26.10.08

EL PREVENTIVO....... 7a. Parte.


EL PREVENTIVO
Carlos Román Cárdenas


Arnulfo casi no pudo dormir, le inquietaba su fugaz encuentro con el pasado. Se levantó y se preparó el mismo licuado que tomaba cuando se encontraba en plena época de parte madres. Hizo algo de ejercicio; aguantó quince minutos. Sacó un tomo de la vieja enciclopedia y buscó en la letra V, vampiro. La definición no lo sacó de apuros. Lo mejor que se le ocurrió, fue ir con Don Chanito su vecino, a pedirle consejo. El viejo no era precisamente una autoridad en el tema, pero contaba con una vasta colección de películas mexicanas, todas en VHS. Después de escuchar con atención la experiencia de Arnulfo, eligió una del estante; “El Vampiro”, con Germán Robles. Terminaron de verla y salieron al Seven Eleven, a comprar unas cocas. En el trayecto, conversaron sobre la posibilidad de que en el edificio existiera algún ser de ultratumba parecido al de la película; y de ser así, como eliminarlo. –“Pues con estacas mijo… con estacas y chingo de agua bendita…”- Dijo el viejo. Arnulfo asintió. –“Po’s yo creo que es la única Don Chanito…”- Salió de la casa del anciano y fue a la Real Ferretera a comprar las estacas. Como no había medida “caza-vampiros”, compró las que pensó le servirían. De ahí se lanzó a la iglesia de San Judas Tadeo y llenó un galón con agua bendita. Llegó a su departamento y con un cuchillo afiló las improvisadas estacas. Del closet sacó una caja. La abrió y su rostro se iluminó. Tomó su vieja máscara y las mallas. –“Uta, aquí no entro ni con calzador…”- pensó. Se paró frente al espejo y trató de ponerse la máscara. La papada se interpuso. Nada que un buen tijeretazo no pudiera arreglar. Se quitó la camiseta, volvió a verse al espejo y se dio cuenta que su condición física no era la mejor. Pensó que si quería enfrentar a una horda de monstruos sedientos de sangre, tendría que tratar de recuperar algo de sus gloriosos ayeres. Guardó su kit anti-vampiros debajo de la cama y se puso a diseñar la estrategia a seguir. Primero, fue con el vecino y preguntó por su hijo adolescente, ése que practicaba boxeo. Habló con el muchacho y le pidió que en las mañanas le ayudar a recuperar algo de velocidad y fuerza. Luego, del cuarto de tiliches sacó las viejas pesas y las dispuso sobre la sala. Por último, hizo una lista de los alimentos que eliminaría de su dieta. Era un hecho: estaba decidido a descubrir si Andrés era un ser de ultratumba; y de ser así, a combatirlo hasta las últimas consecuencias.


El pobre intento de zeta se revolcaba suplicando por su vida. Juraba y perjuraba que nunca volvería a meterse con ellos, que si le perdonaban la vida, se iría de ahí y nunca más volverían a saber de él. Tenía todo el cuerpo lleno de mordidas. Colgajos de carne sanguinolenta le adornaban la triste anatomía. Cerca de ahí, ocho cuerpos igualmente mutilados yacían apilados, sin vida. Las luces del BMW no le dejaban ver bien. Oía risas burlonas, susurros. Una figura se acercó lentamente. Él intentó rezar: -“y no nos dejes caer en la tentación, líbranos de todo mal…”- Una voz cavernosa lo interrumpió, -“Amén…”-. Un grito ahogado partió la noche, unos dientes se clavaron en su cuello y un chorro de sangre brotó de la yugular. Sus ojos vidriosos contemplaron por última vez la luna.

Al día siguiente, cuando la policía llegó a la escena del crimen, todo el lugar estaba invadido de periodistas. Las cámaras trataban de captar hasta el más mínimo detalle de la matanza. -“¡Puro material de primera plana, chingá!”-, diría alguno. Soldados y elementos de la AFI acordonaron el área. No comentaban nada. Habían visto cientos de ejecuciones, pero nunca nada como esto. Se apresuraron a correr de ahí a los periodistas, pero ya era demasiado tarde. Al día siguiente, la noticia ocupó los titulares en todos los noticieros y periódicos del país. Todo mundo hablaba de eso. Ésa era la idea. El mensaje había sido enviado y pobre de aquel que no lo entendiera.

-“Así es… pobre del que no entienda o no quiera entender… el mensaje es claro. Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensé. No tardan en llamarme para convocar a una reunión… deben andar bien zurrados; y deberían estarlo… tengo que reconocer que el Veneno y el Tulio se portaron a la altura… pensaba que la falta de acción les había oxidado las ansias, pero no… ahí estaban, arrancando pedazos de carne con la mayor soltura… definitivamente el negocio va a quedar en buenas manos… aunque eso no me mortifica...

Hoy fue una noche muy larga… me siento mal… me desasosiega saber que ella anda en ésas calles... me desespera no encontrarla…”-.

