí y nunca más volverían a saber de él. Tenía todo el cuerpo lleno de mordidas. Colgajos de carne sanguinolenta le adornaban la triste anatomía. Cerca de ahí, ocho cuerpos igualmente mutilados yacían apilados, sin vida. Las luces del BMW no le dejaban ver bien. Oía risas burlonas, susurros. Una figura se acercó lentamente. Él intentó rezar: -“y no nos dejes caer en la tentación, líbranos de todo mal…”- Una voz cavernosa lo interrumpió, -“Amén…”-. Un grito ahogado partió la noche, unos dientes se clavaron en su cuello y un chorro de sangre brotó de la yugular. Sus ojos vidriosos contemplaron por última vez la luna.

Al día siguiente, cuando la policía llegó a la escena del crimen, todo el lugar estaba invadido de periodistas. Las cámaras trataban de captar hasta el más mínimo detalle de la matanza. -“¡Puro material de primera plana, chingá!”-, diría alguno. Soldados y elementos de la AFI acordonaron el área. No comentaban nada. Habían visto cientos de ejecuciones, pero nunca nada como esto. Se apresuraron a correr de ahí a los periodistas, pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente, la noticia ocupó los titulares en todos los noticieros y periódicos del país. Todo mundo hablaba de eso. Ésa era la idea. El mensaje había sido enviado y pobre de aquel que no lo entendiera.

-“Así es… pobre del que no entienda o no quiera entender… el mensaje es claro. Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensé. No tardan en llamarme para convocar a una reunión… deben andar bien zurrados; y deberían estarlo… tengo que reconocer que el Veneno y el Tulio se portaron a la altura… pensaba que la falta de acción les había oxidado las ansias, pero no… ahí estaban, arrancando pedazos de carne con la mayor soltura… definitivamente el negocio va a quedar en buenas manos… aunque eso no me mortifica...

Hoy fue una noche muy larga… me siento mal… me desasosiega saber que ella anda en ésas calles... me desespera no encontrarla…”-.

El timbre del teléfono partió el silencio. Veneno volteó a mirar a su patrón, éste le indicó que no contestara. Pasaron algunos minutos y el teléfono volvió a sonar. Esta vez, Tulio atravesó la sala y contestó con su característica voz chillona. –“Es para usted, patrón…”-. Andrés tomó el teléfono: -“Me alegra que sean razonables…”- Colgó y se retiró por el pasillo que daba a su habitación. –“¿Qué le dijeron patrón?”- preguntó Tulio. –“Ya quedó… el viernes, en el rancho del Rizos…”-.

Por las mañanas y por las noches ya comenzaba a sentirse un friecito sabrosón. Ya casi era Diciembre y muchas casas ya lucían los adornos propios de la temporada. El entrenamiento y las cachetadas del vecino ya daban resultados, pues Arnulfo ya no se agitaba al subir las escaleras. Llegó de la tienda, sacó el mandado y lo acomodó sobre la mesa. Encendió la estufa y puso el comal para hacerse unas quesadillas. Se sirvió un poco de coca de dieta y le dio una hojeada al periódico. Apenas iba a la cocina, cuando una noticia llamó su atención. No se trataba de una ejecución cualquiera. Leyó “mordidas de alguna especie de animal” y a su mente vino la imagen de Andrés. Comenzó a sudar y su corazón se aceleró, una leve punzada se le clavó en un costado. Un olor a quemado vino de la cocina, -“¡Chin, las quesadillas…!”-.

Durante todo el trayecto a su trabajo, Arnulfo ya no pensó en vampiros ni en seres de ultratumba; otra cosa le inquietaba. Recordó los buenos tiempos, a sus padres, a Rosita. Cerró los ojos y escuchó clarito las ovaciones. Pronto, los recuerdos fueron reemplazados por sentimientos de culpa. Luego vino la calma. Pensó en la posibilidad de que todo esto que estaba pasando, no fuera más que una señal del cielo, una oportunidad. La oportunidad de reconciliarse con su pasado, de redimirse. Una extraña euforia le invadió. Sintió una paz reconfortante. Buscó dentro de su mochila y sacó la máscara; un destello anaranjado iluminó el interior del camión. Un niño de unos cinco años que iba a dos asientos, volteó maravillado. El Preventivo lo miró y añoró haber tenido otra vida, hijos quizá. Se acordó de cuando era chiquito y soltó una carcajada. El “garrapato” ya era un “garrapatito”.


Continuará......

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