30.6.08

Palabras...


Y aún así, me pregunto: ¿Que pensarás tú de mí?...


Palabras...
(un desvarío)
Teté Tovar


Tan pocas letras para formar palabras
Las luces se encienden
Se apagan…
Hay cosas que deben ser dichas
Hay cosas que no necesitan decirse…
Tan pocas palabras para formar sentimientos
Las luces se apagan
Se encienden…
Y ahí estás,
Tan etéreo
Tan simple
Tan tu…
Hay sentimientos que necesitan expresarse
Hay expresiones que deben sentirse
Las luces se encienden
Se apagan…
Y aquí estoy,
Tan impalpable
Tan desnuda
Tan yo…

27.6.08

YA CASI...


YA MERITO

Carlos Román Cárdenas



Ya mero mi amor. Ya merito. Pronto no va a haber cordura que nos separe. Vas a ver cómo nos vamos a divertir. La vamos a pasar de poca madre. Viviremos en un lugar amplio, lleno de luz y con paredes claras. Afuera, habrá grandes jardines en donde perdernos. Dentro, la gente será muy amable y cariñosa. Hasta nos van a vestir con ropa de diseñador, blanca y limpia. Blanca, porque es lo que está de moda; colección otoño-invierno. Lo único malo es que tendremos cuartos separados. Pero no importa, porque así nos veremos con más ganas, con más ansias.
Por las mañanas nos van a dar pastillitas de colores. Las tuyas tendrán la imagen de Mickey Mouse y las mías, la de la pata Daisy; en bikini. También nos van a dejar ver la tele un rato. Al mediodía, una buena comida acompañada de un delicioso vino transparente e insípido. Lo sirven frío. Ya en la tarde, nos llevarán a jugar a los toques, como en la feria. ¿Te acuerdas? Uno se retuerce todo y hace caras chistosas. Después, iremos a dormir, cansados de tanto ajetreo. Soñaremos con nuestras aventuras y despertaremos con lágrimas en los ojos. Lágrimas de emoción.
Los días feriados, nos llevarán a lugares bonitos. A lo mejor al zoológico. Si vamos, de seguro vas a querer traerte un rinoceronte a casa. Pero recuerda: los rinocerontes hacen mucho mugrero. Además, no creo que la gente de la casa lo permita; al menos que los sobornemos con algunos de nuestros dulcitos mañaneros. A lo mejor no conseguimos un rinoceronte, ¿pero que tal una jirafa? Si, una jirafa de grandes pestañas y sonrisa matona. Ésas si me gustan y casi no hacen caca.
Ya mero… ya merito.



19.6.08

AY AMOR, COMO ME HAS PONIDO...


POBRECITA SOLEDAD

Carlos Román Cárdenas


“Generalmente comienza con un sueño. Estoy en algún lugar que ni conozco, en otro planeta, o en mi casa. Tú estas conmigo, eso es seguro. Casi siempre llevas un vestido azul; como en las caricaturas, en donde los personajes siempre andan vestidos de la misma forma. Así tú, siempre andas igual. No se si estamos casados, si somos novios; es más, a veces ni contacto físico hay. Lo que si se es que en ésos sueños, siempre estoy profunda e idiotamente enamorado de ti. Lo de idiota, no me molesta. El amor es idiota. Lo de estar perdido, es diferente. Eso de no hallarme sin ti, si me mortifica pa’ que veas.
En ésos mentados sueños, yo casi nunca hablo. En cambio, tú te desvives contándome cosas sin sentido. No me importa. Yo sigo el movimiento hipnotizante de tus labios, tu voz ronquita. A veces, estamos acostados. No, no seas malpensada. No hablo de sexo. Si fuera eso, no sería nada que mi mano no pudiera resolver; desafortunadamente no es así. Me abrazas, siento tu calor. Hundo mi cara en tu cuerpo y te respiro. Tus manos, tu risa contenida de perro pulgoso, todo es perfecto. Nos miramos a los ojos. Te beso. Sabes a dulce en polvo, de ésos que vienen en popotes gigantes. Tu te retiras y dices: -“¡Guácala!”-. Debo saber muy feo. Despierto…”
Suena el despertador y él medio abre un ojo. Inmediatamente siente una punzada. Le duele tanto, que no sabe exactamente de dónde proviene. Sin embargo, ése dolor ya le es familiar. Viene cada determinado tiempo, puntualito, como una menstruación. Afortunadamente, ésa desagradable visita se ha ido espaciando cada vez más. Supone que es la menopausia cardiaca. Pero no se dejen engañar; dichos embates son furiosos, despiadados, paralizantes. Debe ser la certeza de saber que van de salida; por eso tanta violencia.
No se levanta. Mira en la pared los patrones que dibuja el sol. Rayita, agujero, rayita. Su cerebro ha elegido las canciones más tristes para el “soundtrack” de ése día. Una canción desgarradora tras otra; “pinche cerebro mamón”, piensa. No va a ser un buen día, nunca lo es cuando la sueña. Sabe por todo lo que tiene que pasar; ya conoce la rutina. Sabe que en ésos días casi no ríe, pues nada le causa gracia. Prenderá la computadora con la esperanza de encontrar el correo que tanto ha estado esperando. No habrá nada. En un día cualquiera, vería algo de pornografía. Hoy no. No lo disfrutaría. En cada “de a perrito”, en cada mamada, en cada chorreada abundante, los vería juntos. Entregándose, chupándose, babeándose, viniéndose. Demasiada información. Tratará de distraerse, quizá vaya al cine, al centro comercial o a un barecito; será inútil. Hasta el perro que mea en la banqueta le hará recordarla. Llegará a su casa y prenderá la televisión. Ya tarde le dará sueño y se irá a dormir. Al día siguiente despertará como si nada, su periodo habrá terminado. A ver como le llega el próximo mes, o cuando se le antoje venir.

UN TIEMPO DESPUES….