El timbre del teléfono partió el silencio. Veneno volteó a mirar a su patrón, éste le indicó que no contestara. Pasaron algunos minutos y el teléfono volvió a sonar. Esta vez, Tulio atravesó la sala y contestó con su característica voz chillona. –“Es para usted, patrón…”-. Andrés tomó el teléfono: -“Me alegra que sean razonables…”- Colgó y se retiró por el pasillo que daba a su habitación. –“¿Qué le dijeron patrón?”- preguntó Tulio. –“Ya quedó… el viernes, en el rancho del Rizos…”-.

Por las mañanas y por las noches ya comenzaba a sentirse un friecito sabrosón. Ya casi era Diciembre y muchas casas ya lucían los adornos propios de la temporada. El entrenamiento y las cachetadas del vecino ya daban resultados, pues Arnulfo ya no se agitaba al subir las escaleras. Llegó de la tienda, sacó el mandado y lo acomodó sobre la mesa. Encendió la estufa y puso el comal para hacerse unas quesadillas. Se sirvió un poco de coca de dieta y le dio una hojeada al periódico. Apenas iba a la cocina, cuando una noticia llamó su atención. No se trataba de una ejecución cualquiera. Leyó “mordidas de alguna especie de animal” y a su mente vino la imagen de Andrés. Comenzó a sudar y su corazón se aceleró, una leve punzada se le clavó en un costado. Un olor a quemado vino de la cocina, -“¡Chin, las quesadillas…!”-.

Durante todo el trayecto a su trabajo, Arnulfo ya no pensó en vampiros ni en seres de ultratumba; otra cosa le inquietaba. Recordó los buenos tiempos, a sus padres, a Rosita. Cerró los ojos y escuchó clarito las ovaciones. Pronto, los recuerdos fueron reemplazados por sentimientos de culpa. Luego vino la calma. Pensó en la posibilidad de que todo esto que estaba pasando, no fuera más que una señal del cielo, una oportunidad. La oportunidad de reconciliarse con su pasado, de redimirse. Una extraña euforia le invadió. Sintió una paz reconfortante. Buscó dentro de su mochila y sacó la máscara; un destello anaranjado iluminó el interior del camión. Un niño de unos cinco años que iba a dos asientos, volteó maravillado. El Preventivo lo miró y añoró haber tenido otra vida, hijos quizá. Se acordó de cuando era chiquito y soltó una carcajada. El “garrapato” ya era un “garrapatito”.


Continuará......

18.10.08

Ese misterio...

Teté Tovar

He escuchado hablar de ti antes, dicen que tienes un poder oculto, una fuerza que hace que ocurran cosas extrañas a tu lado. Me contaron que alguien te escondió debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia, alguien te llevó y te dejó ahí. Como cada noche de sábado, en medio de la penumbra vengo a verte; desde la primera vez quede prendado de tu brillo, bajo la tenue luz de la luna que entra por una de las ventanas superiores del campanario. Estoy contigo hasta los primeros rayos de sol, hasta que el sueño está a punto de vencerme.

La última vez que te vi, había pasado tres días buscando tu rastro en el pueblo. Pregunté a todos por ti, esperando que alguien me diera una respuesta. Pero sólo me evadían, doña Juventina me contaba que un hombre te había tomado de ahí, de la puerta de la iglesia una tormentosa noche de verano. Cuenta que nadie quiso tocarte pero todos te veían con curiosidad, con una extraña mezcla de deseo y adoración. Dicen que el padre salió a ver porqué había tanto alboroto, que se molestó al ver a todos reunidos ahí a esas horas de la madrugada y bajo aquella tormenta cuyos rayos parecían hacer eco a la furia del padre, que intentaba despejar el atrio de su iglesia. Te arrebató de las manos de don Esteban y te llevó dentro, te colocó cuidadosamente sobre altar, y se quedo inmerso viéndote, admirándote, perdiéndose en tu fulgor. Cada quién tiene su historia.

Los días fueron pasando y la gente preguntaba al padre por ti, querían verte. Alguien dijo que eras milagroso, que si te pedían un favor prometiendo una manda, cumplías. Otros me contaron que estabas lleno de maldad, que tu encantamiento no podía ser cosa divina, que eras siniestro. El padre hacia como si nunca hubieras existido, simplemente no respondía cuando preguntan por ti, se hacía el sordo. Doña Lupita y Doña Juventina le insistían a diario, después de cada confesión, preguntando tu paradero le respingaban que era de alta necesidad verte. El hacía como que no escuchaba nada. “Este padrecito nomás no entiende la urgencia d’una, ¡ne’cito saber que pasara con el trabajo de mi viejo!, claro a él no le preocupa porque no tiene hijos” decía doña Lupita; “Claro que no los tiene ¡sería pecado si los tuviera!”, exclamaba sorprendida doña Juventina. Las dos continuaban hablando mientras salían de la iglesia quitándose las mantillas de sus santas cabezas. El padre había escuchado toda la conversación, mientras terminaba de quitarse la sotana para ir a buscarte, “tengo que verlo, necesito verlo” repetía para sí.

