18.10.08

Ese misterio...

Teté Tovar

He escuchado hablar de ti antes, dicen que tienes un poder oculto, una fuerza que hace que ocurran cosas extrañas a tu lado. Me contaron que alguien te escondió debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia, alguien te llevó y te dejó ahí. Como cada noche de sábado, en medio de la penumbra vengo a verte; desde la primera vez quede prendado de tu brillo, bajo la tenue luz de la luna que entra por una de las ventanas superiores del campanario. Estoy contigo hasta los primeros rayos de sol, hasta que el sueño está a punto de vencerme.

La última vez que te vi, había pasado tres días buscando tu rastro en el pueblo. Pregunté a todos por ti, esperando que alguien me diera una respuesta. Pero sólo me evadían, doña Juventina me contaba que un hombre te había tomado de ahí, de la puerta de la iglesia una tormentosa noche de verano. Cuenta que nadie quiso tocarte pero todos te veían con curiosidad, con una extraña mezcla de deseo y adoración. Dicen que el padre salió a ver porqué había tanto alboroto, que se molestó al ver a todos reunidos ahí a esas horas de la madrugada y bajo aquella tormenta cuyos rayos parecían hacer eco a la furia del padre, que intentaba despejar el atrio de su iglesia. Te arrebató de las manos de don Esteban y te llevó dentro, te colocó cuidadosamente sobre altar, y se quedo inmerso viéndote, admirándote, perdiéndose en tu fulgor. Cada quién tiene su historia.

Los días fueron pasando y la gente preguntaba al padre por ti, querían verte. Alguien dijo que eras milagroso, que si te pedían un favor prometiendo una manda, cumplías. Otros me contaron que estabas lleno de maldad, que tu encantamiento no podía ser cosa divina, que eras siniestro. El padre hacia como si nunca hubieras existido, simplemente no respondía cuando preguntan por ti, se hacía el sordo. Doña Lupita y Doña Juventina le insistían a diario, después de cada confesión, preguntando tu paradero le respingaban que era de alta necesidad verte. El hacía como que no escuchaba nada. “Este padrecito nomás no entiende la urgencia d’una, ¡ne’cito saber que pasara con el trabajo de mi viejo!, claro a él no le preocupa porque no tiene hijos” decía doña Lupita; “Claro que no los tiene ¡sería pecado si los tuviera!”, exclamaba sorprendida doña Juventina. Las dos continuaban hablando mientras salían de la iglesia quitándose las mantillas de sus santas cabezas. El padre había escuchado toda la conversación, mientras terminaba de quitarse la sotana para ir a buscarte, “tengo que verlo, necesito verlo” repetía para sí.

El padre, en su afán de guardarte y ocultarte de la vista de todos, ha cerrado la iglesia por completo durante las noches. No he podido llegar a ti, ya he intentado entrar por las ventanas del campanario pero es arriesgar mi pellejo. Lo más cerca que puedo estar de ti es en las escaleras del atrio. Ridículamente he derramado lágrimas por ti, no logro comprender y mucho menos controlar esta necesidad de ti. De pronto, al recargar mi cabeza en la puerta ésta se abrió un poco, rechinando como fierro viejo, parecía que se quejaba y me invitaba a pasar. Me escabullí lentamente, intentando no hacer ruido al pisar sobre las viejas losetas de barro. Llegué a tu escondite y para mi sorpresa, no estabas ahí, triste volví mis pasos, de pronto sentí una presencia, voltee rápido pero no había nadie. “Figuraciones mías” pensé “es tanta mi desesperación que veo cosas” continué diciéndome para tranquilizar este corazón debilucho que dios me dio. Iba a salir de la iglesia cuando decidí buscarte, ya estaba dentro, lo que sucediera era extra. Caminé lentamente por el pasillo central, respetando como siempre el lugar, subí, busqué en el sagrario y para mi sorpresa estabas ahí, tan misterioso, tan místico, brillante y enigmático como siempre, ese color tuyo tan negro, tan penetrante. Te tomó en mis manos y se escucha un ruido detrás de mí, de un brinco estoy debajo del altar, el padre pasa a un lado de nosotros y va hacía el sagrario, se da cuenta de que no estás. Se escucha su grito “¡No!”, se ahogo en un sollozo. Pasó corriendo y se perdió en la oscuridad. Salí de ahí contigo en mis manos, te llevé a casa y tanta emoción agotó mi cuerpo dejándome caer en un sueño profundo.