Se endereza y mira la cama vacía. Imagina su silueta, su sonrisa perezosa. Pero ella no esta ahí. Ella está a su lado, pegadita, como una rémora; como una sanguijuela, para precisar mejor. Lo sigue al baño, aferrada. Observa todos sus movimientos, como se rasura, como caga. Siempre pensativo, con el rostro duro y el ojo rojo. Abre la regadera y el chorro la diluye un poco. El agua se la va llevando. Poco a poquito. Cuando sale a vestirse, retoma un poco de fuerza, como los huracanes cuando salen a mar abierto. Luego se vuelve a debilitar y entonces, ya no duele tanto. Para el desayuno se va convirtiendo en otra anécdota más, y por mucho que grite y quiera llamar su atención, él ya no la escuchará. Toma las llaves de su carro y sale de la casa, ella se queda. Lo mira por la ventana, desaparece. Pobre soledad, que solita se queda…

14.6.08

La Noche...


La Noche...

Teté Tovar


Un rayo partió el cielo en dos alumbrando el camino, ha pensado que no es una salida, que debe regresar a la ciudad, a su casa. Da vuelta en U sobre la carretera, siente las llantas sobre el pavimento mojado, pesadas igual que su cabeza. El camino siempre es más largo de regreso ¿será porque en el fondo no quiere volver? Puede ser, pero en este momento siente que es la mejor opción…la única.

Mete la llave en la cerradura sólo para darse cuenta que la puerta está abierta ¿quién pudo dejarla así, si él es quien vive aquí?, entra con cuidado vigilando cada rincón y sus espaldas, no enciende la luz porque está casi seguro que hay alguien; camina despacio y de pronto siente como un aire helado le pega por un costado, da la vuelta rápidamente y es ahí cuando descubre que la ventana está abierta, el corazón le da un vuelco pensando que no está solo. Continua caminando por el pasillo que lleva a la recamara, pasa por el estudio y de reojo ve una sombra, voltea bruscamente y ya no está; nuevamente ese aire gélido ahora con olor a humedad. Ha llegado a la recamara y no hay nadie sigue estando solo.

Entra lentamente a su recamara y entre sombras ve que hay alguien ahí, sobre el suelo. Tontamente busca encender la luz desde la pared, pero bruscamente vienen imágenes a su cabeza en total desorden. Al fin logra prender la luz sólo para descubrir un escenario impactante, aterrador, desconcertante; el cuerpo de una mujer totalmente destrozado, mutilado, ensangrentado. Las imágenes vuelven a su cabeza. No puede creer lo que sus ojos están viendo, se ha inclinado en el suelo con un dolor profundo en su estómago, quiere reaccionar pero el miedo se lo impide. A rastras sale del cuarto y logra llegar al teléfono llamando a la policía. Minutos más tarde aparecen, se asombran con horror, es demasiada sangre, demasiada saña. “¿Tiene a alguien en mente? ¿Sospecha de alguien en particular?” le preguntaban una y otra vez, “¿Usted llegó y la puerta estaba abierta? ¿A que hora llegó?” continuaban insistentes. Él no podía pensar, no lograba entender quién era esa mujer, porqué estaba muerta en SU casa. “Por el momento es todo, estaremos en contacto”. Al fin se fueron no sin antes recomendarle que se fuera a un hotel ya que su casa era la “escena del crimen” y no podía estar ahí.

Tiene el rostro entre sus manos, el sudor le corre por la espalda. La ha visto en la calle caminando despreocupadamente mientras él aquí se desintegra. Le ha llamado pidiéndole que venga, sabe que vendrá, la conoce perfectamente. Decide darse un baño para recibirla relajado y que ella no sospeche lo molesto que está. Se ha vestido y ya terminó de acomodar la sala, todo en perfecta armonía. Se sienta mientras fuma un cigarro intentando calmar sus ansias de tenerla de frente. Tocan a la puerta, va a abrir sintiendo como se le eriza la piel y se le nubla el pensamiento; abre y es ella “¿Cómo estás? Vine tan pronto salí de la oficina” dijo ella, “pasa, te estaba esperando” le decía mientras ponía una copa de vino en sus manos rozando sus dedos suavemente, “siéntate y cuéntame ¿cómo te fue hoy?” quería de alguna forma disimular sus ganas de gritarle que la había visto, tenía que guardarse para después. “Bien, el día estuvo bien” contesto ella sintiendo que él la veía insistente, “ya sabes como es el jefe, sólo quiere tener las cosas a tiempo sin importarle nada más” él dejó su vaso en la mesa y se acerco a besarla, rozó sus labios suavemente al tiempo que ella se estremecía, pasó su mano por su cabello la deslizo por sus mejillas y la posó sobre su hombro; ella suspiraba entrecerrando sus ojos mientras besaba sus labios, esos labios que hoy se sentían secos. Alejó su rostro del de ella y le dijo “te he amado desde que te conocí, cada momento separados me hace muy infeliz” decía esto al tiempo que la tomaba de la mano levantándose del sofá, “yo siento lo mismo cada vez que tengo que dejarte” decía ella siguiéndolo por el pasillo rumbo a la habitación.