El padre, en su afán de guardarte y ocultarte de la vista de todos, ha cerrado la iglesia por completo durante las noches. No he podido llegar a ti, ya he intentado entrar por las ventanas del campanario pero es arriesgar mi pellejo. Lo más cerca que puedo estar de ti es en las escaleras del atrio. Ridículamente he derramado lágrimas por ti, no logro comprender y mucho menos controlar esta necesidad de ti. De pronto, al recargar mi cabeza en la puerta ésta se abrió un poco, rechinando como fierro viejo, parecía que se quejaba y me invitaba a pasar. Me escabullí lentamente, intentando no hacer ruido al pisar sobre las viejas losetas de barro. Llegué a tu escondite y para mi sorpresa, no estabas ahí, triste volví mis pasos, de pronto sentí una presencia, voltee rápido pero no había nadie. “Figuraciones mías” pensé “es tanta mi desesperación que veo cosas” continué diciéndome para tranquilizar este corazón debilucho que dios me dio. Iba a salir de la iglesia cuando decidí buscarte, ya estaba dentro, lo que sucediera era extra. Caminé lentamente por el pasillo central, respetando como siempre el lugar, subí, busqué en el sagrario y para mi sorpresa estabas ahí, tan misterioso, tan místico, brillante y enigmático como siempre, ese color tuyo tan negro, tan penetrante. Te tomó en mis manos y se escucha un ruido detrás de mí, de un brinco estoy debajo del altar, el padre pasa a un lado de nosotros y va hacía el sagrario, se da cuenta de que no estás. Se escucha su grito “¡No!”, se ahogo en un sollozo. Pasó corriendo y se perdió en la oscuridad. Salí de ahí contigo en mis manos, te llevé a casa y tanta emoción agotó mi cuerpo dejándome caer en un sueño profundo.

Me despertó el alboroto afuera, “No puede ser, dicen que ha desaparecido” decía Doña Jovita. “Esto no puede traer más que desgracias” sollozaba doña Lupita. En medio de todo esto el padre llamaba a misa dando campanadas alocadas, todos caminaban apresurados rumbo de la iglesia. Al entrar tras toda esa gente, el padre estaba de pie frente a todos con las manos en alto vociferando “si alguno de ustedes lo ha tomado, tiene que devolverlo, sólo traerá desgracias a quien lo posea, Dios está muy molesto” decía mientras su rostro enrojecía. Decidí salir de ahí, no fuera a ser que se dieran cuenta que te tenia conmigo. Llegué a casa lo más pronto que pude y para mi sorpresa había una carta sobre la mesa, “es raro” pensé “la puerta estaba cerrada” te deje sobre la mesa y tome el sobre, lo abrí con manos temblorosas y leí de un vistazo lo que decía, “tengo la mala fortuna de ser portadora de la triste noticia” leí en mi mente “tu estimado tío ha muerto dejando en el desamparo a dos hijos que a partir de hoy serán tuyos” tragué saliva “no tienen a nadie y es la voluntad del tío que vayan a tu lado para que hagas con ellos lo que él hizo contigo, darte abrigo, educación y alimento” caí de golpe en la silla, cómo podría yo hacerme cargo de ellos si a duras penas podía hacerlo solo. Esperaré a que lleguen. Escuché un ruido que venía de afuera, me asomé por la ventana y mis animales estaban muy inquietos, salí a verlos y para mi sorpresa uno de ellos estaba muerto, los demás caminaban ladeados como si no pudieran mantener el equilibrio, intenté en vano averiguar que pasaba, los minutos pasaban y ellos iban cayendo uno a uno. No quedó uno vivo.

Desolado entré en mi casa dispuesto a escribir una carta, avisando a mi hermana que no podía hacerme cargo de mis primos. Apenas iba a hacerlo cuando tocaron ami puerta, era el padre, se veía acongojado, desesperado. “Sé que tenías un interés especial en ese rosario” me dijo casi en un murmullo, “pero si lo tomaste debes devolverlo” continuó, “está maldito y su lugar es cerca de dios”. Guardó silencio unos eternos segundos y prosiguió, “ese rosario tiene su historia que no debe ser contada para que no se perpetúe, su lugar es dentro de la iglesia, sólo ahí deja de tener maldad” dijo mirándome fijamente esta vez. Se levantó y se fue, afuera se escuchó un bullicio enorme “¡padre, padre, venga rápido es doña Lupita, se nos muere!” el padre corrió tras ellas tan rápido como se lo permitió su sotana. Al llegar ya era tarde, doña Lupita ya había fallecido. Todos en el pueblo la lloraron, todos excepto yo, en realidad me importó un comino su muerte, yo tenía otros problemas. Desde que te lleve a mi casa las cosas fueron empeorando, gasté mis pocos ahorros en medicinas para los pocos animales que me quedaban, pero todo fue en vano. Me quedé sin nada. Los días fueron pasando y en cada hogar del pueblo se fue dando una desgracia, mientras tanto el padre continuaba buscándote y yo escondiéndote, eras tan hermoso que no podía ser que todo lo que sucedía fuera tu culpa, “todo era casualidad” me repetía para convencerme.

