16.5.08

He Muerto


He Muerto...
Teté Tovar

Fue inesperado verte, sentado ahí donde siempre, fumando un cigarro y tomando café. Te vi de lejos, mientras intentaba alcanzar el autobús. Al verte, no pude continuar mi camino y decidí pararme ahí, a observar como en silencio dabas un sorbo a tu café y dejabas que tu cigarro se consumiera en el cenicero cual noche comiéndose al día. Había una banca cerca, así que fui a sentarme para seguir mirando como tus pensamientos se iban entre nubes de humo. Cuántas veces te vi así, ensimismado en tus ideas, sosteniendo un monólogo con tus miedos, tu futuro y tu vida.
De pronto volteaste como viéndome, como percatándote de mi presencia. Como niña me escondí un poco tras un árbol; después comprendí que no podrías verme. Hace tiempo que me fui. Hace mucho que te dejé así, entrando en tu mente día a día, intentando buscar una razón. Vuelves a lo tuyo. Das un nuevo sorbo a tu café y una bocanada a tu cigarro. Hace tiempo que no te veía fumar. Creí que lo habías dejado por salud; quizá volviste a él en cuanto me fui. Como me gustaría acercarme, como quisiera llegar por tu espalda y abrazarte así, diciéndote que mi día estuvo fenómeno, que yo también quería un café. Te preguntaría porqué estás fumando.
De pronto, me doy cuenta que vuelves a voltear hacía mí. Mueves tu cabeza como buscándome. Esta vez no me escondo, quiero que me veas y te sorprendas al verme ahí después de tanto tiempo, después de tanta lágrima, nostalgia e incomprensiones. Pero nuevamente vuelves a tu café. Esta vez he avanzado un poco. Prácticamente me he sentado en la banca que está cruzando la calle, frente al café en donde, ensimismado en ti, estás sentado. He puesto mi mejor cara. En este tiempo ha cambiado mi aspecto, tal vez no mucho; quizá el cabello un poco más largo. No sé si te guste cuando lo veas. Nunca me has visto así.
He recordado justo ahora, cómo tantas veces compartimos más que un sueño, más que una alegría y más que una tristeza. Como poco a poco nos acostumbramos a estar juntos y como con el tiempo nos acostumbramos a estar lejos. Es ahora cuando quiero entender qué sucedió, ¿discutimos?, no lo sé. Ahora caigo en la cuenta de que no sé porqué tu estás sentado ahí tomando café, sólo pensando Dios sabe qué; y porqué yo estoy aquí, tan cerca, con tanto miedo de acercarme, miedo que no me reconozcas.
Pides más café y enciendes otro cigarrillo. Noto que juegas con algo en tu mano, no alcanzo a distinguir qué es. Decido acercarme, tengo que enfrentarte. Quiero que me digas qué fue lo que pasó. En que momento dejamos de ser uno, lo que fuimos siempre. Camino lentamente, con un temor ahogado en mi corazón; un miedo terrible, incomprensible. Me detengo tras de ti, te llamo por tu nombre, pero no me respondes. Parece que no me has escuchado. Me acerco un poco más, jalo la silla y me siento. No entiendo que pasa; no te mueves, no reaccionas, es como si yo no estuviera ahí.
Tomas tu café y dejas caer algo sobre la mesa; es mi anillo. El anillo con el cual te prometí estar siempre contigo, con el que juré amarte siempre. No entiendo nada. No me miras. Te hablo y no me escuchas. Tomas tus cosas y te levantas. Tus ojos están llenos de lágrimas. Volteas hacia la banca en donde hace un momento estuve sentada y suspiras como suplicando. Me dices que me amas, que me extrañas más que nunca y que sin mi no puedes seguir. Tomo tu rostro en mis manos, pero tu no te das cuenta que estoy ahí. Intento decirte que he vuelto, que todo estará bien; pero tú sigues tu camino murmurando: “ojala en dondequiera que esté, esté mejor”. Juras que seguirás adelante junto a ella, junto a esa niña que dejé aquí. Que por ella no estás conmigo, que sólo ese pedazo de mi tienes, y que es tu tesoro más grande. Que sabes que estoy con ustedes de alguna forma. Todo esto me lo dices sin verme. Viendo al vacío, acariciando mi anillo.
Veo como te alejas. Empiezo a entender por qué no me escuchaste. Los recuerdos empiezan a volver a mí como olas de agua helada. Tú y yo, felices. Un bebé. Lagrimas, tristeza. Todo es triste a mí alrededor. Los veo llorar con gran dolor. Tú con esa niña en brazos, y yo… yo no estoy ahí. ¡Dios! Sé que algo ha pasado, sé que nada está bien. Intento detenerte, pero sigues ignorándome. Las lágrimas siguen corriendo por tus mejillas. Estoy frente a ti, pero no me ves. Te grito desesperadamente; ¡explícame, dime que sucede!, ¿porqué no me miras, porqué no estoy contigo?
De pronto te detienes. Como si algo te impidiera seguir. Volteo y veo venir a una niña. Es hermosa. Viene corriendo hacia nosotros, te grita “papá”. Me sorprendo enormemente. Yo la conozco; al menos creo conocerla. La tomas en tus brazos, la levantas, y la llamas por su nombre: Mariana. Mi corazón da un vuelco. Ésa niña es mía, pero… yo no estoy ahí. Continúas con ella en brazos y su voz pequeña te pide que le cuentes, que le digas otra vez cómo era su mamá. Tú le respondes que era hermosa como ella y que ahora es un ángel bello que la cuida todo el tiempo, más bien, que los cuida todo el tiempo. Veo como se alejan… intento calmarme, intento entender. Las ideas se van acomodando. Me doy cuenta que he muerto, que ya no soy de este mundo, que ya no tengo vida. Estoy tan triste, tan desconcertada. Aún no entiendo como pude dejarte así, como me pude ir sin ti. Estoy muerta. Debo estarlo. Sólo de ésa manera me pude alejar de ti…

No hay comentarios: