7.7.08

Nada es suficiente...



Teté Tovar

“Diferentes formas de escribir lo mismo” se repetía mientras continuaba garabateando en una libreta, “el caso es que tengo que sacarme de dentro todas estas letras” continuaba escribiendo. De pronto se levantó y decidió salir a la calle, era media tarde y estaba nublado, parecía que el cielo empezaba a decidir caer al fin sobre el asfalto. Acostumbraba a caminar por las calles llenas de gente, nadie parecía reparar en ella nunca. Su vida era a veces tan monótona que escribir era su único escape, caminar era la forma en que viajaba su mente.

“Los miedos se botan encima” pensaba, “llegan de pronto, sin aviso, sin prudencia; simplemente invaden la tranquilidad”. Se levantó nuevamente de su cama para iniciar un nuevo día, no recordaba cuanto tiempo había pasado, sólo sabía que quería escapar. “vamos, levántate” le dijo una voz fuertemente, “no tienes que estar más tiempo en cama, ¡muévete!”. Tomó sus cosas y se encaminó al baño, o lo que él llamaba baño, en realidad era una choza a medio construir, sin techo, con una conexión mal hecha para traer agua de una cascada cercana. Entró y dejó que el agua helada cayera sobre su cuerpo desnudo, maltratado. “Anda, que aún falta gente, no eres la única aquí”, ella intentó apurar su baño, tendría que cortar la deliciosa sensación de calidez del agua helada al caer sobre su cuerpo, ese era uno de los pocos momentos en que podía estar en paz, en ausencia. El otro era cuando venías a su mente, cuándo algún aroma evocaba tu presencia; a veces ella te traía a su mente forzando tu esencia, tus palabras en sus sordos oídos. Cada vez que él la buscaba ella pensaba “abrazarte, besarte, conocerte…llorarte, alejarme…quererte” se repetía una y otra vez mientras simulaba escucharlo, mientras fingía poner atención. “Has lo que te digo y nada te sucederá, yo te protegeré” le repetía él intentando acercarse. “¿En realidad cree que le creo?” pensaba mientras él continuaba hablando “el haberte traído acá ha sido por tu bien, para que te alejaras de ese mundo loco e iluso en el que vivías” le repetía cada noche, quería convencerla de que él la cuidaría. Llegaba el momento de decir nuevamente “hasta mañana” en silencio y volver a su cama.

Cada vez que salía a la calle respiraba hondo y profundo. “Abrazarte, besarte, conocerte…llorarte, alejarme…quererte” murmuraba mientras caminaba; en su mente pasaban imágenes de aquellos días con ese hombre, la lluvia que caía le recordaba la tibieza del agua helada por las mañanas. “¿Cómo puede extrañarse lo que se odia?” se sorprendió diciendo en voz alta, un señor que pasaba a su lado la miró extrañado y siguió su camino. Ella sólo atinó a sonreír con una mueca, bajó la mirada y continuó caminando.

Llegó la noche “tanta oscuridad me abruma” pensó mientras él nuevamente venía por ella para “platicar”, en realidad era un monologo continúo. “¿Por qué viene cada noche?” seguía pensando mientras hablaba, de pronto él tomó su mano, ella se estremeció apartándola de él. “Te dije que para estar a salvo tenías que confiar en mi” le gritó exasperado; se levantó y se fue. Ella quedó ahí rodeada de oscuridad, esa penumbra que tanto miedo producía en ella, no se veía mas allá de un brazo de distancia, tenía que caminar dando tumbos para volver a su cama. “Conocerte, alejarme, llorarte…quererte, besarte…abrazarte” repitió hasta que el cansancio la venció.