La luz era la apropiada para una escena romántica, todo estaba listo. Primero le haría el amor y después…sólo dios sabe que pasaría. Abrió suavemente la puerta y entraron a la penumbra, sólo la luz tintineante de las velas iluminaba un poco sus rostros. “¡Qué hermoso es todo esto! ¿Es para mi?” preguntó ella titubeante, “Si, para ti, por ti…” contesto el acercando su rostro al de ella para besarla; la atrajo hacia él y unieron sus labios en un interminable y apasionado beso. Él bajo sus manos por su espalda para posarse en sus caderas, ella no podía dejar de suspirar, lentamente él la posó en la cama y dejo caer su cuerpo sobre el de ella. Entre tanto suspiro él se detuvo a preguntarle en un susurro “¿de verdad me amas?” ella asintió con su cabeza sin dejar de besarlo. Bajo por su rostro, se deslizó sobre su cuello y siguió su camino hacia su paraíso, ese paraíso tantas veces añorado, se detuvo de pronto y se enderezó para ver su rostro, ella tenía los ojos entrecerrados disfrutando cada caricia, cada roce. De pronto, sin aviso alguno, el puso sus manos en el cuello de ella, “eres mentirosa, patética, hipócrita” gritaba, ella intentaba decir algo pero no salían sonidos de su boca, sólo atinaba a mirarlo asombrada, asustada intentando con sus manos sacarse de aquella tortura, “¡siempre me has mentido, no deberías estar viva, farsante!” “Estabas con él, cuando no estabas conmigo, estabas con él ¡te vi!”. Ella abrió aún más sus ojos, y él empezó a golpearla brutalmente con furia, una y otra vez, no le importó lastimarla ni ver la sangre correr por esas mejillas que tanto había besado. De pronto paró, se retiró y suspiró, ella estaba aún consciente, tremendamente lastimada, pero consciente. La dejó ahí tirada, como despojo humano, fue al baño y trajo una toalla para limpiarle la sangre, cuando hacia esto empezó a besarla de nuevo, tiernamente, beso sus ojos, sus mejillas golpeadas, sus labios. Sus manos empezaron a acariciarla de nuevo, ella gemía y él continuaba besándola excitándose con esos sonidos pensando que ella disfrutaba, su mente se nublaba borrando los momentos previos a este encuentro. Fue desnudándola poco a poco dejando que ella “disfrutara” sus manos, sus roces. Al tenerla totalmente desnuda le hizo el amor lentamente, amorosamente. “Eres todo para mí, eres mi vida” le susurraba, de pronto todo terminó, ella intentó incorporarse cuando él la tomó por los hombros y empezó a golpearla, cerró su puño y lo dejo caer sobre su rostro ensangrentado, se levantó de la cama, la atrajo hacía sí y la aventó contra la mesa de noche. Ella sólo atinó a gritar mientras caía al suelo golpeándose el cuerpo contra la mesa, cuando empezaba a levantarse él la tomó del brazo diciéndole “estas perdida, desearás no haber nacido, no haberme conocido” la arrastró y comenzó a patearla, una y otra vez mientras le gritaba “eres patética, ridícula, pensaste que no me daría cuenta, creíste que era un tonto que jamás se enteraría…estás pérdida”. Ella dentro de su dolor no atinaba a entender qué le decía, porqué la maltrataba de esa forma pero de pronto decidió no luchar más, se dejaría llevar hasta que él la matara. Por un momento ella creyó que eso no sucedería, él la dejó ahí y se fue.
Caminó por el pasillo torpemente, dejando rastros de la sangre de ella por toda la pared. Llegó a la cocina, se sentó, prendió un cigarro y continuó tomando su copa de vino. No decía nada, sólo recapitulaba imágenes de ella con él; iban y venían imágenes, mil vueltas. Su corazón latía rápidamente, el sudor apareció en sus sienes, aventó el cigarro en el fregadero tomó un cuchillo y volvió cegado al cuarto. Ella estaba en el suelo, sangrando de todo el rostro, él la tomo del cabello y le gritó “esto lo has buscado, lo mereces, tómalo que es tuyo” y dejo caer toda su fuerza en el brazo que sostenía ese chuchillo enterrándolo por completo en su vientre una y otra vez, con saña, con coraje, con furia. Ella ya no emitía sonido alguno, de pronto él se detuvo, la besó y se alejó.