Una mañana vino doña Jovita, llorando me decía “mijo, el padre está muy mal, habla solo todo el tiempo, ya ni siquiera oficia misas” continuó, “todo desde que ese rosario desapareció, daría mi vida porque volviera”, dicho esto tomó mis manos como sabiendo que yo lo tenía “ojala puedas ayudarnos a encontrarlo, creíamos que era bendito pero nos hemos equivocado, es tan oscuro como su color”, dicho esto salió de mi casa tristemente. Fui a buscarte ahí en donde te tenía escondido, nuevamente tu brillo me envolvió completamente, al mirarte desaparecía cualquier pensamiento, mi mente parecía en pausa, sentía que todo estaba y estaría bien. Cuando esa noche dormía, mi mente aclaró muchas cosas, tenían razón, estabas maldito, la prueba estaba en mi granja, todo moría desde que llegaste. Al amanecer decidí que te devolvería a la iglesia. Quizá ahí no harías más daño. Fui a buscarte y ya no estabas más. Busqué y busqué por toda la casa y nada. Lo extraño era la paz que parecía llenar el lugar. Salí a la calle a buscarte despistadamente, para mi sorpresa todo estaba muy pacifico, muy “normal”. Doña Jovita sonriente me dijo “mijo ya volvió a su lugar, todo estará bien ya verás”, me dijo al pasar a mi lado. Continué mi camino apresurando mis pasos rumbo a la iglesia “¿quién pudo haber entrado a mi casa en medio de la noche sin que yo me diera cuenta?” me preguntaba, “¿en que momento te robaron?”; llegué a la iglesia y para mi sorpresa, el padre estaba dando un sermón, alegre sin regaños, como nunca antes. Al verme sólo me sonrío como diciendo “ves, todo ha vuelto a la normalidad”.

Han pasado algunos años, un niño sentado afuera de la iglesia en la plaza juega contigo. Ya los años han hecho de mí un guiñapo, me ha sorprendido verte enredado en unas manos tan inocentes. Intento acercarme pero estoy demasiado cansado, no puedo imaginar lo que le espera a ese niño como tampoco sé quién te ha dejado tan a la vista como para que te haya encontrado. A mis años ya que importa, las cosas no podrían estar mejor o peor. Tú sigues siendo enigmático, tus cuentas siguen siendo de ese negro misterioso. Algún día se podrá contar la historia del rosario negro, ese que fue encontrado debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia…







EL PREVENTIVO....... 6a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas




"Todavía recuerdo la noche en que la conocí. Era invierno. Recién había cumplido los quince años. Se veía mayor. Rara combinación de inocencia y malicia. Fue en un bar… ¿o en el Frida’s? Ya ni me acuerdo. Lo que sí recuerdo son sus ojos. Razón suficiente para verla como algo más que un simple bocado. Ésa noche había peleado con sus padres por alguna tontería. Enojada, escapó por la ventana y se fue de parranda con sus amigos. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Quizá ahora sería toda una profesionista o estaría casada. Pero no. Su destino era pertenecer a la oscuridad eterna. Como yo. Como todos nosotros.

Luego vino hacia mí. Bastó con una mirada. Yo ordené una botella de tequila y ella se condujo como si tuviera miles de kilómetros recorridos. Me divertía su presunta experiencia. El alcohol en su cerebro hizo que ni siquiera reparara en mi palidez. Pronto nos deshicimos de sus amigos, de mis compinches, y quedamos los dos. Es fácil impresionar a una niña de quince. Un par de botellas, un paseo en un auto lujoso y listo. Lo próximo que supe fue que estaba desnuda en mi cama. Totalmente expuesta. Sus piernas abiertas, y yo al borde de la cama. Contemplándola. Jamás pensé que encontraría la imagen de la perfección en una simple maraña de vellos. La verdad me equivoqué. La perfección estaba debajo, en ésos labios que besé no sé cuantas veces. En ése olor, mezcla de orines, ácido y cielo..."


Ya era casi de madrugada. Arnulfo experimentaba una paz que hace mucho no sentía. Tomó una libreta del cajón de su escritorio y escribió su lista de resoluciones, estaba decidido a cambiar. Dejaría la bebida y trataría de ponerse en forma. En eso estaba cuando un ruido lo sacó de concentración. Del otro lado del edificio, por el pasillo, alcanzó a ver que la puerta de servicio se balanceaba. Le extrañó, ya que nadie usaba esa salida, excepto él. Tomó su gas pimienta, un bate de béisbol que usaba como macana y caminó lentamente hacia el pasillo. Alcanzó a escuchar algo que se arrastraba detrás de la puerta, dio un paso más y el ruido cesó. Se detuvo, otra vez su corazón latía acelerado. Abrió la puerta muy despacito, procurando no hacer ruido, pero para su mala suerte las bisagras estaban muy oxidadas. Al darse cuenta del escandalazo, cerró inmediatamente… el terror le invadió… cerró los ojos, el sudor comenzó a escurrir por sus sienes… le faltaba el aire… algo del otro lado trataba de forzar la puerta, se detuvo… pasaron algunos minutos, no pudo contener la curiosidad y se asomó por la cerradura… no veía nada… a lo lejos alcanzó a ver una camioneta estacionada, con las luces prendidas… trató de ver más allá… un ojo inyectado en sangre le miró del otro lado… Arnulfo tuvo un sobresalto, perdió el equilibrio y cayó al piso… algo intentó forzar la cerradura… los arañazos aumentaron… Arnulfo se levantó y corrió como pudo hacia el vestíbulo… llegó casi sin aliento... los ojos cerrados… las manos en las rodillas… -“Arnulfo…”- la voz le asustó aún más y cayó sobre sus nalgas, levantó la mirada, ahí estaba Andrés mirándolo fijamente. Le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse, la sintió helada, la soltó de inmediato y dio unos pasos hacia atrás. Bajó la mano hasta su cinturón para tomar el gas pimienta, pero no lo encontró. Miró al suelo buscando, Andrés se acercó un poco. –“Tranquilo don Andrés… no se acerque…”- La palidez del joven era mas evidente bajo la luz, sonrió dejando ver unos grandes colmillos. –“No tengas miedo Arnulfo… no te va a pasar nada…”- el pobre ex luchador se desvaneció. Todo se puso negro…

