21.5.11

Ser zombie no costea


Imagínate el cuadro: ahí vamos el “solovino” y yo a pleno solazo, cargando el torso de un pobre infeliz al que hemos puesto ropa decente y hasta peinado. Uno que otro vecino del barrio voltea a mirar, pero a éstas alturas ya nada sorprende a nadie; y créeme, a como está la cosa, esto es lo menos “gore” que van a ver. Subimos una pendiente interminable y nomás bajando, veo la casa de Marianita mi vecina. Sé que vive sola, porque aún en mi estado, de vez en cuando todavía me gusta ventanearla. Quizá lo más fácil hubiera sido comérmela (si, con m) desde hace ya mucho, pero es que debiste ver sus nalgas; sin duda las mejores que he visto en toda mi vida: redonditas, como dos balones de futbol, de ésas nalgas que tiemblan sólo lo justo, no como otras que se ven bien a simple vista, pero que parecen gelatina… no, no hablo de ti, tu eres perfecta todita, así como eres. Pero volviendo a Marianita, que desperdicio, la verdad… pero es que el alimento es escaso y el hambre es canija, así que ni hablar.
Finalmente llegamos. Nos acercamos a la puerta y nos aseguramos que nuestro muppet de carne y hueso pudiera verse por la ventana; lo hubieras visto, hasta lente oscuro le pusimos. El “solovino” tocó el timbre con la frente, pues tenía las manos ocupadas, y después de un rato, escuché los pasos de Marianita. –“¿Quién es?”- preguntó con su voz chillona, y se asomó por la ventana. Yo fingí la voz y le dije que era un representante de la Secretaria de Salud, cosa que después me pareció de lo más estúpido, pero que en ése momento y considerando que el tamaño del cerebro de Marianita era proporcionalmente opuesto al tamaño de su trasero, funcionó de maravilla. Antes de relatar lo sucedido al interior de la casa, déjame decirte que desde que le plantee la idea al “solovino”, le aclaré que él se podía comer cualquier cosa, pero que las nalgas eran para mí; fetiche, si quieres llamarlo así. ¿Y que hizo el pendejo nomas entrando? Exacto…
Total, la infortunada Marianita abrió la puerta y nos abalanzamos sobre ella. La pobre corrió hasta el cuarto de sus papás y cerró con llave. Íbamos decididos a forzar la cerradura, pero al pasar frente a la puerta de su cuarto, no pude evitar ver su laptop encendida. Por ahí escuché que si uno no quiere enterarse de algo, es mejor no buscar; pero ya ves como es uno de tonto, apenas me acerqué a la pantalla y ahí estaba el maldito Facebook a mi disposición. Cerré la sesión de mi comestible vecinita, y entré con mi nombre y contraseña. Sólo dos palabras bastaron para que mi imaginación te imaginara haciendo cosas que avergonzarían a la mismísima Sasha Grey. Dos palabras en la actualización de tu estado: “¡Que noche!”… Hija de la chingada… ¿Quién te cogió, quien te dejó tan satisfecha que hasta le agradeces?... en eso estaba, imaginándote toda ensalivada, jadeante; cuando uno de mis putrefactos dedos se atoró entre la S y la D… di el tirón y mi dedo se quedó en el puto teclado. Con todo y el coraje, alcancé a escuchar que el “solovino” todavía no podía abrir la puerta; pobrecito, pero es un pendejo. Si no fuera por mí, ya se hubiera muerto de hambre o alguno de los muchos aprendices de pistoleros mata-zombies ya le habría dado piso. –“¡a ver, quítate cabrón!”- le grité mientras de una patada abría la puerta, -“¿ya ves pendejo?, ¡así se hace!”- y él nomas se me quedó viendo, como esperando mi aprobación para entrar a merendarse a mi vecina, que para entonces ya se había desmayado del puritito miedo. Antes de que entrara, lo agarré y viéndolo fijamente en el único ojo bueno que le quedaba, le dije: -“acuérdate… las nalgas son mías”- quise pensar que me entendió y me regresé a seguir torturándome. En los menos de tres metros que separan las habitaciones, mi mente recreó tu interpretación del Kamasutra y entonces aquella teoría de que la gente postea porque en realidad se siente sola y necesita sentirse escuchada, perdió todo sentido... ¡Pinches psicólogos, chinguen a su Freudiana madre! ¿Qué no ven que ésta puta gozó tanto anoche que necesita restregárselo al mundo entero?... aunque pensándolo bien, ¿qué tal si ésas palabras en realidad son una queja?, ¿Qué tal que un dolor de muela no te dejó dormir en toda la noche?... pa’ acabarla, un cabrón que ni conozco me atacó sin compasión alguna en el Mafia Wars y ya me chingó mis propiedades en Las Vegas… termino de completar mis misiones, envío regalos a mi mafia, cambio mi estado: @comiéndome a Marianita; te vuelvo a pensar encuerada con una sonrisa permanente en el rostro, repaso tus fotos, y el hambre arrecia.
Definitivamente no era mi día, nomas entrar al cuarto, ¿Qué crees que estaba haciendo el angelito del “solovino”? así es… se estaba comiendo las nalgas de Marianita. El pobre infeliz volteó a verme, sonriendo, con la boca llena de carne a medio masticar; yo alcé los ojos y respiré profundamente. Recordé en donde guardaba Don Remigio la pistola que siempre presumía y fui por ella. Regresé y sin decir nada, le vacié toda la carga al “solovino”, por pendejo. Ya ni quise comer. El volver a saber de ti, combinado con el hecho de que mi anhelado manjar yacía en tripas ajenas, me hizo desistir. Recargué la pistola y me puse a pensar que si de por sí, los zombies éramos terroríficos, uno armado haría que la gente se cagara nomas de verlo. Me reí como zonzo; me senté en el reclinable de la sala y pensé otra vez en ésas dos palabras: “¡Que noche!”… suspiré y me resigné. A final de cuentas, ¿para qué me enojaba?... de todos modos yo ya no era un ser humano y tú todavía te veías muy bronceadita y con mucha vida… ¿Qué más daba si alguien, el que fuera, te hiciera ver fuegos artificiales noche a noche?, bien por ti… total, lo más seguro es que nunca te vuelva a ver; y si lo hiciera, ni te podría tocar por miedo a dejarte embarrada pedazos de mi carne... qué vergüenza… en fin…
Pasé como 20 minutos en silencio, hasta creo que me quede dormido un rato. Recogí la pistola de la mesita de centro; y me di algo de valor: “ahora si pinches humanos, prepárense a conocer al zombie marioalmadesco…”, apenas abrí la puerta, escuché una detonación y ¡tómala! Allá va mi bracito con todo y arma… todavía medio lampareado por el sol, alcanzo a distinguir a un grupo de unos tres mata-zombies… al parecer eran gringos, o pochos… ¿Por qué serán tan violentos ésos cabrones?... camino hasta donde cayó mi brazo para recoger la nueve, y ¡pow! Otro balazo, esta vez en la espalda… el colmo, matones con mala puntería. Volteó y me acerco al gordo que me ha estado disparando; suda a chorros… al tenerlo a menos de dos metros, me doy cuenta que se ha orinado del miedo… siento pena por él. Me detengo y otro tiro me tumba de cara al sol… chingao, se me olvidó cosechar en mi cyber-granja, ¿Quién va a cuidar de mi huerto? Ya encabronado por la ineptitud del gordo, levanto la cabeza y le grito: -“¡bueno cabrón, ¿Qué no has visto películas o qué?! ¡Es en la cabeza pendejo!”-, luego, ya no vi, ni escuché nada…

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