Llegó al hotel y pidió una habitación con vista a la calle, necesitaba al menos abrir la ventana para sentir el aire en su rostro, estaba demasiado confundido. Seguía sin entender que había sucedido en su casa, tanta sangre, tanta saña, tanta confusión lo abrumaban enormemente. Levantó el teléfono y contestó una voz femenina “Recepción, ¿en qué podemos servirle?”, “¿podría traerme un café y algo de cenar?” dijo entrecortadamente, “ahí sobre su mesa de noche tiene el menú, si gusta ordenar algo de ahí con gusto se lo llevarán a su habitación” contestó la voz femenina amablemente, “ah si, disculpe, llamo en un momento” colgó el teléfono y tomó el menú para ver cual sería su cena, no tenía hambre pero sabía que si no comía alguna cosa su estómago se lo reclamaría más tarde. Volvió a tomar el teléfono y marcó de nuevo “recepción, ¿en qué podemos servirle?” contestó nuevamente esa voz tan amable, tan dulce, “disculpe ¿podrían traerme a mi habitación un café americano y un club sándwich? Habitación 208” pidió titubeante, “si sr., en un momento lo subimos” dijo la voz colgando el auricular. Se levantó de la cama y fue a lavarse las manos, temblaba.
De pronto se encontró solo, era una especie de bodegón abandonado. Miro a su alrededor y no veía claro, no sabía en dónde estaba. Decidió salir de ahí para ver si lograba ubicarse, caminó intentando ajustar su visión en la oscuridad. Empujó una gran puerta y ésta se abrió dejando entrar una cantidad enorme de luz que lastimaba sus ojos; los entrecerró y continuó su camino, ya era de día, cómo llegó ahí, no tenía idea pero debía encontrar respuestas. Caminó un largo camino y entró en un oxxo para comprar un poco de agua, a ver si así podía entender porque su camisa tenía algunas manchas de sangre, se la había quitado para poder entrar a comprar el agua. Se acercó a la caja a pagar y el cajero tenía encendida la televisión “nada se sabe del sospechoso” decía la voz, “el mesero fue encontrado muerto en uno de los pasillos del hotel; murió debido a las puñaladas propinadas por un sujeto que aún no ha sido identificado”, “ijóle, lo mataron muy feo” dijo el cajero “no tienen ningún dato, yo creo que fue el mismo que mató a la vieja la semana pasada, p's igual lo acuchilló” sólo atinó a pagar y murmurar un “santo dios” y salió de ahí con la mente muy nublada.
Apenas avanzó unos pasos cuando de pronto algo lo hizo volver, un impulso lo fue guiando hasta que se vio parado frente al mostrador, el joven le preguntó si había olvidado algo, "si, es que este bote de agua está caliente, será que tienes alguno que esté más frío" decía esto mientras le regresaba al joven el bote de agua, éste se fue hacia el refrigerador que está en la parte posterior de la tienda, él fue tras él y ya estando ahí se dio cuenta que no había nadie más y lo tomó por la espalda puso una mano en la nuca empujándolo hacia una puerta que estaba a un lado de los refrigeradores; lo metió ahí y ya adentro lo golpeo fuerte en el rostro una y otra vez hasta que quedó inconsciente, después encontró un cuchillo cebollero y lo apuñaló una y otra vez, con furia. Cubierto de sangre salió de ahí sin ser visto.
"Se nos volvió a escapar" dijo enojado el comandante "¿cómo es posible tanta ineptitud?" los policías iban y venían determinando el perímetro fuera del local para evitar que los curiosos dañaran las pocas pistas que pudiera haber. "Quiero que tomen cada evidencia que puedan encontrar, ¡todas!" insistió el comandante "no quiero enterarme, por el bien de ustedes, que alguien cometió un error, por pequeño que sea". El lugar era semejante al lugar del crimen anterior, sangre por todos lados, furia representada en el número de puñaladas, pero era en un lugar más expuesto, más público. "¿Cómo es posible que nadie haya visto nada?" refunfuñaba el comandante y luego en su mente repetía "tengo que atraparlo, algún error cometerá y estaré ahí para refundirlo en la cárcel". Subió a su patrulla y se alejó del lugar rumbo a la comandancia. El cuerpo del joven fue llevado a la morgue para practicarle la autopsia y así tener más pistas que añadir a las pocas encontradas en el lugar.
Nuevamente está en un lugar extraño, ni idea tiene de cómo llegó ahí, después entre sombras vio a una mujer que se acercó a él y le dijo "¿te sientes mejor?" él se limitó a observarla y a tratar de ubicarse. Ella salió de la habitación para traerle algo de beber, él se levantó y fue al baño "bonito, limpio" pensó "quién será ella, porqué me trajo aquí" se lavó la cara, no podía recordar que había pasado, todo en su cabeza era tan confuso que temía perder la razón por completo. "Veo que ya te levantaste, ¿quieres venir a la sala? creo que estaremos más cómodos" le dijo ella cariñosamente como si lo conociera desde hace tiempo, él la siguió en silencio, se sentó en el cómodo sofá y ella le ofreció una taza de café. El la miraba fijamente como queriendo reconocerla, pero no, no lograba ubicar esos ojos de un verde muy profundo, sabía que la conocía pero no recordaba nada. Ella se levantó y fue hacia la cocina, él fue tras ella y mientras ella lavaba la taza, él colocó sus manos en su cuello suavemente, ella aceptó la caricia ladeando un poco la cabeza lo que hizo que él pudiera admirarlo en todo su esplendor. De pronto él sintió deseos de cortarle la respiración, la soltó bruscamente dando un salto atrás; ella se volvió y dijo "¿qué te sucede?" él sólo se dio la vuelta y volvió a la sala. Ella lo siguió preguntando "¿hice algo que te incomodó?" insistió, él sólo movió la cabeza negando y se sentó de nuevo en el sofá, ella se sentó a su lado en silencio con la mirada fija en el rostro de él.
Llegó la noche y en la oscuridad él intentaba dormir, ella respiraba profundamente a su lado ajena a todo lo que pasaba por la cabeza de él. De pronto se volvió hacia ella, tenía su rostro apacible frente al suyo, en la penumbra distinguía sus rasgos "es bella" pensó mientras continuaba observándola en silencio, comenzó a acariciar su cabello, bajó por sus mejillas y llegó a su cuello, nuevamente tuvo esa sensación de tomarla fuertemente y llevarse sus suspiros, sin pensar fue colocando su otra mano en su cara cubriendo sus labios, apretó un poco más y vio que ella no despertaba, eso le hizo sentir poderoso, en control total de su vida y la de ella. Suavemente la soltó, ella seguía sumida profundamente en su sueño, él le dio la espalda totalmente agitado, extasiado. "No entiendo qué me pasa, porqué este impulso de hacerle daño" se acurrucó en la cama intentando dormir, "aún no logro recordar quién es ella, pero siento que la conozco, que no debo lastimarla" pensaba al tiempo que sus párpados se cerraban. De pronto se vio frente al espejo del baño, el rostro desencajado, no tuvo más que salir de ahí un impulso lo llevaba a buscar, a encontrar algo. Salió sigilosamente, como un ladrón, ella sólo se dio la vuelta en la cama durmiendo profundamente. El silencio y la quietud volvieron a esa casa. Mientras él se alejaba rápidamente, sentía una necesidad de algo, no sabia bien que; continuo su camino, le llevo varios minutos sentirse en el lugar correcto. Entró y pidió el menú, sentado junto a la ventana en ese café de traileros parecía uno más, se acercó a él una linda mesera, sonriente y amable, "¿qué desea ordenar?" dijo suavemente, él se volvió a mirarla y sintió un escalofrío que le recorría la espalda, "por ahora sólo café negro, sin azúcar" dijo casi en un susurro. Ella tomó el menú y se alejó contoneando sus caderas al unísono de la música ambiental. Él continuaba viendo fijamente sus manos, no podía apartar su vista de ellas hasta que volvió la mesera con el café "aquí tiene" le dijo inclinándose un poco sobre él "tenga cuidado que está caliente", él solo atinó a asentir y bajo la mirada sonrojándose. Echo azúcar a su café, lo meneo con la cuchara y dio un sorbo. Así pasaron varios minutos que se convirtieron en una hora, hora y más. Ella volvió a acercarse "desea más café" preguntó, él sólo puso su mano sobre la taza en señal de que no, ya era suficiente. Ella se alejó un poco desconcertada al ver que él no pronunciaba palabra alguna. De pronto él se levantó y fue hacia los baños, entró al de caballeros y mojo su rostro con agua fría, mil imágenes venían a su cabeza, una tras otra, como en película, sentía que perdía el sentido.
"¿Cómo es posible que haya sucedido de nuevo? hay demasiada gente aquí, ¿nadie vio nada? ¡Increíble!" gritaba el comandante enfurecido. Paquita la cocinera, simplemente sollozaba, no podía creer lo que veían sus ojos, sangre por todos lados y el cuerpo de su amiga, tirado ahí, como trapo viejo. "Dígame señora, ¿qué fue lo que pasó?" dijo el comandante, "no es posible que nadie escuchara nada" repetía incrédulo. "¡Ay señor! yo estaba en la cocina, con la música no se escucha nada" repetía ella llorando a mares "pobre niña, pobre" decía una y otra vez mientras se limpiaba el rostro. "A ver señora, serénese" decía el comandante impaciente "empecemos de nuevo, ¿usted estaba en la cocina cuando escucho...?" "nada, no le digo que no escuche nada" repitió ella y se echo a llorar nuevamente" "déjela un ratito jefe" le dijo un policía al comandante "deje que al menos digiera lo que ha pasado con su amiga" le dijo separándolo de la mujer "¡Bah!, no es posible que haya matado de nuevo y se nos haya escapado" comentó molesto, "esto me costará el puesto, lo sé" se dijo a sí mismo. Al llegar los forenses se asombraron de lo que encontraron, apenas afuera del baño estaba tirado el cuerpo de la mujer, de la sonriente y amable mesera, tenia marcas en el cuello, la habían estrangulado y su cuerpo estaba ensangrentado, alguien le había dado varias "puñaladas" pero no con cuchillo sino con un pedazo de vidrio cortado del espejo del baño de caballeros. Era demasiada la sangre, demasiada la saña. Después de varias horas terminaron al fin de recoger las pocas evidencias que había, “demonios, no sé qué hacer, ni por donde empezar a buscarlo” se dijo a si mismo el comandante, “no se preocupe mi jefe, verá como ahora no se nos escapa” dijo el policía casi sonriente, “¿ya vio lo que hay ahí?” le preguntó casi maliciosamente, “no, ¿qué es?” preguntó el comandante. “Una huella de zapato” dijo casi triunfante el policía “yo creo que con eso ya lo atrapamos”. En el suelo estaba una huella de un zapato, una huella hecha con sangre, sangre de la mesera; los forenses no habían reparado en ella ya que pensaron que era de algún despistado policía que no había tenido el suficiente cuidado, pero no, era una huella diferente a las de los zapatos usados por los policías. Tomaron fotos y se retiraron del lugar. La ambulancia ya pudo entrar por el cuerpo ensangrentado de la mesera.
“¿Porqué aún no amanece?” se preguntaba una y otra vez “estoy harto de tanta oscuridad” pensaba mientras continuaba sentado en una roca, había salido corriendo del restaurante y el aliento sólo le alcanzó para llegar hasta ahí, ya no pudo más, su cabeza continuaba confusa y esas imágenes iban y venían. No entendía lo que pasaba, el rostro de esa mujer con la que dormía lo miraba sonriente. El rostro de la mesera lo veía con expresión asustada y angustiada. “No entiendo nada” se decía “¿estaré volviéndome loco?” se preguntaba en la oscuridad de la noche. “¿Porqué mis manos tienen sangre?”, las imágenes se repetían, él con el rostro mojado, ella abriendo la puerta del baño preguntándole si se sentía bien, él se acercaba a ella “todo es tan confuso” pensaba. Él la abrazaba, casi sollozando. Ella asustada intentó escapar de aquel abrazo. Él no le permitió alejarse, acarició su rostro y posó sus manos en su cuello. Ella intentó en vano alejarse. Él no la dejó, empezó a oprimir su cuello con sus manos, casi con delicadeza, ella le pidió que la soltara. Él no escuchó. Ella sentía que se ahogaba, él no podía soltarla, no quería soltarla. Ella perdió el sentido, él la soltó. De pronto comenzó a recordar lo que había hecho, empezó a respirar agitado, no podía creerlo. “Ese no soy yo” pensó “no puedo ser yo” repitió en voz alta. Se lleno de coraje al soltarla, quebró el espejo con su puño y tomó un pedazo de vidrio “¿porqué me permites que te haga esto?” le gritaba a la mujer que yacía en el suelo “¿porqué?” Levantó la mano y dejo caer el puño cerrado con el vidrio, atravesó su cuerpo. “Yo no quería hacerte daño pero tu…tu me lo pediste, tu me lo permitiste” continuaba diciéndole a la mujer como si ésta pudiera escucharlo. “Tu tienes la culpa de lo que te sucede, tu me engañaste, tu me traicionaste” una y otra vez levantaba la mano para dejarla caer con el vidrio abriendo el cuerpo de ella que en ese momento ya no tenía vida. “No soy yo” se repetía “sólo un loco puede hacer eso”.