-“Arnulfo, Arnulfo… no reacciona oiga… yo creo que mejor llamamos al 911…”- decía alarmado el portero, que lo había encontrado ahí tirado. Arnulfo abrió los ojos y vio varias caras conocidas escudriñándolo. Se levantó y se disculpó. No lo querían dejar ir hasta que llegar la ambulancia, pero él era muy terco. Agarró sus cosas y se fue corriendo, alcanzó a gritar: -“¡No se preocupen, estoy bien… ah, y voy a seguir trabajando… a la noche nos vemos!”- todos se vieron entre si, no comentaron nada y siguieron con sus ajetreadas vidas.


Una figura sombría miraba el panorama desde un departamento en lo alto de un edificio. Su mirada triste, flanqueada por unas espesas ojeras, contemplaba el ir y venir de luces por la calle Diez. –“Su recuerdo me persigue y no me deja vivir. Ya no aguanto más. Esto está a punto de estallar. Hoy va a arder Reynosa… y toda la región. Voy a sembrar el terror a diestra y siniestra. Ya estuvo bueno. Estos narquitos de mierda van a conocer quien es su verdadero patrón… a últimas fechas han hecho lo que han querido, pero no más. Piensan que todo lo pueden, que son inmortales. Se equivocan, aquí los únicos inmortales somos nosotros. Ya no me importa nada: ni conservar el equilibrio ni mantener el poder. Lo que tengo es una rabia que no puedo controlar… el orden va a volver… comenzará una nueva era de prosperidad y la única violencia que existirá será la que nosotros ejerzamos... no más muertes sin sentido ni balaceras a lo pendejo… mi gente quedará a cargo y yo me iré para siempre… no volverán a saber de mí… empezaré una nueva vida, pasaré desapercibido. Sólo mataré para alimentarme, nada más. Voy a seguir el consejo de mi compadre… por cierto, ¿Qué sería de él?... lo último que supe fue que se iba a buscar al amor de su vida… al menos eso decía él… pobre, padecía del mismo mal que yo… espero que le haya ido bien… en fin, vénganos tu infierno…”-.



11.10.08

EL PREVENTIVO........ 5a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


Veinte años después…

El sol se colaba inmisericorde por la raída cortina. Hacía mucho calor y el sudor escurría por entre las lonjas de Arnulfo. Hacía mucho tiempo que había perdido la condición de atleta. Ahora el deportista se ocultaba debajo de una gruesa capa de grasa y los estragos ocasionados por su rampante alcoholismo eran demasiado evidentes. Le costaba trabajo caminar. No era muy viejo, pero la mala vida le pasaba factura cada que podía. Vivía en un departamento de un madreado multifamiliar de la Cañada. Era lo único que poseía. Esa pocilga y sus recuerdos. Trabajaba de portero en un elegante edificio, en McAllen Texas. Todos los días cruzaba y ya amaneciendo regresaba, sólo para emborracharse hasta perder el conocimiento. Luego se levantaba crudo y tragaba como animal. Ya pardeando se iba a cruzar el puente. Todos los días lo mismo. Desde hacía mucho tiempo sobrevivía gracias a la caridad de algunos de sus antiguos admiradores. Uno de ellos le había conseguido el trabajo en aquel moderno edificio de apartamentos.

Diariamente Arnulfo llegaba muy puntual; directito al lavabo, a darse un baño vaquero. Frente al espejo ensayaba su cara de baqueta y algunos gestos muy parecidos a una sonrisa. Iba y se sentaba en un banquito, a disfrazar su miseria de cortesía y amabilidad. –“Buenas noches, mister Jones… ¿cómo le va Doña Isabel, le ayudo con el mandado?”- Siempre repetía las mismas frases, con la misma tonadita gastada. De vez en cuando se ganaba algún dinero extra lavando los carísimos carros de los inquilinos; algunos ni siquiera conocían su nombre, pero hasta eso, lo trataban bien. A veces, uno que otro le regalaba lo que le sobraba de su comida. Arnulfo se había convertido en la mascota perfecta, calladita y obediente. No le pagaban mucho, pero bien le alcanzaba para cubrir sus más básicas necesidades: comida, servicios y pisto. Era una vida austera, con algunas carencias, pero era lo suficientemente cómoda como para irla llevando. La verdad es que a estas alturas, Arnulfo ya no tenía motivación alguna. Sólo quería ir sobreviviendo, y si el final le llegaba pronto, pues que mejor. Por eso se ponía ésas borracheras; con la esperanza de que algún día un carro lo atropellara. O quizás el tren. Ya lo había pensado antes….