Llegó hasta un parque, se sentó en una banca absorta en sus pensamientos. “¡Qué fresca está la tarde!” escuchó, “¿eres nueva en el vecindario?” ella no volteó a verle, creyó que le hablaba a otra persona. “Vengo con frecuencia y no te había visto” ella se giro y lo vio a los ojos, “mucho gusto, me llamo Rubén” sólo atinó a darle la mano y volvió a sus pensamientos. “Mmhh” masculló, “tú te llamas…” ella lo miro nuevamente y dijo entre dientes “Ana, mi nombre es Ana” le dijo para que la dejara en paz. Él suspiró largamente, no sabía como iniciar una conversación, pero tenía que hacerlo porque sólo así la conocería, sólo así podría calmar esa ansiedad que lo consumía. “¿Podría invitarte a tomar algo?” insistió, “está bien” aceptó ella con desgano, “vamos, aquí cerca hay un lugar”. Caminaron dos cuadras para llegar al Rincón de la Soledad, era una especie de bar Light, entraron uno detrás del otro y se sentaron en una de las mesas del rincón. “Como te dije antes, mi nombre es Rubén, soy dueño de una pequeña empresa que fabrica muebles” inició él para romper el hielo, ella lo veía atentamente pero no le ponía atención, “¿tu qué haces?” se hizo un enorme silencio, “oye, ¿me escuchaste?” le dijo rozando su mano, ella dio un brinco y se puso de pie “espera no quise…incomodarte” le dijo él, ella simplemente se fue.

Hoy no ha venido a buscarla, no sabe si sentir paz o inquietarse, se ha parado en la “puerta” de la choza para ver si lograba verlo entre tanta oscuridad; pero no, no ha logrado verlo. “¿Habrá sucedido algo?” se sorprendió pensando, tenía una especia de nudo en el estomago, “¡qué extraña sensación!” se dijo. Se dio la vuelta y volvió a su camastro, frío, húmedo. A la mañana siguiente salió de la choza para ir al “baño”, todo era silencio, parecía una zona fantasma, continuó su camino lentamente, observando a ver si alguien aparecía, pero no, no había nadie. Ni siquiera sus “amigos” de encierro, estaba totalmente sola. Intentó no entrar en pánico, regresó corriendo a la choza, tomo sus pertenencias (un plato, una cuchara, sus notas) y se marchó del lugar. No supo ni como llegó al camino y ahí un buen cristiano la recogió en su camioneta llena de gallinas y verduras, y la llevó a la ciudad. “No puede ser que estuviera tan cerca” pensó bajándose de la camioneta y dando las gracias al buen hombre; “no entiendo que sucedió” se decía mientras caminaba a su casa. Al llegar, era como si nunca se hubiera ido, lo único que evidenciaba su ausencia era la capa de polvo sobre los muebles, las plantas secas, los recibos acumulados y la falta de luz, la habían cortado. Se fue directamente al baño, se desnudo con rapidez y se metió a la regadera; para su sorpresiva costumbre, se dio un baño de agua helada.

Se asomaba un sol anaranjado por entre las persianas, estaba sentada en la mesa junto a la ventana, la suave tibieza del sol la hacia sentir segura, tenia una libreta entre sus manos y en ella intentaba desahogar sus temores con letras, su soledad con comas, su incertidumbre con puntos. “Diferentes formas de escribir lo mismo” pensaba al recordar sus manos, sus besos, sus caricias “cómo pudo dejarme ahí, olvidarse de mí así” se preguntaba. De pronto recordó todo de golpe, el día que se la llevaron, como simplemente la empujaron en un auto y partieron con ella dentro. “Besarte, abrazarte, conocerte…llorarte, quererte…alejarme” dijo en voz alta. Él la bajó del carro con fuerza, la llevó casi en vilo y la dejo caer en ese camastro que pronto sería su refugio, su condena. Rubén se llamaba, se lo dijo una noche de tantas en que le contaba sus historias, su vida, se fue enamorando poco a poco de él “para qué” se preguntaba, si él la dejo ahí en medio de la nada. “Ese roce” pensó “dijo que su nombre era Rubén” se repitió en voz alta. Intentó recordar, intentó volver a sentir. De pronto alguien la sacó de sus pensamientos, “Ana, es hora de tu pastilla” le dijo una mujer vestida de blanco “anda, tómala, te sentirás mejor” puso en su mano una pequeña y redonda píldora. “Pobre muchacha, tan bonita” le comentó la enfermera a otra de ellas que se encontraba llenando formularios “que le sucedería que se perdió de esa forma, vive en su mundo”, dijo pensativa. Ana tomó la pastilla y se alejó de ahí de nuevo. “Nada, nada es suficiente” se dijo “nada me hará olvidar”. “Abrazarte, besarte, conocerte…llorarte, alejarme…quererte” murmuraba mientras se alejaba.

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