“Qué olor tan penetrante, qué sensación tan agobiante” pensaba mientras intentaba limpiar la sangre de sus manos, de su rostro, de su alma. No entendía nada, se acababa de dar cuenta de que era un asesino; no lograba calmarse. De pronto pensó, “¡santo dios! La he matado, he sido yo el que dejó esa estela de sangre en mi departamento, el que le ha robado la vida a ella, a su mujer, a su amada”. Se levantó de la roca y empezó a caminar sin rumbo, de pronto recordó que había dejado su auto en una calle frente al hotel, ese maldito hotel. “Tengo que volver, esto tiene que terminar” camina hasta ese lugar, entra en su auto y nota que el cielo se está nublando, hay tormenta, rayos. Empieza a manejar para de vuelta a casa, para reunirse con ella; pedirle perdón y unirse nuevamente con ella.

El comandante no puede dar crédito a lo que ven sus ojos, “no es posible, creí estar tan cerca del asesino” decía mientras llevaba sus manos a su cabeza, “no se preocupe mi comandante” le dijo su asistente “lo único malo es que después de esto, tendremos que empezar de nuevo”. Ahí, en aquella sala llena de sangre, en aquél lugar dónde hace unos días yacía el cuerpo lastimado de aquella mujer; encontró el cuerpo de aquél hombre, aquél que creyó era el asesino de tantos, de todos. No sabe qué pista perdió, no sabe en qué momento se descuidó. “Acordonen el área, recojan evidencias, esta vez no podemos equivocarnos” gritó enojado el comandante, para después alejarse del lugar incrédulo. En aquella ciudad comenzaba a llover al fin, después de tanto rayo, después de tanto tiempo.