-“Que hueva… otro día más… y que pinche cruda…”- Arnulfo apenas si se pudo levantar, pero eso no era raro, todos los días pasaba por el mismo martirio. Fue hacia la cocina y se sirvió una taza de un café de hacía tres días. Miró por la ventana y vio que era un día normal, como cualquier otro. Meditó sobre cuanto tiempo más tendría que pasar para que su miseria terminara. Luego pensó en ella; como todos los días, todas las horas. Hasta la más insignificante de las cosas le recordaba a Rosita. El dolor ya le era familiar. No era un dolor punzante, al contrario, era un dolor manso, quedo, de ésos que no te matan pero que duran toda la vida. Había aprendido a vivir con él. Era su amigo, su única compañía. Salía del departamento y no se sentía solo. Iba a la cantina y era lo mismo. Hasta le había puesto nombre: “el garrapato”. Ése día en particular lo sintió diferente, un poquito mas fuerte que de costumbre; no le dio mucha importancia, o más bien si. Arnulfo decidió que ése sería su último día sobre este mundo. Iría a trabajar, regresaría y ya borracho, se tendería en las vías del tren. Estaba decidido.

"Otra noche perdida. Ya son casi diez años. He recorrido todas las calles y barrios de Reynosa mil veces y nada. Sé que sigue ahí pero, ¿en dónde? Es increíble que no haya podido dar con ella. Siento su aliento, sus latidos. Sé que sigue viva. Tiene que estarlo. Estoy tan cansado. Ya no quiero ir a buscarla; y sin embargo, no me puedo detener. A estas alturas sólo vivo por ella. Otra noche solo. Ni siquiera he comprado muebles para el departamento. Así se ve mejor. De ésa forma, si un día vuelve a mí, no va a haber nada que distraiga su mirada. Entrará por la puerta y me mirará directamente a los ojos. Yo trataré de mantenerme ecuánime, pero el sentimiento me vencerá. Extenderé mi mano hacia ella y vendrá corriendo hacia mí. No diremos nada. Ni una sola palabra. Nos amaremos y ya. Sin reproches. ¿Qué le puedo reclamar? Si somos una misma persona. Ella es mi creación. Lo mejor que he realizado en mi paso por este mundo de mierda... no tardes tanto, mi amor".

Llegó al edificio mas temprano que de costumbre. Iba bien bañadito y con sus mejores garras: el pantalón Docker’s que le había regalado uno de sus patrones, una camisa que estaba a punto de dar el botonazo, y sus botas bien boleadas. Saludó a todo mundo con inusual alegría y a cada uno le iba diciendo que ése sería su último día en el trabajo. Algunos ni se inmutaron, otros lamentaban el hecho, pero la verdad es que a final de cuentas les daba igual. Empleados iban y venían. Aún así, Arnulfo no se amilanaba, ya se había acostumbrado a la indeferencia de la gente.

Ya casi anocheciendo, Mr. Jones le indicó que ésa noche tendría una cena con amigos y le pidió que se hiciera cargo de estacionar los carros de los invitados; Arnulfo aceptó con la condición de que le regalaran una botella de whiskey. Llegó la hora, y Arnulfo ya estaba listo; unos minutos antes había ido al baño a echarse agua en el pelo y a ponerse desodorante, luego se paró afuera de la recepción con las manos a su espalda y la panza sumida. Le dio risa. Los invitados fueron llegando, él se acercaba y abría la puerta del auto deshaciéndose en reverencias y saludos. Apenas iba a sentarse a descansar un ratito cuando una Escalade se estacionó. Ya le dolían las piernas. El chofer de la camioneta bajó y abrió la puerta trasera. Arnulfo no hizo más que meter las manos en los bolsillos del pantalón y esperó a que bajaran para acercarse y saludar. Dio unos pasos hacia el frente, pero algo le hizo detenerse. Conforme la pareja se iba acercando, el corazón de Arnulfo comenzó a latir más rápido. La mujer lo miró detenidamente al pasar a su lado; él la esquivó y tartamudeó un buenas noches. El aire se le escapaba, su vista se nubló y a punto estuvo de dar el cuartazo. Salió con la velocidad con la que sus gastadas rodillas se lo permitieron, tropezó y fue a dar casi hasta la banqueta. Se arrastró y como pudo se sentó al borde. Las ideas no se le acomodaban en la cabeza, sudaba frío, temblaba. No lo podía creer, dudaba de su cordura, pensaba que las dos neuronas que le quedaban le estaban jugando una cruel broma. –“¿Te sientes bien Arnulfo?”- la voz grave le hizo dar un salto. –“Perdone jefe… no lo oí llegar…” se disculpó. –“Ya te he dicho que no me digas jefe… y no me hables de usted, que soy más joven que tu… o al menos eso parece”- El pálido joven sonrió y se sentó a su lado, -“Pero cuéntame… ¿Qué te pasa?... te ves muy mal”- . Ya más calmado, con la mirada vidriosa, Arnulfo contestó: -“Estoy bien don Andrés, no se preocupe… lo que pasa, es que a veces el pasado viene a perseguirnos…”- La mirada helada del joven hizo que Arnulfo se estremeciera, volteó hacia otro lado. –“¿Y que acaso no siempre nos pasa lo mismo?”- le contestó. Un desconcertado Arnulfo se volvió a Andrés para contestarle, pero éste había desaparecido sin hacer ruido. Un escalofrío recorrió su espalda; un miedo raro quiso invadirlo, pero su mente no estaba para eso.

