7.9.08

Fabiola

Teté Tovar

Esta historia pudo haber sucedido en cualquier otra parte, pero sucedió aquí, en este barrio de la capital chilena. Ese hombre caminaba solo por la calle desierta, temprano en la mañana llevando el pan a quien quisiera comprarlo. Cada día en una de las esquinas lo esperaba ella, menudita y simpática, tenía más o menos ocho años y estaba siempre ahí, sentadita en la banqueta. Don José (por ponerle un nombre) le sonreía amablemente dándole el pan en la mano, ella lo tomaba alegre, le daba el dinero y se iba corriendo perdiéndose en el edificio. Don José continuaba su camino.

Esta niña de nombre Fabiola tenía en su haber innumerables travesuras, pero aún así era la favorita de su mamá, esto ponía celosos a sus hermanos mayores pero ella ni cuenta se daba. Era feliz en su reducido mundo en el barrio de Concha y Toro cerca de la plaza de la Libertad de Prensa corriendo por las calles empedradas sin detenerse para ver si vienen carros “¿cómo estay?” grita al pasar cerca de cualquiera que se cruce en su camino. Así era su vida, sencilla sin preocupaciones.

Una mañana de verano cerca de la navidad, Fabiola salió fiel a su costumbre para ver a Don José y comprarle el pan. Pero él no apareció, ella esperó y esperó sentadita en la banqueta guardando el dinero en su puño. Como no sabía estarse quieta y tampoco quería quedarse sin su pan del desayuno, decidió ir a la panadería a buscarlo. Cuando llegó ahí se quedó parada frente a la puerta, no podía entrar, estaba cerrado y en el marco de ésta colgaba un anuncio que explicaba su ausencia; no entendía que sucedía pero algo malo intuyó. Corrió a su casa a decirle a su mamá que no habría pan hoy pero para su sorpresa lo había, justo sobre la mesa estaba servido. Su mamá estaba sentada a la mesa rodeada de sus hermanos, se le veía triste. No entendía que pasaba. Ella se volvió a mirarla pero no le dijo nada.

Al día siguiente Fabiola se levantó justo cuando el sol salió, se aseo y salió corriendo tomando el dinero del día anterior. Se sentó en la banqueta a esperar a Don José, quien minutos más tarde llegó y pasó de largo junto a ella sin verla. Fabiola se quedo triste viendo como se alejaba de ahí. Caminó a su casa a decirle a su mamá pero nuevamente había pan sobre la mesa. La niña no entendía que sucedía. Esa tarde vio salir a su mamá y fue tras ella en silencio. Bajó las escaleras y salió del edificio. Ella continuó por la calle Alameda llegó al metro y se fue. La niña tomó el camino de regreso a casa; cuando entró vio a sus hermanos sentados frente al televisor pero no habló con ellos, fue directo a su habitación y se encerró.

Empezó a buscar sus muñecas para jugar pero no las encontraba por ningún lado, buscó debajo de la cama, dentro del clóset, por todo el cuarto pero no las encontró. Iba a preguntar a sus hermanos cuando una caja junto a la cama de su mamá llamó su atención, así que fue a ver que había dentro. Su sorpresa fue enorme, todas sus muñecas estaban ahí, cuidadosamente acomodadas. No quiso sacarlas, mejor esperaría a su mamá para preguntarle. Mientras esperaba se quedó dormida. La despertó un portazo, era ella “niños lávense las manos porque vamos a cenar” dijo al entrar. Fabiola se levantó y fue al baño, sus hermanos estaban ahí “hazte a un lado” dijo uno de ellos, Fabiola se movió de ahí, “¡que te quites!” repitió su hermano, “pero si ya me quité” chilló Fabiola. Todos salieron corriendo rumbo al comedor en donde los esperaba la mesa servida, “siéntense y dejen de pelear” Fabiola respondió “si mamá” pero ella no volteó a mirarla. Se sentó en la silla junto a ella y empezó a cenar en silencio. Ella sólo los observaba. Al terminar de cenar su mamá les pidió que levantaran los platos mientras ella fue a su habitación, Fabiola fue tras ella pero cuando llegó a la puerta que estaba a medio cerrar, vio a su mamá sentarse en la cama, abrir la caja y tomar sus muñecas. La niña no entendía que le pasaba pero prefirió volver a la cocina con sus hermanos. Éstos estaban terminando de acomodar y limpiar “ya es hora de ir a dormir” les dijo Fabiola, ellos sin voltear a mirarla salieron de la cocina y entraron al baño para lavar sus dientes. Como su mamá ya no salió del cuarto, todos se fueron a dormir, incluida Fabiola que se fue a su cama sin sus muñecas.

En la calle de Maturana salía el sol cubriendo balcones, entrando por las ventanas. Fabiola abre los ojos y observa el techo. No tiene ganas de levantarse hoy, su mente infantil ha decidido quedarse en la cama. Escucha a lo lejos las voces de sus hermanos, la dulce voz de su mamá en la cocina. Estos últimos días han sido tan extraños.

Lorena, así se llama la mamá de Fabiola, está sentada al pie de su cama con una caja en el regazo. Con sus manos acaricia las muñecas que dejó sobre el suelo aquél día que salió tras ella. Esa tarde en que Fabiola desapareció al doblar la calle de Alameda poco antes de la estación del metro. Todos en el barrio la buscaron, nadie la encontró. Lorena piensa que en donde quiera que esté, ojala esté bien.

Fabiola despierta sola, se queda mirando el techo de su habitación, “Fabiola, ven a desayunar, se enfría” se escucha una voz. La niña se levanta y sale corriendo del cuarto, se sienta a la mesa “mamá, ¿qué día es hoy?” pregunta con una sonrisa “es tu día, hoy cumples un año más de haber llegado a mi vida”. Fabiola no hace más preguntas, toma su desayuno y se queda sentadita ahí observando a su mamá, ella no hace más que mirarla y sonreír. Todo parecía tan lejano, su mundo se cerraba aquí, en esta mesa. En este lugar del que nunca se ha alejado, del que nunca se alejará. En esta casa con balcones llenos de historias que se entretejen para reunirse en esta plaza, en este barrio que puede estar en cualquier parte pero está aquí. Todo fue como un sueño, un pestañear en esos ojos de niña, Fabiola en silencio se sienta en la banqueta a esperar.

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