11.6.08

GOYITA


GOYITA

Carlos Román Cárdenas


No se ve a gusto. Se nota que le incomoda haber nacido así. Siente que sus curvas le estorban, que algo le sobra entre sus piernas. Se viste como hombre. A cada paso que da, trata de derramar testosterona. Saluda a los taqueros de la esquina, bromea con ellos. A cada uno le da un fuerte apretón de manos. Sonríe a sabiendas que al darles la espalda, ellos se burlarán de su presunto machismo. No importa, en el fondo ella sabe que en muchos sentidos, es más hombre que ellos. Apenas va a ordenar sus gordas de deshebrada, cuando la mira pasar. La saluda tímidamente, como quien oculta sentimientos. Ella le devuelve el saludo dejando a su paso una estela de su perfume Avon. Alguien hace un comentario sobre las nalgas de la susodicha y ella reacciona violenta. Le piden que se calme, pero ella se va enojada, mentando madres. Se mantiene a cierta distancia de la depositaria de sus quereres; se adelanta para abrirle la puerta, la secretaria le agradece con una sonrisa. Entran a la Oficina Fiscal y cada quien a su trabajo. Todavía trata de seguirla con sus ojos hasta que la pierde detrás del mostrador. Su jefe la regaña por llegar tarde. Ella asiente pensando más en la secretaria que en sus quehaceres. Todo le molesta. Reniega de su condición, de su género. –“Ser mujer es poco práctico”-, piensa. –“Hasta para trabajar…”-
Para media mañana, ya terminó su trabajo. Va al baño a refrescarse y a echarse un poquito de desodorante. Se mira al espejo y lamenta no poder ir mejor vestida al trabajo; con sus pantalones de mezclilla, su camisa vaquera y sus ropers. Moja el peine y lo pasa por su corte tipo grupero, largo de atrás y cortito de los lados. Del short saca su viejo celular para ver la hora y sale corriendo. Sabe que siempre, a esa hora, la secretaria va al Seven Eleven a comprar un refresco y unas papitas. De lejos observa sus movimientos. Cada detalle le parece único. Hasta sus estornudos. Todas sus esperanzas se centran en que, ése día, la secretaria vaya sola a la tienda, para de ésa forma poder acompañarla. Ya lleva todo el verano esperando. Día tras día la misma rutina, pero ella no se desespera. Sabe que el día llegará tarde o temprano, y ella estará lista, al pendiente.
La mira levantarse de su escritorio. Parece que por fin, éste es el día. Se acerca a la puerta y ella camina a su encuentro, desenfundando su mejor sonrisa. Ya esta a sólo unos metros de su encuentro, incluso ya puede percibir el perfume que tantas veces le ha hecho soñar despierta. La secretaria la mira y sonríe, levanta la mano para saludarla; ella saluda también. Abre la boca para dejar salir unas palabras, pero una voz a sus espaldas la detiene de golpe. Es Martín, uno de los cajeros. La secretaria pasa de largo y saluda de beso al que le ha echado a perder su plan. Ella se hace a un lado. Se ha dado cuenta que ni la sonrisa ni el saludo eran para ella. Se siente estúpida, apenada. Quiere llorar, pero es demasiado hombre para hacerlo allí, delante de todos. Corre al baño, entra a uno de los privados y deja escapar un tímido sollozo. Mira el nombre de la secretaria escrito con pluma en la pared del panel. Eso la hace recuperar la compostura. Seca sus lágrimas y se da unos golpes en el pecho, se da ánimos. Piensa en la oportunidad que tendrá al día siguiente; ¿qué importa si no pudo hablarle hoy? Mañana habrá otra oportunidad. Y si no es mañana, será el viernes. Se mira al espejo para asegurarse que no haya quedado huella de su ataque de sentimentalismo. Sale del baño y camina rumbo a la salida mirando al suelo. Corre a tomar la pesera, pasa por el puesto de tacos y todavía le queda ánimo para otra mentada. Sabe que no se van a ofender, los hombres no son así, es más, se llevan así. Ella lo sabe bien, es uno de ellos.