Se levantó para entrar al edificio. Ahí estaba ella; justo en la entrada, mirándolo. Se detuvo y la contempló concienzudamente. Seguía siendo muy hermosa, todavía conservaba las pronunciadas curvas tipo novia de Condorito, ésas mismas curvas que tantas calenturas le acarrearon. Ella se acercó y él pudo oler su perfume, pensó que debía ser muy caro. En un tono muy suave, Rosita le dijo: –“¿Cómo estas Arnulfo…?-. Él quiso abrazarla, pero logró conservar la compostura. –“Bien mija… ¿y tu, como has estado…?”- la tomo de la mano, pero ella la retiró nerviosa, él sintió un peso en el pecho. –“No puedo quedarme mucho rato… dije que venía por algo que olvidé… la verdad es que nunca imaginé verte otra vez…”-. Rosita volteaba constantemente al elevador, -“dime… ¿estas bien?... supe que…”- calló apenada. –“Si, estuve en la cárcel… pero no duré mucho… me sacaron pronto… ¿y él, es tu marido?”-. Al ver la incomodidad en el rostro de Rosita, Arnulfo se inventó un historia propia, más falsa que nuestra democracia, -“No, no mija… no me puede, al contrario, me da gusto… yo también me casé, tengo dos hijos… son muy buenos niños…”-. Ella lo miró y sonrió. –“Que bueno Arnulfo… me tranquiliza el saber que estas bien… y si, me casé a los dos años de irme de Reynosa… él es un hombre muy bueno, nos queremos mucho… tengo una hija, ya esta por entrar a la universidad… de verdad mijo… no sabes el gusto que me da el que estés bien…bueno, me tengo que ir…”- Arnulfo se quedó mirando como ella caminaba rumbo al elevador, corrió a alcanzarla. –“¡Rosita, espera!... necesito decirte algo…”- Ella se detuvo sin voltear. La voz de Arnulfo se quebró al tratar de hablar, -“Rosita… sé que ya es muy tarde… pero necesito decirte algo…me porté muy mal contigo… te hice mucho daño… y créeme, todos los días me despierto maldiciendo el día que te perdí… sé que ya han pasado muchos años mija… pero necesito saber si me puedes perdonar… por favor…”-. Rosita no quiso voltear para que él no la viera llorar, solo dijo: -“Claro que te perdono… puedes estar tranquilo…”-. Las puertas del elevador se abrieron y Rosita subió. Arnulfo cayó de rodillas deshecho en llanto. –“Gracias… gracias…gracias mija… gracias mi Rosita”-. Se levantó y salió corriendo de ahí. El “garrapato” se había hecho mas chiquito.

Ya como a la una, los invitados comenzaron a irse. Arnulfo entregó los autos muy diligente. Rosita salió con su marido, subieron a la camioneta. Bajó y se acercó unos pasos. Arnulfo sonrió al verla venir. Ella le extendió un billete de cien dólares. Él se limitó a sonreír y rechazó cortésmente el gesto, -“No mija… no me hagas esto… todavía me queda algo de vergüenza…”- alcanzó a decir. Ella sonrió y lo besó en la mejilla. Subió a la camioneta y se perdió en la oscuridad de la noche, como hace veinte años. El la vio irse, pero esta vez no sintió la fuerte picadura de su querido “garrapato”. Respiró tranquilo. Ésa noche había recuperado algo.

-“¿Quién era, lo conoces honey?”- Preguntó su marido. –“No era nadie… un antiguo conocido de la primaria al que la vida ha tratado muy mal… solo eso”-. Rosita miró hacia fuera y no dijo nada más.


Continuará......

5.10.08

EL PREVENTIVO..... 4a. PARTE


EL PREVENTIVO

Carlos Román Cárdenas


7:11 A.M. DEL DIA SIGUIENTE.