Me despertó el alboroto afuera, “No puede ser, dicen que ha desaparecido” decía Doña Jovita. “Esto no puede traer más que desgracias” sollozaba doña Lupita. En medio de todo esto el padre llamaba a misa dando campanadas alocadas, todos caminaban apresurados rumbo de la iglesia. Al entrar tras toda esa gente, el padre estaba de pie frente a todos con las manos en alto vociferando “si alguno de ustedes lo ha tomado, tiene que devolverlo, sólo traerá desgracias a quien lo posea, Dios está muy molesto” decía mientras su rostro enrojecía. Decidí salir de ahí, no fuera a ser que se dieran cuenta que te tenia conmigo. Llegué a casa lo más pronto que pude y para mi sorpresa había una carta sobre la mesa, “es raro” pensé “la puerta estaba cerrada” te deje sobre la mesa y tome el sobre, lo abrí con manos temblorosas y leí de un vistazo lo que decía, “tengo la mala fortuna de ser portadora de la triste noticia” leí en mi mente “tu estimado tío ha muerto dejando en el desamparo a dos hijos que a partir de hoy serán tuyos” tragué saliva “no tienen a nadie y es la voluntad del tío que vayan a tu lado para que hagas con ellos lo que él hizo contigo, darte abrigo, educación y alimento” caí de golpe en la silla, cómo podría yo hacerme cargo de ellos si a duras penas podía hacerlo solo. Esperaré a que lleguen. Escuché un ruido que venía de afuera, me asomé por la ventana y mis animales estaban muy inquietos, salí a verlos y para mi sorpresa uno de ellos estaba muerto, los demás caminaban ladeados como si no pudieran mantener el equilibrio, intenté en vano averiguar que pasaba, los minutos pasaban y ellos iban cayendo uno a uno. No quedó uno vivo.

Desolado entré en mi casa dispuesto a escribir una carta, avisando a mi hermana que no podía hacerme cargo de mis primos. Apenas iba a hacerlo cuando tocaron ami puerta, era el padre, se veía acongojado, desesperado. “Sé que tenías un interés especial en ese rosario” me dijo casi en un murmullo, “pero si lo tomaste debes devolverlo” continuó, “está maldito y su lugar es cerca de dios”. Guardó silencio unos eternos segundos y prosiguió, “ese rosario tiene su historia que no debe ser contada para que no se perpetúe, su lugar es dentro de la iglesia, sólo ahí deja de tener maldad” dijo mirándome fijamente esta vez. Se levantó y se fue, afuera se escuchó un bullicio enorme “¡padre, padre, venga rápido es doña Lupita, se nos muere!” el padre corrió tras ellas tan rápido como se lo permitió su sotana. Al llegar ya era tarde, doña Lupita ya había fallecido. Todos en el pueblo la lloraron, todos excepto yo, en realidad me importó un comino su muerte, yo tenía otros problemas. Desde que te lleve a mi casa las cosas fueron empeorando, gasté mis pocos ahorros en medicinas para los pocos animales que me quedaban, pero todo fue en vano. Me quedé sin nada. Los días fueron pasando y en cada hogar del pueblo se fue dando una desgracia, mientras tanto el padre continuaba buscándote y yo escondiéndote, eras tan hermoso que no podía ser que todo lo que sucedía fuera tu culpa, “todo era casualidad” me repetía para convencerme.

Una mañana vino doña Jovita, llorando me decía “mijo, el padre está muy mal, habla solo todo el tiempo, ya ni siquiera oficia misas” continuó, “todo desde que ese rosario desapareció, daría mi vida porque volviera”, dicho esto tomó mis manos como sabiendo que yo lo tenía “ojala puedas ayudarnos a encontrarlo, creíamos que era bendito pero nos hemos equivocado, es tan oscuro como su color”, dicho esto salió de mi casa tristemente. Fui a buscarte ahí en donde te tenía escondido, nuevamente tu brillo me envolvió completamente, al mirarte desaparecía cualquier pensamiento, mi mente parecía en pausa, sentía que todo estaba y estaría bien. Cuando esa noche dormía, mi mente aclaró muchas cosas, tenían razón, estabas maldito, la prueba estaba en mi granja, todo moría desde que llegaste. Al amanecer decidí que te devolvería a la iglesia. Quizá ahí no harías más daño. Fui a buscarte y ya no estabas más. Busqué y busqué por toda la casa y nada. Lo extraño era la paz que parecía llenar el lugar. Salí a la calle a buscarte despistadamente, para mi sorpresa todo estaba muy pacifico, muy “normal”. Doña Jovita sonriente me dijo “mijo ya volvió a su lugar, todo estará bien ya verás”, me dijo al pasar a mi lado. Continué mi camino apresurando mis pasos rumbo a la iglesia “¿quién pudo haber entrado a mi casa en medio de la noche sin que yo me diera cuenta?” me preguntaba, “¿en que momento te robaron?”; llegué a la iglesia y para mi sorpresa, el padre estaba dando un sermón, alegre sin regaños, como nunca antes. Al verme sólo me sonrío como diciendo “ves, todo ha vuelto a la normalidad”.

Han pasado algunos años, un niño sentado afuera de la iglesia en la plaza juega contigo. Ya los años han hecho de mí un guiñapo, me ha sorprendido verte enredado en unas manos tan inocentes. Intento acercarme pero estoy demasiado cansado, no puedo imaginar lo que le espera a ese niño como tampoco sé quién te ha dejado tan a la vista como para que te haya encontrado. A mis años ya que importa, las cosas no podrían estar mejor o peor. Tú sigues siendo enigmático, tus cuentas siguen siendo de ese negro misterioso. Algún día se podrá contar la historia del rosario negro, ese que fue encontrado debajo de una loseta de barro dentro de una iglesia…







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