Casi es de madrugada. Un cólico la despierta malhumorada. Sabe a que se debe y que fecha es. Cada mes es lo mismo. Maldice a Dios. Ésa es la manera en la que Él le recuerda lo que es. Su manera de burlarse. Siente vergüenza. Ya de por si es penoso tener que lidiar día a día con su cuerpo de mujer, con el hecho de tener que orinar sentada, con no tener barba ni bigote. No, eso no es suficiente. Todavía le manda recordatorios mensuales, por si le queda alguna duda. Va al baño y se da cuenta que los Kotex se acabaron. Toma un pedazo de periódico y se lo acomoda de mala gana. Eso es lo que merece su sexo, ése trato. El precio a pagar por ser cóncavo. Vuelve a la cama pero ya no puede dormir. Piensa en la secretaria mientras un pedazo de luz que se cuela por entre la raída cortina, alumbra caprichosamente el póster de Niurka, dándole justo en sus tetas operadas. Después de un rato, se duerme. Esta convencida de que, a pesar de la burla de Dios, el siguiente será un buen día.
Se levanta un poco más temprano que siempre. Va con su vecina y le pide una de sus toallas femeninas. Regresa de buen ánimo. Canta a todo pulmón en la regadera. Sale y le da la espalda al espejo de cuerpo entero que le regaló su abuelita. Sólo le gusta verse en él completamente vestida y de cerquita, para poder peinarse bien. Termina de arreglarse, se pone un poco de perfume con la esperanza de poder llamar su atención y sale de buen humor rumbo al trabajo. Sube a la pesera y ve que está llena. Suspira resignada y se mete a empujones entre el pasaje. Para cuando llega al fondo, ya esta toda despeinada y sudorosa. Pero eso no le va a arruinar el día, para eso trae en una bolsa de Soriana su desodorante y su gel para el cabello. Llega a la parada y se baja de un brinco. Mira su reloj y confirma que trae buen tiempo. El resto del trayecto lo hace a paso lento, contemplando los árboles de la plaza, el kiosco. Toma la empinada calle que pasa por la Casa de la Cultura y entra a la Oficina Fiscal. Todavía es temprano, pero ella prefiere comenzar su trabajo de una vez. Barre, trapea y lava los baños. Ya para las nueve terminó. Sale a tomar un poco de aire, la ve doblar la esquina y dirigirse hacia ella. Unos lentes oscuros tratan de cubrir sin éxito un moretón y su tristeza. Pasa a su lado y esquiva su mirada. Ella nota su pesar y piensa en seguirla, pero el saludo de los taqueros le roba la intención. Después de unas gordas mañaneras y una coca bien fría, entra a buscar a la secretaria. A unos metros de llegar a su escritorio se detiene, da media vuelta y corre hacia el baño. Otro cólico inoportuno. Entra al baño y se encierra en uno de los privados. Se baja pantalón y calzón de golpe. Molesta, se da cuenta que ha manchado un poco su ropa. Maldice por no venir preparada, además el baño esta solo y nadie le puede ayudar. Así transcurren unos quince minutos hasta que ya casi medio dormida, escucha que alguien entra al baño. A pesar de la pena, decide llamar a quien sea que haya entrado. –“Buenas… soy Goyita…”- Después de explicar torpemente su situación, escucha que un taconeo se acerca al privado. Abre un poco la puerta y la mano de la secretaria se asoma ofreciéndole uno de ésos incómodos artículos que, como otros tantos de uso exclusivamente femenino, tanto desprecia. Mira su delicada mano y por un momento se queda paralizada. Piensa en tomarla, en besar sus delgados dedos. Cierra los ojos, acerca los labios, siente su olor. Una voz dulce del otro lado del panel, la hace reaccionar y casi arranca la toalla de ésa mano que, segundos antes, quiso besar. Da las gracias y mientras se acomoda la ropa, escucha a la secretaria decir: -“No tienes por que sentir pena, Goyita… es normal que esto nos pase de vez en cuando… además, pues para eso somos compañeras, para ayudarnos”-. La voz de la secretaria la hizo tranquilizarse y ya sintiéndose en confianza, le dijo: -“Po’s si oiga, pero po’s ya ve como es uno de bruta… nunca me acostumbré a estas cosas…”-. La secretaria la escuchaba mientras se miraba el moretón sobre su párpado hinchado, cosa que no había pasado desapercibida para ella. –“Oiga, a todo esto… ¿Qué le pasó en el ojo? ¿Se cayó?...”-. No bien terminó de decir estas palabras, cuando ya se había arrepentido de haberlas dicho. Sintió mucha vergüenza e inmediatamente trató de disculparse por su indiscreción, pero la secretaria amablemente tuvo la cortesía de contarle sobre la triste situación que vivía a diario con su marido. Ya eran casi dos años que se la pasaban de pleito, y el hecho de no haber podido tener hijos, sólo agravaba más la situación. Ella escuchaba del otro lado sintiendo como la sangre le hervía de coraje. Deseaba encarar al infeliz que se había atrevido a ponerle las manos encima a su querida secretaria, quería encararlo hombre a hombre y darle una merecida madriza. Apretó los puños y lágrimas llenaron sus ojos encendidos. Escuchó un sollozo quedo, tímido. Salió lentamente del baño, como no queriendo hacer ruido. Se acercó a la secretaria y trató de consolarla, de distraerla. Le contó de su familia, de su perro de tres patas, de su abuelita, de cómo desde chiquita, se había sentido rechazada por ser como era. Quiso decirle más cosas. Cosas bonitas. Contarle cómo, desde que la había conocido, su vida era distinta. No pudo. La secretaria escuchó enternecida cada una de sus palabras y al final, la abrazó. Ella no supo que hacer y se quedó con los brazos a los lados. Por un lado deseaba abrazarla también, pero no quería abusar de la situación. Podía sentir su calor, sus senos rozando los suyos, el aroma de su cabello. La secretaria se soltó y miró su reloj; ya era la hora de su refresco y de sus papitas. Le pidió que la acompañara y ella aceptó encantada. Salieron del baño platicando como buenas amigas, pasaron por la sala congestionada y al llegar a la salida, ella se adelantó a abrir la puerta. La secretaria agradeció con una sonrisa su caballerosidad. Bajaron la escalera mal hecha y ella la tomó de la mano para que bajara con cuidado. Caminaron hasta el Seven Eleven y entraron a la tienda. Ella fue al fondo por los refrescos mientras la secretaria hojeaba una TV NOTAS. Se acercaron a la caja y ella se encargó de pagar, también le compró la revista. Salieron riendo, el sol daba de lleno en sus caras. La luz era tan intensa que no dejaba ver bien. Ella trató de cubrirse la cara con la mano, y al hacerlo, tiró su refresco. La secretaria se adelantó unos pasos, iba distraída guardando su monedero. Ella levantó la mirada y vio venir una camioneta a toda velocidad. Corrió a alcanzarla. Un fuerte rechinido de llantas. Luego, un golpe seco…

-“Que loco… ¿Por qué será la gente tan argüendera?... Nomás ven un accidente y de volada llega la bola de curiosos a ver que pasó… Todos me preguntaban si estaba bien, pero yo sólo quería saber como estaba ella… Al fin la pude ver, toda llena de tierra la pobre… con su falda rota, tratando de taparse pa’ que no se le vieran los calzones… Me acuerdo que me levanté y fui a ayudarla… Se levantó y me abrazó… Todos estaban ahí, hasta nuestro jefe… La verdad, es increíble como le cambia la vida a uno en un ratito… Todos me felicitaban, desde ése día fui un héroe… Hasta me subieron de puesto… De afanador a encargado de la puerta… De ahí, nos hicimos novios… A las dos semanas ya todos sabían que andábamos… Estábamos muy enamorados y po’s eso no se puede ocultar… Desde el jueves pasado había dejado a su marido y el infeliz no la había vuelto a buscar… Mejor para él… Por ahí supe que hasta se había ido de la ciudad.
La verdad, nunca pensé que iban a aceptar lo nuestro así de fácil… Hasta algunos, nos echaban porras… Al poco tiempo rentamos un departamento ahí, en el centro… Luego, como a la semana de habernos cambiado, le pegué al Melate… No gané mucho, pero nos alcanzó pa’ comprarnos un carrito regularizado y unos mueblecitos… También compré una tele y un DVD… Cuando vamos al mandado, aprovechamos y rentamos unas dos películas… Casi siempre ella las escoge; dice que yo sólo escojo puras de matazón... Pero no importa, nos recostamos en el sillón y nos pasamos la tarde viendo películas y comiendo palomitas… Me gustan los miércoles porque ese día vamos al cine; al dos por uno…Luego de ahí, vamos a cenar unos tacos o algo así… A ella le gustan mucho las gordas de Doña Tota y yo trato de llevarla seguido… También vamos de vez en cuando a la plaza; nomás a caminar.
No cabe duda que la suerte nos ha cambiado… Y yo que tantas cosas tan feas te decía Diosito… Pero tú eres bueno y sabes que estoy arrepentido… Ahora, nomás te pido que esto no se acabe nunca Diosito, nunca…”-.