A pesar de todo lo ocurrido la noche anterior, Arnulfo desbordaba optimismo. Muy temprano se había levantado para ir por barbacoa y durante todo el camino planeó la manera perfecta de pedirle perdón y matrimonio a su Rosita. Era un día soleado, de cielo azul y eso le había dado más ánimos. Además, ése día iba a firmar el contrato con la productora y una vez siendo famoso, no tendría que volver a verle la jeta a Carmona. Firmaría un contrato con una compañía internacional y daría el salto a Hollywood, ni más ni menos. El Preventivo pensaba todo esto, al tiempo que le entraba duro a los tacos de harina. Quince tacos y un buen baño después, enfiló a casa de su novia. Al pasar por casa de doña Lulú arrancó una rosa y la escondió entre sus ropas. Dio vuelta a la esquina y pudo ver la casa de Rosita; le extrañó no ver movimiento. Tocó a la puerta y nada. Pasaron unos quince minutos y don Alfredo, el padre de Rosita, abrió. Arnulfo sintió inmediatamente como la mirada de fuego del viejo se le clavaba y agachando la cabeza dijo: -“Buenos días don Alfredo… ¿esta Rosita?”- La severidad amainó y una lágrima se acomodó al borde del ojo del pobre Don Alfredo, que respondió: -“Que bárbaro mijo… ¿pero que hiciste muchacho? ¡¿Qué hiciste?!...”- Arnulfo se paralizó al darse cuenta que su suegro estaba al tanto de los hechos de la noche anterior y no pudo pronunciar palabra, sólo dejó escapar un tímido balbuceo. –“Rosita se fue a Houston con sus tíos… y no creo que vaya a volver… ¿entiendes?, ¡m’ija se fue y no va a volver!...”- El anciano ya no pudo contener las lágrimas y cerró tras de si la puerta. Arnulfo se quedó quieto durante horas, hasta que el sol le empezó a calar; entonces dio media vuelta, apretó los puños y se fue de ahí.

No dijo palabra alguna. Sólo entró a su cuarto, tomó su máscara anaranjada, se la caló y salió con rumbo desconocido.

8:52 A.M.

Todo pasó muy rápido, según los empleados del hotel. Otros dijeron que había sido casi como ver una película, con escenas en cámara lenta y toda la cosa. En lo que todos concordaban era en la brutalidad del Preventivo. Su fuerza era impresionante. Repartió golpes y llaves a diestra y siniestra; entró a la habitación de Carmona y lo golpeó hasta que se cansó. Luego lo levantó en vilo y lo lanzó desde el tercer piso. Cuentan los del Semefo que del impacto, un ojo del productor había saltado dos cuadras, hasta caer en la taza de café de uno de los vecinos. Buen material para el “Alarma”, sin duda.

“¿Por qué será que los malditos barandales no soportaron?... ¿Qué no se supone que están hechos con toda la mano?... pinches trabajos mal hechos… si la verdad yo no quería matarlo… sólo quería darle una buena madriza y meterle un buen susto por haberse pasado de lanza con Rosita, con mi Rosita…”, pensaba Arnulfo mientras iba en la parte trasera de la patrulla. Todos los compañeros que habían participado en la detención, lo miraban con pena y trataban de reconfortarlo, uno hasta le llevó una coca. Luego el comandante, en un acto desesperado, sugirió un plan para echarle la culpa a un indigente; pero no. Arnulfo era un buen hombre y un mejor policía. Apechugó todo el penoso proceso, el acoso de los medios y la burla de la gente; de toda ésa misma gente que antes lo había idolatrado. Pero todo eso no le afectaba. Le dolía la pena que le ocasionaba a sus padres, pero sobre todo, el haber perdido al amor de su vida. Aún así, un grupo de empresarios de la localidad se reunió y lograron sacarlo de la cárcel apenas cumplidos siete años de la sentencia.

Al salir, las cosas habían cambiado mucho. Ya nadie lo recordaba y apenas si se había convertido en una anécdota. En algunas cantinas todavía se hacían chistes a sus costillas, pero las máscaras anaranjadas desde hacía mucho tiempo, no estaban a la venta. Arnulfo recorrió penosamente las calles que tantas veces le vieron transitar a paso triunfante. Llevaba la mirada en el suelo, iba avergonzado. Llegó a su colonia donde algunas gentes trataron de saludarlo, pero él no respondió. Abrió la puerta de su casa; todo se veía viejo, descuidado, sin luz. Su mamá había fallecido hace un año y su papá estaba postrado en cama, ya casi al borde del pozo. Entró al cuarto y vio al viejo dormido; no lo quiso despertar. Se sentó en un viejo sillón y se puso a llorar hasta que el sueño lo venció.

El ruido de una muchedumbre lo despertó… afuera se oían gritos y porras... Arnulfo se asomó y apenas abrió la puerta, una ovación ensordecedora estalló… ahí estaban todos: sus compañeros de la policía, su manager, sus vecinos… él miró sus manos y en ellas estaba la reluciente máscara naranja… volteó a ver a la gente y una muchacha se fue abriendo paso; no la alcanzaba a mirar bien… sus ojos se abrieron y una sonrisa gigante se le dibujó en el rostro; era Rosita… -“¡Arnulfo!”- una voz se escuchaba a lo lejos… Rosita se acercó hasta donde él se encontraba y le plantó un beso en los labios; lágrimas de felicidad rodaron por las mejillas del luchador… -“¡Arnulfo!”- otra vez la voz, pero más cercana… no lo podía creer, todo volvía a ser como antes… -“¡Arnulfo, hijo!”- el grito del viejo hizo que Arnulfo diera un brinco. Que triste puede ser la realidad. Todo había sido un sueño.

Se acercó a su padre sólo para verlo dejar escapar el último aliento. No lloró. Se quedó callado. Se acomodó de vuelta en el sillón para ver si podía volver a ése sueño tan bonito del que había despertado. Total, no corría prisa. Despertando llamaría a Valle de la Paz...


Nada


Porque nada es poco...
y mucho es nada.

regreso luego para volver a contarte una historia...

paciencia, sólo eso...

Teté Tovar