Un fuerte rechinido de llantas. Luego, un golpe seco…
Era un día caluroso. Se podía sentir el vapor salir del pavimento. La gente se había juntado a ver el espectáculo. Unos empleados de la Oficina Fiscal discutían acaloradamente sobre si ayudaban a la secretaria a levantarse, o esperaban a que llegara la ambulancia. Ella se preocupaba más por su falda rota.
A unos metros de allí, Goyita yacía boca arriba, mirando fijamente al cielo, con el cráneo destrozado y una sonrisa en los labios.



7.6.08

Así...

Así...
Teté Tovar
del cielo que me entregues...

Contigo al estar así, sintiéndote totalmente indefenso, haciéndome sentir que no existo sino es contigo, en tu mente y universo. Haces un esfuerzo por sacarme de mi entorno limitado por sensaciones que no conozco del todo, por cosas insignificantes que llenan mi mundo de conflictos. He intentado seguirte el paso, ir a donde tu imaginación me lleve, pero siento que te me vas, que te internas en tu mundo lleno de verdades y cosas concretas, y es ahí donde te pierdo. Yo sigo inmersa en lo abstracto, en un sitio paralelo al mío, un lugar del que no quiero salir, del que no deseo alejarme porque significaría perder lo que no tengo pero que ahí es mío. Soy totalmente confusa, desesperadamente exasperante. Quiero compartir lo que pienso, sin pensar que puedes escucharlo, sin sentir que puedes entenderlo, sólo dejar salir todo así sin pausas, murmurártelo al oído sin que me veas a los ojos; es más simple así pensando que no estás ahí, que no me escuchas, que no me atiendes; que te has ido sin despedirte y yo sigo hablándote de mis razones, mis pensamientos, mis ganas y mis frustraciones. Dejando que una historia breve vaya tomando forma, siga siendo lo que es en ese universo paralelo al tuyo, que sólo se cruza con el mío cuando las palabras se forman entre tus labios y los míos, cuando sonríes sin verme a los ojos, cuando sonrío buscando los tuyos. En esos momentos en que el mundo se cae y nos deja inmersos en un espacio en penumbra iluminado sólo por las emociones, ideas, olores imaginados y dudas que resbalan por nuestros cuerpos, buscando desesperadamente un refugio donde descansar sin ser vistos, sin interrupciones, uno sobre el otro, cada quien en su entorno, cada cual con el otro. Es así contigo, al estar así totalmente indefensa, sintiendo que no existes si no es conmigo, en mi mente y universo.

4.6.08

Acecho...




Acecho…

Teté Tovar
Carlos Román

Es diferente ver un amanecer desde aquí, todo es tan apacible. Siento que tú no me alcanzarás, ni lastimarás, porque no sabes en donde estoy. Aunque ya me has encontrado antes, espero esta vez haber escapado de ti para siempre.
Algunas veces siento que te echo de menos, que tontería; tanto trabajo me tomó tener el valor para olvidarte y vuelvo a pensarte. A veces soy tan patética, tu me dijiste tantas veces que sólo contigo estoy a salvo, aunque me hagas tanto mal, eres quién realmente me conoce. Esta mañana me levanté antes de lo normal, quise disfrutar “mi libertad” pero volviste a mis pensamientos llenándome de añoranza, de melancolía. Hasta estuve a punto de pedirte que vinieras, pero algo en el fondo me detuvo, preferí volver a dormir y levantarme al mismo tiempo que las demás para no estar tan sola con mis pensamientos; aunque fue en vano, aún rodeada de todas me siento enormemente sola. Las horas pasan lentamente, como en una película muda, casi nadie habla, todas están dentro de sus pensamientos y yo vuelvo a pensarte. Eres tan recurrente.
A veces siento tu aroma detrás de mí, acechándome, esperando mi descuido para hacerte presente. Tuve que huir de ti tres veces en una hora, salir corriendo al jardín y sentarme en una banca para ver el cielo recordando así mi libertad; libertad que intentaste quitarme tantas veces. Ya casi es de noche y hay que volver a la habitación, me da temor que me busques. Sé que no sabes en donde estoy pero eso no me tranquiliza, sé que nada te ha impedido encontrarme antes. Eres demasiado astuto, y por más que yo quiera pasar inadvertida para que nadie pueda hablarte de mí, eres más inteligente que yo.
Hoy sentí tu presencia, me quedé helada al sentir tu aliento sobre mi hombro, me di la vuelta para enfrentarte; tenía que hacerlo de una vez por todas, pero no estabas ahí. Creo que eres tan malicioso que estás jugando con mi mente, estoy logrando sacarte de mi cuerpo y quieres apoderarte de ella, no se cuánto más podré tolerar. No sé si viviré para verte triunfar.

"Lo pueden llamar de mil maneras distintas. Pueden etiquetarlo, analizarlo, estudiarlo. No tiene caso, tu y yo sabemos cómo es nuestra relación. Eres mi puta. Disculpa mi vulgaridad, pero, ¿de que sirve adornar lo evidente con adjetivos y palabras mansas? No, a las cosas hay que llamarles por su nombre. Eres mi puta, y tu haces lo que yo quiera. Yo mando, tu obedeces; así de simple.
A veces, te hacen creer que puedes dejarme. Y tú tan inocente, sacas fuerzas de quien sabe dónde y me abandonas por un tiempo. Yo ni te busco, sé que vas a regresar sin que yo te lo pida. Rogando, suplicando por volver a revolcarte en la miseria que yo te oferzco.
Me necesitas, lo sabes..."